Hombres que caminan sobre el agua

Ronald Suárez Rivas y Alberto Borrego Ávila (fotos), enviados especiales.

ZULIA.— El lago Maracaibo les pertenece. De él extraen los camarones y el pescado con que dan de comer a sus familias, y levantaron un pueblo laborioso y humilde que ha soportado impasible el paso de los siglos.

Rubia Mendoza monta en su cayuco todos los días para ir a clases.

No se puede decir que el tiempo parezca detenido. El vasto campo de explotación petrolera y el puente majestuoso de 8 678 metros, que va de una orilla a la otra y es la mayor estructura de concreto armado de Latinoamérica, delatan la modernidad y alejan aún más los días en que galeones impulsados a vela surcaban este inmenso mar dulce.

Pero los indios añú y sus aldeas sobre el agua —llamadas palafitos—, son las mismas que hallaron a su llegada los conquistadores, y que uno de aquellos célebres marinos de capa y espada, evocando a la vieja Europa, denominó "la pequeña Venecia".

Américo Vespucio o Alonso de Ojeda, los historiadores no acaban de ponerse de acuerdo sobre quién bautizó esta región, que por derivación terminaron llamando Venezuela.

Las jornadas de la estomatóloga Nereyda Beltrán transcurren entre palafitos.

De todos modos, para el pueblo añú, que ya había puesto nombre en su lengua originaria a los lugares y las cosas, el dato es irrelevante. "Veneíza" —que en su dialecto significa lago azul—, así denominaron el lugar donde viven, y es la teoría que siguen defendiendo cinco siglos después.

Los palafitos ya estaban aquí en 1499, cuando aparecieron los primeros conquistadores, y son los únicos testigos de los saqueos de corsarios y piratas como Henry Morgan, el Olonés, William Jackson, entre otros de aquellos terribles bandidos del mar.

¿Mudarse a tierra firme? Eso nunca. Los añú son una etnia fluvial. "Kona aliley atey": hombres que caminan sobre el agua. Y podría agregarse —aunque esto lo supieron más tarde—, sobre un enorme yacimiento petrolero, que sería sustento de la nación entera.

Pero los pueblos añú terminaron el siglo XX seriamente amenazados. Las enfermedades de la piel y del estómago, y el parasitismo, se hicieron crónicos, debido al hábito de bañarse o hacer sus necesidades fisiológicas sobre las mismas aguas donde residen.

Siempre fue así, pero a fuerza de repetirse un día y otro, año tras año, los índices de contaminación se dispararon. Sin medicamentos ni personal sanitario que los asistiera, sus poblaciones corrían peligro. "Nunca Caracas escuchó nuestros reclamos, ni nos tuvo en cuenta", asegura Luis Felipe Pirela, anciano de más de un siglo de vida. "Aquellos eran tiempos malos, de pura esclavitud".

Así los halló el Gobierno bolivariano a su llegada al poder, y también los primeros doctores cubanos que arribaron acá en 1999.

En poco tiempo se notó la mejoría en los indicadores de salud.

Sin embargo, el programa fue abruptamente cortado por las aspiraciones a la presidencia del gobernador del estado de Zulia, en el extremo noroeste del país, quien enarboló en su campaña electoral un fuerte acento anticubano.

"Se fueron los cubanos, ¿qué va a ser de nosotros ahorita?", decía un cartel escrito con trazos rústicos y apurados que apareció en una pared. Pero el reclamo unánime del pueblo los trajo de vuelta; y con ellos a estomatólogos, educadores, instructores deportivos, quienes desandan hoy cada rincón de la geografía zuliana.

Sobre los palafitos se montaron consultas, se prepararon aulas, y el pueblo añú, por primera vez en su historia, pudo disponer de los servicios que antes le fueron negados.

Todos los días, Rubia Mendoza monta en su cayuco, y a golpe de remo navega hasta otra choza sobre zancos, como la suya, donde aprendió a leer y a escribir, y ahora está a punto de concluir el sexto grado. Desde que nació, hace 70 años, ha vivido en la Laguna de Sinamaica, refugio de la principal comunidad añú, con unos 5 500 habitantes.

Aunque siempre quiso estudiar, "en otros tiempos no hubo cómo hacerlo". De modo que, aunque algunos podrían pensar que ya es tarde, Rubia asegura que "si hemos tenido esta oportunidad, debemos aprovecharla. Voluntad es lo que se sobra".

La estomatóloga Nereyda Beltrán también apela al cayuco, que es el medio exclusivo de transporte en Sinamaica. De tanto hacerlo para llegar al consultorio o realizar labor de terreno, ya está acostumbrada. Pero hasta el último vecino aprecia el gesto, porque nunca antes un médico se aventuró por esta región.

Por ello, cuando el Misión Barrio Adentro se instaló en uno de los sectores más apartados de la laguna, el embarcadero se hizo pequeño para tanto bote cargado de pacientes.

Desde entonces, Johny González, uno de los primeros en recibir asistencia, admira a los doctores cubanos, porque "siempre están a la orden y trabajan incansablemente".

Y Agrimilda Sánchez, quien llevaba tres años tomando remedios caseros para aliviar los dolores de muela, agrega que son muy queridos, debido a su sencillez y al cariño con que tratan al que los necesita.

De palafito en palafito, el sentimiento es el mismo. Cuentan que desde hace mucho, aquí sintonizaban Radio Habana Cuba para escuchar a Fidel Castro, y que soñaban con un líder como él; pero nunca pensaron que fuera capaz de hacer tanto por los kona aliley atey, los hombres que caminan sobre el agua.

 

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