De frío nada —bien caluroso el teatro, sin reparar el aire—, hasta
que la batuta indujo, con la obertura de El cazador furtivo, de
Carl María von Weber, la atmósfera glacial de misterio, fantasía y
leyenda del pacto diabólico de un cazador luchando por la mano de su
princesa, con cuerdas presagiando la carga romántica por venir,
trompas remedando el canto lírico de lejanos cuernos de caza (con
emisión decidida, pero cuidando el empaste), metales y tutti en la
escalada. El maestro Rubenstein hizo más que resaltar hasta el detalle
cada matiz: su batuta movía una orquesta ideal —será el hábito,
imagino, y las sonoridades que lleva dentro— mostrando qué espera e
induciendo con esa maña sugestiva la excelencia en cada aliento,
golpe, roce, de modo que el sonido brota como sin soplar, pegar ni
rozar agente físico alguno.
Como mar batiente sometido por diques de piedra con piedra, la
marimba de Luis Barrera trajo el poder del pulso y flujo precisos,
labrados al detalle, para que la sorpresa cayera por su peso,
develando la magia del Concertino para marimba y orquesta, de
Paul Creston. Oficio y arte se igualan en la partitura y en Barrera
para ocultar los trucos y ganamos dejándonos so-meter conscientemente
la voluntad sin olvidar qué pa-sos dio para llegar a ese punto: los
cambios en dureza de bolillos y baquetas destacaron puntadas
melódicas, y la blandura fundió los acordes redoblados, como en el
segundo movimiento a cuatro baquetas, en que prácticamente acompañó a
la orquesta con un manto sonoro aterciopelado. Nada de supuesta
monocromía en el timbre de la marimba si proyecta colores como lo
consiguió el solista cubano.
El cierre con la Sinfonía no. 7, de Beethoven, después de un
intermedio que no deshizo el encantamiento, trajo de nuevo aquella
orquesta soñada, alejando el calor que distiende y desafina un tanto
apenas perceptible, sumergidos como estábamos en una atmósfera ora
gélida o cálida, diversa en múltiples caracteres, movilidad exterior e
interior, impulso suave o fuerza descomunal, encauzados en tiempo y
medida por una batuta que relaja neuronas hasta moverlas a su compás,
con pulso y fluidez en perfecta armonía, como la que hizo reinar en
todos nosotros.