Hipnosis

JORGE FIALLO

Que la sugestión colectiva es posible, se vuelve un lugar común. Verla delante es ya otra co-sa, sobre todo si la provocó un director como el norteamericano Ber-nard Rubenstein con la Orquesta Sinfónica Nacional en nuestro Amadeo Roldán una tarde dominical de anunciado, pero ausente frente frío.

Bernard Rubenstein.

De frío nada —bien caluroso el teatro, sin reparar el aire—, hasta que la batuta indujo, con la obertura de El cazador furtivo, de Carl María von Weber, la atmósfera glacial de misterio, fantasía y leyenda del pacto diabólico de un cazador luchando por la mano de su princesa, con cuerdas presagiando la carga romántica por venir, trompas remedando el canto lírico de lejanos cuernos de caza (con emisión decidida, pero cuidando el empaste), metales y tutti en la escalada. El maestro Rubenstein hizo más que resaltar hasta el detalle cada matiz: su batuta movía una orquesta ideal —será el hábito, imagino, y las sonoridades que lleva dentro— mostrando qué espera e induciendo con esa maña sugestiva la excelencia en cada aliento, golpe, roce, de modo que el sonido brota como sin soplar, pegar ni rozar agente físico alguno.

Como mar batiente sometido por diques de piedra con piedra, la marimba de Luis Barrera trajo el poder del pulso y flujo precisos, labrados al detalle, para que la sorpresa cayera por su peso, develando la magia del Concertino para marimba y orquesta, de Paul Creston. Oficio y arte se igualan en la partitura y en Barrera para ocultar los trucos y ganamos dejándonos so-meter conscientemente la voluntad sin olvidar qué pa-sos dio para llegar a ese punto: los cambios en dureza de bolillos y baquetas destacaron puntadas melódicas, y la blandura fundió los acordes redoblados, como en el segundo movimiento a cuatro baquetas, en que prácticamente acompañó a la orquesta con un manto sonoro aterciopelado. Nada de supuesta monocromía en el timbre de la marimba si proyecta colores como lo consiguió el solista cubano.

El cierre con la Sinfonía no. 7, de Beethoven, después de un intermedio que no deshizo el encantamiento, trajo de nuevo aquella orquesta soñada, alejando el calor que distiende y desafina un tanto apenas perceptible, sumergidos como estábamos en una atmósfera ora gélida o cálida, diversa en múltiples caracteres, movilidad exterior e interior, impulso suave o fuerza descomunal, encauzados en tiempo y medida por una batuta que relaja neuronas hasta moverlas a su compás, con pulso y fluidez en perfecta armonía, como la que hizo reinar en todos nosotros.

 

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