Hace
casi cincuenta años, en un hotel español, un joven fotógrafo buscaba a
Pablo Piccaso, quien se había hospedado allí para asistir a una
corrida de toros.
"Mi principal imagen de una guerra fue Guernica. Tenía 20 años y
estudiaba en la Escuela de Bellas Artes de Zurich. Demoré seis años en
conocer a su autor. Al entrar al hotel El Caballo Blanco, una camarera
me dice que Picasso estaba en su cuarto. Lo abro y él estaba en la
cama dirigiendo una orquesta de amigos músicos. Entonces le pregunto
si podía tirar fotos y me dice que sí."
Esta es la primera imagen que recuerda el fotógrafo suizo René
Burri del memorable pintor. Su osadía le llevó al encuentro, pero la
suerte le permitió estrechar amistad con el artista.
"Cuando partía del lugar, un niño me haló por el brazo y me condujo
a una mesa en la que estaba Picasso rodeado de 13 invitados. ‘Papá
encontré un fotógrafo’, le dice este al pintor que quería, por
supersticiones suyas, reunir a 14 personas. Le había pedido a su hijo
buscar a cualquiera y me tocó a mí, ya ves."
Burri es un ser expansivo. Parece vivir inmerso en constantes
maniobras de despegue hacia complejos parajes de la geografía mundial
para reeditar nuevamente su leyenda dentro del arte, como testigo
activo de momentos trascendentales de la historia contemporánea. Sus
rápidos movimientos, sonrisa pura y aire transparente desprenden tanta
energía y optimismo que hace recordar a Roberto Benigni en el filme
La vida es bella.
Hoy debe estar desandando las calles de La Habana protegido por su
peculiar sombrero, cámara en mano, porque "yo siempre salgo para
fotografiar a la gente. Hay fotógrafos que hacen fotografías a
personalidades y luego van a casa o al hotel. Yo no. Siempre voy a la
calle para ver cómo vive el pueblo".
"Aquí me siento como el hijo que regresa a casa. Tengo el corazón
quizá un poco viejo aunque lleno de entusiasmo por Cuba", asegura
entre bromas y tazas de café horas antes de la inauguración de su
exposición en el Museo Nacional de Bellas Artes, la mayor de sus
muestras personales.
Nuestro diálogo comenzó, a petición suya, en una oficina de
Granma. Interesado, observó fotos y pinturas alegóricas a la
historia revolucionaria de Cuba colocadas en las paredes de la
habitación. Pocos minutos después recorríamos la Europa de los años
treinta. "Nací el 9 de abril de 1933 en Suiza. Mi abuelo no era un
latifundista, pero tenía una gran finca. Pasé mucho tiempo allí
durante la guerra. Era la oveja negra de la familia, los otros hijos
fueron profesores, militares¼ , yo siempre
estaba dibujando. Cuando tenía 13 años, mi papá me consiguió una
pequeña cámara Kodak y me dijo: Ve a Zurich que un hombre muy
importante va a pasar y vas a hacer la fotografía¼
Al darme cuenta le había sacado una foto a Winston Churchill".
"Llegué al universo profesional de la fotografía gracias a un
fotorreportaje de una escuela de sordomudos en Zurich. A partir de ese
momento formé parte de las filas de Magnum —la primera cooperativa
fotográfica del mundo—, como fotógrafo asociado y en 1959 como miembro
integral".
La entrevista fue como abrir un álbum habitado por recuerdos de
guerras, trincheras, misiles a punto de estallar, los días finales de
la construcción de Brasilia, momentos culminantes de la humanidad.
Aparecieron figuras que marcaron el siglo XX, María Callas, Oscar
Niemeyer, Alberto Giacometti, Le Corbusier y en especial el encuentro
con el Che Guevara.
"Después de la Crisis de Octubre, por teléfono me dicen: Burri,
te vas mañana para La Habana. Eso fue el 31 de diciembre de 1962.
Cuando aterricé aquí, había finalizado una parada militar. Venía para
trabajar junto a una periodista norteamericana de la revista Look, a
quien el Che le concedió una entrevista. Aquella oportunidad me
facilitó conocerlo muy de cerca. Él también era fotógrafo. Fueron tres
horas de diálogo y de fantásticas fotos."
"El Che Guevara —recuerda— era muy enérgico, parecía un tigre
enjaulado cuando estaba en la oficina. Un hombre de acción, como lo
volvió a demostrar después en las guerrillas de África y Bolivia."
Rene Burri cumple este lunes 74 años. Al levantarse en la mañana lo
primero es "mirarme al espejo y felicitarme por seguir entre los
vivos". No obstante, reconoce pícaramente: "Si estás próximo a los 100
años, hay que disminuir el ritmo". Y como druida sabio dio un consejo
en aras de alentar a los jóvenes a la imprescindible transformación de
la realidad:
"Los jóvenes tienen que utilizar ojos, mente, y corazón. El secreto
es la curiosidad. Cada uno debe buscar en sí mismo un comportamiento
moral, encontrar su propio camino. Tienen que penetrar en lo
aparentemente imperceptible porque se necesitan testimonios."
Cincuenta años más tarde Burri marcha tras otra corrida: vivir día
a día con la misma fuerza que el primero.