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Aniversario 45 – Segunda Declaración de la Habana
Marcha de gigantes
Gustavo
Robreño Dolz
No
es casual que, tanto la Primera como la Segunda Declaración de La
Habana, se inicien con la evocación del recuerdo imperecedero de José
Martí. A la cabeza del histórico documento aprobado por el pueblo de
Cuba en Asamblea General Nacional, efectuada en la Plaza de la
Revolución, figuran las palabras del Apóstol en la memorable carta a
su amigo mexicano Manuel Mercado: "Ya puedo escribir¼
ya estoy todos los días en peligro de dar mi vida por mi país y por mi
deber¼ de impedir a tiempo con la
independencia de Cuba que se extiendan por las Antillas los Estados
Unidos y caigan, con esa fuerza más, sobre nuestras tierras de
América. Cuanto hice hasta hoy, y haré, es para eso".
El 4 de febrero de 1962, cuando la mayor y más compacta multitud
jamás reunida anteriormente en nuestro país, aprobó e hizo suya la
Segunda Declaración de La Habana, estaba dando digna respuesta al
imperialismo yanki y a su Ministerio de Colonias (la OEA) por haber
llevado a cabo la farsa bochornosa de Punta del Este y reafirmando su
decisión inquebrantable en defensa de la soberanía nacional, la
independencia de la Patria, la Revolución y su carácter socialista.
Posiblemente lo más importante, y lo que estremece al releerla al
cabo de más de cuatro décadas, es que Fidel dio a conocer allí un
examen detallado y analítico —como posiblemente nunca antes se hubiera
realizado—, de la realidad latinoamericana, de la explotación
capitalista e imperialista sobre nuestro continente, de las luchas
revolucionarias y de las búsquedas incesantes y los caminos que
deberían recorrer nuestros pueblos para su emancipación definitiva, la
que no alcanzaron al liberarse de la metrópoli española.
Muchos afirman, con razón, que la Segunda Declaración de La Habana
puede considerarse como el documento político más importante y
trascendente formulado en América Latina en la segunda mitad del
pasado siglo; que reúne armoniosamente las condiciones de análisis
científico y de guía para la acción y que su visión de largo alcance
aparece confirmándose en los albores del siglo XXI.
La Declaración aborda y esclarece de manera didáctica el
surgimiento del capitalismo y el inicio de su fase imperialista, la
situación contemporánea del imperio y su crisis insalvable.
Desenmascara al imperialismo yanki y su esencia como principal
explotador de los pueblos de América y verdadero responsable de su
subdesarrollo y atraso, del hambre, la ignorancia y las enfermedades,
así como de los regímenes tiránicos impuestos para salvaguardar ese
saqueo, acentuado por el miedo a la revolución latinoamericana.
En cuanto a la desvergonzada reunión de los cancilleres de la OEA
en Punta del Este, se evidencia que allí el gobierno de Estados Unidos
quedó al desnudo en su miserable propósito anticubano, confirmando la
advertencia martiana cuando la Declaración afirma: "Ya los Estados
Unidos no podrán caer jamás sobre América con la fuerza de Cuba pero,
en cambio, dominando a la mayoría de los estados de América Latina,
Estados Unidos pretende caer sobre Cuba con la fuerza de América".
La Revolución cubana mostró a América y al mundo que no hay fuerza
capaz de impedir el movimiento de liberación de los pueblos. Y esta es
una verdad que se ha visto ratificada en los tiempos recientes, tras
la resistencia heroica y victoriosa del pueblo cubano frente al
periodo especial y los sucesivos triunfos populares en los países
latinoamericanos y caribeños, en el avance impetuoso de la integración
económica y la unidad política, en el descrédito y la bancarrota del
imperio y su desprestigiado modelo neoliberal.
La Segunda Declaración de La Habana no da recetas, pero sí proclama
que "el deber de todo revolucionario es hacer la revolución",
enfatizando rotundamente que "frente a la acusación de que Cuba quiere
exportar su revolución, respondemos: las revoluciones no se exportan,
las hacen los pueblos. Lo que Cuba puede dar y ha dado ya es su
ejemplo". Palabras proféticas que pueden ser confirmadas hoy con más
fuerza que nunca.
Es que la Declaración no se equivocó cuando dijo que "ningún pueblo
de América Latina es débil, porque forma parte de una familia de
doscientos millones de hermanos que padecen las mismas miserias,
albergan los mismos sentimientos, tienen el mismo enemigo, sueñan
todos un mismo mejor destino y cuentan con la solidaridad de todos los
hombres y mujeres honrados del mundo entero".
Dijimos que la Segunda Declaración de La Habana tiene la virtud de
ser, a la vez, análisis científico y guía para la acción. Así lo
demuestra cuando expone que la burguesía, en los países de América
Latina, no puede encabezar la lucha antifeudal y antimperialista, pues
la paraliza el temor a la revolución social y solo sus capas más
progresistas estarán junto al pueblo; cuando llama a combatir el
divisionismo, los prejuicios, el sectarismo, el dogmatismo y la falta
de amplitud al analizar el papel de cada sector de la sociedad; cuando
señala que en la lucha antimperialista y antifeudal se pueden
vertebrar muchas fuerzas: obreros, campesinos, trabajadores
intelectuales, pequeña burguesía y hasta las capas más progresistas de
la burguesía nacional.
Y afirma textualmente: "Pueden luchar juntos desde el viejo
militante marxista hasta el católico sincero que no tenga nada que ver
con los monopolios yankis ni los señores feudales".
Con respecto a la revolución latinoamericana, la considera como una
realidad objetiva e inexorable que el imperialismo yanki intentará
enfrentar con más represión y violencia, con más explotación y saqueo.
Tal premonición se demostró con la implantación a sangre y fuego del
modelo neoliberal.
Pero la Segunda Declaración de La Habana no es ajena a las esencias
líricas de América Latina y la poesía conmovedora caracteriza a más de
uno de sus párrafos finales, tal como fue expresado por el Che desde
el podio de la Asamblea General de la ONU:
"Ahora esta masa anónima, esta América de color, sombría,
taciturna, que canta en todo el continente con una misma tristeza y
desengaño, ahora esta masa es la que empieza a entrar definitivamente
en su propia historia, la empieza a escribir con su sangre, la empieza
a sufrir y a morir. Porque ahora, por los campos y las montañas de
América, por las faldas de sus sierras, por sus llanuras y sus selvas,
entre la soledad y el tránsito de las ciudades o en las costas de los
grandes océanos y ríos, se empieza a estremecer este mundo lleno de
razones, con los puños calientes de deseos de morir por lo suyo, de
conquistar sus derechos, casi quinientos años burlados por unos y por
otros.
"Ahora sí la Historia tendrá que contar con los pobres de América,
con los explotados y vilipendiados de América Latina, que han decidido
empezar a escribir ellos mismos, para siempre, su historia¼
"
Es oportuno agregar que, al concluir Fidel la lectura de la
Declaración, y antes de su aprobación, la Asamblea acordó "solicitar
de todos los amigos de la Revolución cubana en América Latina que sea
difundida ampliamente entre las masas obreras, campesinas,
estudiantiles e intelectuales de los pueblos hermanos de este
continente", y ello se añadió al texto definitivo.
Caía ya la noche cuando el Jefe de la Revolución proclamó ante la
enorme multitud, que a pie firme y en impresionante silencio lo había
escuchado: "Queda aprobada por el pueblo de Cuba la Segunda
Declaración de La Habana y se da por terminada esta Asamblea".
Resonaba en todos los ámbitos una conclusión histórica, que la
Revolución cubana avizoró y que esta Declaración plasmó como ninguna
otra: que esta gran Humanidad ha dicho ¡basta! y ha echado a andar. Y
que su marcha de gigantes —una marcha larga, dolorosa pero finalmente
victoriosa—, ya no se detendrá hasta conquistar la única, verdadera,
irrenunciable independencia. |