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Programa de Chernobil en Tarará
Canto a la esperanza
Hoy se cumplen 17 años del Programa cubano de atención
a niños de Chernobil, que ha acogido a miles de víctimas de aquella
tragedia nuclear. Se trata de una página de amor, dedicación y
humanismo, una fórmula por la vida.
ELSON
CONCEPCIÓN PÉREZ
(Fotos) RICARDO LÓPEZ HEVIA
elson.cp@granma.cip.cu
ricardo.lh@granma.cip.cu
Estefanía Shablia, de ocho años, y
Nastia Sachenko, de seis, dos pequeñas ucranianas de las últimas
llegadas a Cuba para atenderse en Tarará, no habían nacido cuando se
produjo la catástrofe nuclear de Chernobil.
Por su corta edad, no alcanzan a comprender en toda su dimensión el
contenido humano, científico y amoroso, que aquí se les brinda.
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Estefanía y Nastia, con tratamiento continuado y
disfrute del Sol caribeño en Tarará. |
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Sonrisa y optimismo tras el tratamiento
en Tarará. |
Junto a ellas, está Valentina Marchenko, quien viajó por primera
vez el 8 de marzo de 1993, "por un motivo muy triste", pues los
diagnósticos que le habían dado en su país eran desesperanzadores.
Padecía de linfoma Hogking.
Y explica: "Supimos que en Kiev consultaba un médico cubano y que
en Cuba se atendían los casos. Claro, teníamos mucho miedo. Era muy
lejos, como otro mundo para nosotros. Pero había que tomar una
decisión, la vida o la muerte, y mi madre me trajo a este plan, donde
nos recibieron con mucha amistad y atención".
Recuerda —y asoman lágrimas en sus ojos— que tuvo que estar cinco
años en silla de ruedas.
En la segunda estancia, durante el año 1999, después del
tratamiento, presentó necrosis de las caderas. "Fui operada en el
Frank País, me pusieron dos prótesis, una seguida de otra, me
advirtieron que era correr un riesgo muy alto, pero con ello volví a
hacer una vida normal. En esa ocasión vine sin mi mamá, y aquí me
dijeron: ‘estaremos a tu lado... no estarás sola’".
Indago por su vida posterior y expresa que cumplió un gran sueño:
"me gradué en la universidad de Filología en idioma español y trabajo
como maestra".
La joven ucraniana se refiere a los cubanos admirando que disfruten
de la más grande riqueza, la espiritual, tienen un gran corazón, un
alma enorme, mucho humanismo, que vale más que cualquier cosa.
Ahora, en esta tercera vez, vengo a compartir el éxito médico y
humanitario del programa en su aniversario 17. "Acabo de cumplir los
26 años y, gracias a Cuba estoy entera", exclama con orgullo.
DE VUELTA A LA VIDA
Al doctor Julio Medina, director del hospital pediátrico de Tarará,
y Coordinador del Programa Cubano de atención a niños relacionados con
el accidente de Chernobil, quien refleja optimismo y alegría cuando
los menores y sus familiares le saludan y abrazan en plena área
deportiva, le pido que sugiera el título a este reportaje.
Me dice sin titubeos: Canto a la esperanza, y explica: a lo
largo de estos 17 años, y luego de que por Tarará hayan pasado 23 000
niños y adultos de Ucrania, Rusia y Belarús, principalmente, lo más
emocionante de todo es ver el retorno a la vida de quienes estuvieron
afectados directamente o por las secuelas de aquel accidente nuclear.
Recuerda que el primer grupo de 136 niños con enfermedades onco-
hematológicas graves, llegado a Cuba el 29 de marzo de 1990, fue
recibido por Fidel en el aeropuerto.
El propio Comandante en Jefe los visitó en los centros
hospitalarios de la capital, y decidió ampliar esa atención para poder
llegar a una mayor cantidad de menores afectados por aquel accidente.
Se refiere con admiración y reconocimiento al gesto de los pioneros
cubanos que pusieron su campamento a disposición de los enfermos de
Chernobil.
Tarará llegó a contar con 3 000 pacientes y acompañantes; y en la
actualidad se reciben entre 700 y 800 cada año. Toda la atención en
Cuba ha sido y es gratis, tanto lo referido a la alimentación,
transportación, logística, servicios de salud, medicamentos, y otras.
El coordinador del Programa trabaja en la instalación desde el año
1990, y al frente del hospital desde 1998. Hay historias muy
conmovedoras. "Recibimos a un niño con diagnóstico de síndrome
distónico, una enfermedad neurovegetativa. No caminaba y para
mantenerlo con el mínimo de convulsiones llegó a tomar hasta 120 dosis
por día. Había que mantenerlo en el piso o la cama todo el tiempo;
constantemente se retorcía por las convulsiones. Lo trajeron sin
esperanzas de ningún tipo".
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Vladimir, renació gracias a Cuba. Abrazar a su madre ya no es
problema. |
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Valentina Marchenko. Cinco años en silla de rue |
Los especialistas cubanos consiguieron una discreta mejoría,
requería ya de menos medicación, pero no era un resultado óptimo.
Comenzó entonces a ser tratado en el Centro Internacional de
Restauración Neurológica (CIREN) en momentos en que comenzaba a
practicarse en el mundo desarrollado una técnica quirúrgica para
intervenir a este tipo de pacientes.
Se habló con la madre, y dio su consentimiento. Así lo dejó
plasmado en carta firmada: "yo pongo a mi hijo en manos de los médicos
cubanos para lo que decidan", escribió.
Hubo que esperar más de un año mientras los médicos se entrenaban
en la técnica y se adquiría el equipamiento necesario. "Luego fueron
operados varios pacientes cubanos. Él, si no me equivoco, fue el
décimo en ser llevado al quirófano por la técnica de mínimo acceso, a
través de la cual se entraba al cerebro para trabajar en el tálamo,
haciendo una especie de reparación", relata Medina.
Y añade: "Posteriormente requirió un proceso de rehabilitación. El
muchacho empezó a evolucionar favorablemente, a comunicarse mejor. Es
inteligente, conserva su intelecto".
A pesar de sufrir una enfermedad degenerativa incurable, aquel
niño, hoy adolescente, ya camina, gracias a operaciones ortopédicas en
el Frank País para corregir extremidades y músculos atrofiados. Al
inicio era una especie de caracol, y ahora lo vemos andar por la
calle; hoy habla español, se llama Vladimir Saulasky Chaslac y ya
tiene 20 años, explica el doctor Medina con evidente satisfacción.
¿QUÉ DICE LA MADRE DE VLADIMIR?
Mientras Vladimir practicaba deportes en un área cercana, su mamá,
Svieta Saulasky, conversaba con Granma: "Hasta los siete años
fue muy saludable. Asistió al círculo infantil, luego a la escuela. A
esa edad le comenzó una deformación de la pierna izquierda.
El
doctor Julio Medina en la cotidianidad, junto a niños enfermos, sus
familiares, el traductor y otros trabajadores.
Fuimos a todos los médicos y nadie veía solución. Entonces vinimos
a Cuba. Traíamos 15 diagnósticos en el resumen de historia clínica, el
último de ellos fue en Moscú. La conclusión es que no tenía cura en
ningún país. Era como una sentencia de muerte.
Ahora puedes verlo caminar, lo que para mí es una enorme
felicidad", relata esta madre ucraniana.
Y concluye: "Yo no sé cómo expresar mi agradecimiento a todos los
cubanos porque mi hijo comenzó a vivir aquí. El renacimiento de un
hijo es algo extraordinario... Eso ha sucedido gracias a Cuba".
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UN SOLO PROPÓSITO
De los que han viajado a Cuba, más de 300 han sido pacientes
con enfermedades hematológicas, y de ellos 124 con leucemia. En su
mayoría han tenido muy buenos resultados. A seis se les
practicaron trasplantes de médula ósea.
Este programa único tiene un mérito compartido con diferentes
instituciones de salud de la capital.
Entre otros, los hospitales pediátricos William Soler, Juan M.
Márquez, el de Centro Habana y el Pedro Borrás; el Clínico
Quirúrgico Hermanos Ameijeiras; el Complejo Ortopédico Frank País;
el Instituto de Hematología, y el Cardiocentro infantil, que
realizó 14 operaciones de corazón a niños con malformaciones
congénitas complejas. También el Centro de Protección e Higiene de
las Radiaciones.
En los 17 años del Programa de Chernobil, que se cumplen hoy,
cientos y quizás miles, han sido los médicos, enfermeras, técnicos
y demás personal científico, auxiliar, de traducción, maestros, y
otros, que han hecho suyo este Canto a la esperanza. |
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