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23 de enero de 1959
Fidel tomó a Caracas
LUIS BÁEZ
Viernes 23 de enero de 1959. Temprano en la mañana existe un
inusual movimiento en el aeropuerto de Columbia —Ciudad Libertad. El
motivo: una embajada revolucionaria encabezada por el Comandante en
Jefe Fidel Castro parte rumbo a Venezuela.
Fidel
firma el Libro de Oro del Concejo Municipal de Caracas.
Es el primer viaje de Fidel al exterior. Su visita constituye un
sentimiento de gratitud a la ayuda moral y material brindada por los
venezolanos a la causa de la libertad cubana y de reciprocidad para
todas las instituciones que lo han invitado celebrar el primer
aniversario de la caída del dictador Marcos Pérez Jiménez.
En la pista dos aviones: un Britannia de la Compañía Cubana de
Aviación y un Superconstellation de Aeropostal Venezolana. A la
terminal aérea han arribado más pasajeros que asientos en conjunto
tienen las dos naves. Nadie quiere perderse la histórica visita. Fidel
ordena que incorporen una aeronave de la fuerza aérea.
El capitán Enrique Jiménez Moya nos entrega a los periodistas el
pase a bordo.
Jiménez Moya, dominicano, 47 años. Llegó a la Sierra Maestra el 7
de diciembre de 1958 procedente de Venezuela. La nave aterrizó en
Cienaguilla. Igualmente arribaron Manuel Urrutia, Luis Bush, Luis
Orlando Rodríguez y Willy Figueroa.
El avión un C-46 piloteado por José R. Segredo transportó una
importante ayuda en armamento y pertrechos para el Ejército Rebelde
enviados por el contralmirante Wolfgang Larrazábal.
A su vez el teniente de navío Carlos Alberto Taylhardt jefe del
apostadero naval de la Guaira mandó a Fidel, en reconocimiento a su
hombría y valor, un rifle FAL de regalo.
Jiménez Moya es portador de un mensaje para el jefe guerrillero, de
la Unión Patriótica Dominicana de Venezuela que lo nombra como su
representante en la misión de foguear en la lucha guerrillera a un
grupo de jóvenes dominicanos que deberían llegar a la Sierra Maestra.
Participó en el combate de Maffo donde la esquirla de una granada
de mortero le atravesó un riñón. Es operado sobre el banco de un
parque. Terminó la guerra con grados de capitán.
El 14 de junio de 1959, en unión de otros patriotas, marchó a su
patria al frente de los expedicionarios de Constanza, Maimón y Estero
Hondo con el objetivo de derrocar al dictador Rafael Leónidas
Trujillo. A los pocos días de desembarcar por Constanza pierde la vida
combatiendo contra el ejército.
Fidel y su comitiva: Celia Sánchez, Pedro Miret, Paco Cabrera,
Violeta Casals, Luis Orlando Rodríguez y otros compañeros, realizan la
travesía en la nave de matricula venezolana. Al frente de la
tripulación va el capitán Julio Araque.
El aparato enfila rumbo a Gran Caimán, bordeando posteriormente la
costa de Colombia hasta arribar a Caracas. No es la ruta habitual pero
se ha desviado por motivos de seguridad.
Trujillistas y batistianos refugiados en dominicana no cesan de
lanzar amenazas contra la revolución triunfante. Los pilotos toman las
medidas adecuadas para evitar cualquier tipo de provocación.
Fidel apenas se mantiene en su asiento. Se levanta y camina de uno
a otro extremo del pasillo. Habla, pregunta, comenta.
—Pedí que suspendieran la transmisión televisada de los juicios a
los criminales de guerra. Es un espectáculo desagradable. Hiere la
sensibilidad pública.
El ruido de los motores ejerce su efecto en algunos de los viajeros
que se dejan vencer por el sueño. Los únicos que no se dejan ganar por
el cansancio son los bravos combatientes de la Sierra Maestra que
conversan y bromean animadamente, amontonándose junto a las
ventanillas para contemplar el horizonte.
Así van pasando las horas. Cuando se divisa la silueta maciza de la
cordillera andina, Fidel se sitúa en la cabina de mando junto al
capitán Araque. Es mediodía y ante sus ojos aparece resplandeciente la
capital venezolana y el Jefe de la Revolución cubana, exclama:
—¡Ah! Si La Habana hubiera estado rodeada de esas montañas la
guerra no hubiera durado tanto tiempo.
Le interrumpe el radio operador para entregarle un mensaje enviado
por la tripulación de un avión de Aeropostal, vuelo numero 254 dándole
la bienvenida al líder cubano. Lo firma el comandante René Arreza. Es
el primer saludo del noble pueblo venezolano.
Desde el Superconstellation se advierte el imponente panorama de la
multitud. No se escucha por el ruido, se distingue con el espíritu el
cálido rumor de millares de caraqueños.
El avión dibuja círculos sobre la ciudad. Abajo, una cadena de
autos se dirige hacia la terminal aérea. Se ven telas y banderas.
Caracas está de fiesta. El aterrizaje se demora mientras se establece
contacto con las radioemisoras que van a transmitir el saludo y la
gratitud de Cuba en la voz de su líder.
—Esto más que un mensaje —son las palabras del Comandante en
Jefe— es la expresión del extraordinario momento que estoy
experimentando. He quedado deslumbrado con el panorama que me ofrece
la ciudad de Caracas. Cuando volamos por sobre los cerros caraqueños
me daba la impresión que estaba en la Sierra Maestra. Reciba el pueblo
de Caracas y de Venezuela mi más profundo agradecimiento por esta
oportunidad que me brinda de asistir al aniversario de su liberación.
Estoy emocionado con este cielo tan azul, que se ve más bonito porque
lo embellece la libertad.
Un locutor venezolano, responde al emocionado mensaje, leyendo una
nota publicada en el diario La Razón.
—Hoy vive el pueblo venezolano su emoción más profunda y martiana.
Un hijo de Cuba, de la misma pasta del Apóstol y de la contextura
batalladora de Maceo, viene a compartir con nosotros el aniversario
del 23 de enero. Y viene después de haber realizado la hazaña
libertadora y libertaria más asombrosa de nuestro tiempo americano.
Cuando el avión enfila la pista de aterrizaje, la multitud desborda
los cordones de protección. Nada la contiene. Por unos segundos parece
que va a producirse una catástrofe, porque han inundado la vía, en el
camino del poderoso aparato aún con las hélices en marcha.
El piloto tuerce bruscamente a la izquierda, proa al mar lejano,
eludiendo a la gente que casi quiere detener la nave con sus manos.
Hay unas cuantas sacudidas y el potente cuatrimotor se detiene.
Enseguida, queda envuelto en una marejada humana. Los infantes de
marina responsables de la seguridad del aeropuerto tratan de contener
a la multitud.
El
Jefe de la Revoluciòn se dirige a los estudiantes en el Aula Magna de
la
Universidad de Caracas.
Se abren las puertas de la nave y aparece el líder rebelde que
agitando su mano derecha saluda al pueblo a la vez que este le
responde:
—¡Viva Cuba! ¡Viva Venezuela! ¡Viva Fidel!
No le llaman por el apellido. En Venezuela como en Cuba, es simple
y llanamente Fidel con el derecho que a la familiaridad da el
cariño.
En el aeropuerto de Maiquetía no cabe un alma más. Desde horas de
la madrugada miles de venezolanos se han dado cita portando banderas
latinoamericanas y carteles que apoyan la justicia revolucionaria en
Cuba
Entre los que asisten a darle la bienvenida al héroe de la Sierra
Maestra está el contralmirante Larrazábal. Para él es un gran día.
Hace exactamente un año que sus navíos de guerra entraron en acción
coordinada con la huelga general que precipitó el derrocamiento de
Pérez Jiménez.
Forman parte de la marea humana Fabricio Ojeda, presidente de la
Junta Patriótica que contribuyó a forjar la victoria del 23 de enero,
Luis Beltrán Prieto, a nombre de Acción Democrática (AD), Jóvito
Villalba, máximo dirigente de la Unión Republicana Democrática (URD) y
otras personalidades.
Es la 1:25 minutos de la tarde, hora de Caracas, Venezuela.
RUMBO A CARACAS
Ya en tierra, Fidel y sus acompañantes se dirigen hacia los autos
que les esperan para trasladarse a Caracas. Son unos pocos metros los
que debe recorrer. Le detienen. Abrazan. El reflejo multitudinario le
zarandea de un lado a otro. Alguien, seguramente un admirador, le
sustrae la pistola del cinto. En años venideros podrá mostrar el arma
a sus nietos como una reliquia histórica.
No es fácil organizar la caravana. La autopista que enlaza
Maiquetía-Caracas, desde horas de la madrugada, está congestionada de
mujeres, hombres y vehículos. A su paso el Jefe rebelde es vitoreado
por miles de venezolanos que se han dado cita portando banderas
latinoamericanas y carteles que apoyan la justicia revolucionaria en
Cuba. Parece como si Fidel nunca fuera a llegar a su destino.
La primera parada es en el restaurante El Pinar donde la Junta de
Gobierno le ofrece un almuerzo. La distancia que lo separa del
aeropuerto es solo 17 kilómetros y demora tres horas en recorrerlos.
La estancia en el elegante restaurante El Pinar se prolonga hasta
cercanas las seis de la tarde. Al lado de Fidel se sientan el
canciller René de Sola y el ministro del Interior, Augusto Márquez
Cañizares.
Se prescinde de todo ceremonial y protocolo. Se habla, se ríe y se
narran anécdotas de la Sierra y se recuerdan dramáticos episodios del
23 de enero de 1957, que marcó el desplome de la tiranía de Pérez
Jiménez, el nefasto general "Tarugo".
También asisten Gustavo Machado, secretario general del Partido
Comunista, Miguel Otero Silva, director del periódico El Nacional,
Gonzalo Barrios de Acción Democrática, Fabricio Ojeda, Larrazábal y
otros políticos.
El canciller De Sola pronuncia unas breves palabras de bienvenida.
Le responde el héroe del Moncada.
—Quiero que el concepto Patria tenga mayor alcance, que al decir
patria nos estemos refiriendo a la Gran América que componen nuestras
pequeñas patrias.
Mira el reloj de pulsera:
—Ahora debemos irnos. El pueblo nos espera desde hace muchas horas.
Allá continuaremos hablando.
Mientras tanto, Caracas aguarda a Fidel en la Plaza del Silencio.
Es el mismo delirio del aeropuerto de Maiquetía. Hasta donde permite
la vista se extiende un mar de cabezas. Las gentes se apretujan en los
balcones y azoteas engalanados de banderas. La concurrencia, certifica
la prensa caraqueña, excede a las 300 000 personas.
Durante
un almuerzo que le fue ofrecido, el Comandante
recorrió el Cerro de El Ávila
en compañía de un grupo
de militares venezolanos.
El público trata de subir a la tribuna que amenaza con venir al
suelo. Por los micrófonos se dirigen ruegos y apelaciones a la calma.
Al poco tiempo renace la calma y el desorden se transforma en aplausos
y vítores cuando se advierte la presencia de Fidel.
Es Fabricio Ojeda, a nombre de la Junta Patriótica que forjó la
victoria del 23 de enero, quien abre el acto. Es breve. Y finaliza su
intervención con una frase que traduce los anhelos del continente.
—La hora de América, la hora de la justicia ha llegado. El espíritu
de la revolución popular esta cabalgando sobre los suelos de América.
Y Larrazábal:
—Hoy estoy hablando como un venezolano más que se siente feliz y
dichoso porque aquí se encuentra el líder máximo de la revolución
cubana que vino a compartir con nosotros estas horas de felicidad.
Durante todo el día de hoy he estado acompañando a esta máxima figura
americana, al "relámpago" de la Sierra Maestra. Venezuela es hoy una
tierra que pueden visitar estos hombres insignes de América.
También intervienen Machado, Villalba, los dirigentes sindicales
José González Navarro y Jesús Carmona al igual que los combatientes de
la Sierra Maestra: Jorge Enrique Mendoza, Orestes Valera y Luis
Orlando Rodríguez.
Cuando anuncian a Fidel la ovación es interminable. Da la impresión
como que no encontrará silencio para poder hablar y comienza:
—¡Hermanos de Venezuela!
Se produce un profundo mutismo y durante dos horas hace un recuento
de la lucha liberadora en la Isla y el derecho de Cuba a aplicar la
justicia revolucionaria. Ha logrado el silencio. Crece a medida que
habla y sus palabras cobran un excepcional acento americano. Brotan
los nombres de Bolívar y de Martí.
Y al final:
—Llevo en mi corazón el impacto de las multitudes.
Los diarios matutinos resaltan en su primera plana la presencia de
Fidel y el apoyo popular a la causa cubana. En un cintillo el tabloide
Pregón en grandes letras destaca: Fidel tomó a Caracas.
Es cierto, la noble ciudad cuna de Bolívar se rinde al hijo de
Cuba. Fidel es un símbolo del vigoroso anhelo de redención económica y
política que agita el subsuelo americano. Para revitalizar, siquiera
en el campo de las ideas y el espíritu el sueño colosal del
Libertador, ningún escenario mejor que la propia patria del héroe de
Junín.
La toma de Caracas tiene un reverso. Es Caracas quien se ha
apoderado de Fidel. A su paso, las madres alzan los hijos pequeños
para que tengan un atisbo del héroe. Los dedos que nunca se fatigaron
sobre el gatillo sostienen el bolígrafo, firmando autógrafos.
Sobre una blanca hoja de libreta traza un saludo que le solicita un
reportero de El Nacional. El periodista examina el documento y hace
una observación.
—Comandante. Usted escribe Pueblo con mayúscula.
Y Fidel
—¡A ver! ¡Hasta en la ortografía se expresa la democracia!
En la mañana del sábado 24 el Concejo Municipal de Caracas en
sesión solemne lo declara Huésped de Honor.
Fidel agradece la distinción. En el salón un óleo llama su
atención. Recoge el momento en que los próceres venezolanos firman el
acta de independencia.
—Imaginen aquel 5 de julio de 1811, subraya, aquellos héroes
se sintieron felices ese día, porque creyeron haber conquistado la
libertad definitiva del pueblo. Y, sin embargo, cuánto ha tenido que
luchar Venezuela después de esa fecha. ¡Es que la historia de América
se ha escrito con dolor, con sudor, con lágrimas, con sangre!
En la estancia espera la comisión congresional compuesta por Jóvito
Villalba, Gonzalo Barrios, Miguel Ángel Landáez y César Rondón Lovera,
que lo acompañara hasta el Parlamento.
En horas del mediodía, exactamente a las doce, comienza la reunión
conjunta del Congreso para rendirle homenaje al ilustre visitante.
Entre los diputados aplaude con euforia el poeta Gonzalo García
Bustillos que cuarenta años más tarde será el embajador de Venezuela
en Cuba.
Rafael Caldera, presidente de la Cámara declara abierta la sesión y
le concede la palabra a Domingo Alberto Rangel, de Acción Democrática,
quien habla en nombre de los congresistas.
—Estamos recibiendo a un hijo de Venezuela, afirma, porque Fidel
Castro tiene carta de naturaleza en nuestro país. Venezuela madre de
libertadores, debe premiar como hijo suyo a quien ha sabido liberar de
la opresión y el terror a un país hermano.
Resalta el orador:
—La figura que ahora nos visita y quiero decirlo sin incurrir en el
pecado de sacrilegio, tiene rasgos que lo semejan de manera notoria,
con aquel joven Simón Bolívar.
Y precisa.
—Castro es hoy un héroe, quizás el único héroe que ha producido
América Latina desde que terminó la gesta de los Libertadores.
Le toca responderle a Fidel. Se pone de pie. El público que ha
colmado las tribunas le pide que descienda del presidium. Solicita
permiso para complacerlos y se dirige al puesto dejado vacante por
Rangel. Es su cuarto discurso en las últimas veinticuatro horas.
Desde lo alto de "la barra" alguien exclama: "Aquí no ha habido una
verdadera revolución".
Fidel levanta la vista como buscando al que ha gritado. No se
inmuta. Lentamente comienza su intervención:
—Pero puede haberla. No toda revolución tiene que ser violenta.
Aquí en Venezuela, ahora que el gobierno constitucional comienza sus
funciones y las leyes se discuten en este Congreso. No se debe dejar
morir el espíritu de la revolución, el espíritu del pueblo.
En su discurso analiza pausada y serenamente, el drama de América.
Antes de terminar lee un documento escrito por él cinco días después
del golpe del 10 de marzo de 1952. Su contenido a casi siete años de
distancia es asombroso. Advertía con percepción extraordinaria, todo
lo que ocurriría durante el mandato del dictador Fulgencio Batista:
malversaciones, crímenes, muertes y la reacción del pueblo. Es un
manuscrito visionario.
Otra vez la batalla contra el tiempo. Lo esperan en la Ciudad
Universitaria. En el Aula Magna el rector Francisco De Venanzi en
unión del Consejo Universitario y todos los catedráticos en pleno
junto al estudiantado le da la bienvenida.
La algarabía es tremenda. Los estudiantes aplauden, gritan, golpean
rítmicamente el piso, agitan pañuelos blancos. Fidel es uno de los
suyos. Es un hermoso desorden.
—Esto me recuerda las reuniones en la plaza Cadenas en la
Universidad de La Habana —comenta Fidel.
Es como si regresara a sus días universitarios, tan próximos y tan
distantes. Por un momento retorna al mitin de la campana de La
Demajagua, a las campañas contra K—Listo Kilowat —costo de la
electricidad— y a las pedreas contra las perseguidoras de la tiranía.
El rector anuncia la creación del Comité por la Liberación de Santo
Domingo. Fidel es el primer contribuyente con cinco bolívares tras lo
cual dice que así se inicia la "Marcha del Bolívar por la Libertad de
la República Dominicana". Seguidamente el contralmirante Larrazábal
hace su aporte.
Entre los invitados está el poeta chileno Pablo Neruda. El autor de
Residencia en la Tierra y Veinte Poemas de Amor y una
canción desesperada se encamina al podio para leer su poema Un
Canto para Bolívar. Antes, expresa sus sentimientos.
—En esta hora dolorosa y victoriosa que viven los pueblos de
América, mi poema con cambios de lugar, puede entenderse dirigido a
Fidel Castro, porque en las luchas por la libertad cada vez surge el
destino de un hombre para dar confianza al espíritu de grandeza en la
historia de nuestros pueblos.
Cuando Neruda concluye se dirige a la mesa presidencial. En los
momentos en que saluda a Fidel exclama:
—Sí algún día se escribe la historia de este poeta quiero que se
diga que una vez vio, habló y estrechó la mano del genuino libertador
de Cuba.
Se ve a Fidel emocionado. Son sinceras muestras de afecto, cariño
hacia el pueblo cubano a través de su persona. Una joven del Orfeón
Universitario le obsequia su boina azul. Se la pone y se dirige a la
tribuna. No muestra signos de cansancio. El contacto con la juventud
actúa como un estimulante.
—Ningún sitio de Venezuela me ha sido más familiar que la
Universidad. Yo, que he sido estudiante, en ningún sitio me podía
encontrar mejor que reunido con ustedes.
Concentración
popular en la Plaza del Silencio, donde el Comandante en Jefe
pronunció un emotivo discurso ante
el pueblo venezolano.
Cada discurso de Fidel representa una tesis nueva, una idea
original. Explica la génesis y orientación de la revolución. Plantea
que se impone la creación de una agencia informativa al servicio de la
democracia, para que defienda a los pueblos americanos y sirva de
contrapeso a las campañas confusionistas empeñadas a desfigurar la
verdad.
En sus palabras se refiere a la necesaria solidaridad con la lucha
del pueblo dominicano. Antes de concluir afirma:
—Estas montañas que rodean a Caracas son una garantía de la
libertad.
De la Ciudad Universitaria parte hacia el Palacio de Miraflores
donde se reúne con la Junta de Gobierno.
En la noche, el embajador cubano Francisco Pividal ofrece una
recepción en su honor.
La residencia resulta pequeña para albergar a tantos invitados. En
la azotea se improvisa una conferencia de prensa. Más de cincuenta
periodistas de diversas nacionalidades le rodean y hacen preguntas.
Los rebeldes que acompañan al líder cubano reciben profundas
muestras de cariño de parte de los caraqueños quienes le llaman
"Chivudos" por las barbas.
El domingo 25, Fidel se traslada al hotel Humboldt, en la cima del
majestuoso cerro de El Avila. El trayecto es a bordo del único medio
de transporte: un teleférico.
Desde la altura se contempla el panorama de Caracas y sus colinas
circundantes, y del otro, el mar.
Hace un recorrido a pie por las montañas cuya topografía en mucha
mayor escala, copia la Sierra Maestra. Vuelve a sentirse como en su
casa.
Antes del regreso a la patria Fidel visita a Rómulo Betancourt,
quién acababa de ser electo presidente de Venezuela, en su residencia
Marítmar en Baruta. La entrevista tiene un carácter privado.
Betancourt cita para la ocasión a una gran concurrencia compuesta
por representantes de los medios de comunicación quienes prácticamente
impiden a los dos políticos conversar.
Al observar tanto alboroto Celia Sánchez le comenta al embajador
Pividal: "Oye, ¿qué es lo que busca Rómulo, una entrevista o un show?"
En un momento determinado Rómulo invita a Fidel a trasladarse para
una terraza cerrada con cristales ubicada en la parte trasera de la
casa. Dos horas y diez minutos después concluyen la reunión. No se
filtra nada de lo conversado.
A la una de la madrugada del martes 27, Fidel se encuentra en el
aeropuerto de Maiquetía preparándose para el regreso. Está cansado
pero feliz. La visita a Venezuela representa una gran victoria moral
para la causa de Cuba.
El regreso es en el Britannia de Cubana. Ya dentro de la nave el
comandante Paco Cabrera se percata que en el avión en que se
desplazaron a Caracas se han quedado unas armas personales
pertenecientes a la escolta. Baja a buscarlas. No advierte que por la
pista se aproxima rodando suavemente un Douglas C-4. Se escucha un
grito de alarma:
— ¡Cuidado!
Cabrera se vuelve rápidamente. La nave esta sobre él. Se encoge en
un gesto instintivo de defensa y una de las paletas de la hélice le
golpea brutalmente. Cuando se acercan a recogerlo, está muerto.
El valeroso oficial oriental, guerrillero de numerosos combates no
acompaña a su jefe y a sus compañeros en el regreso. En el vuelo de
retorno nadie habla.
La mayoría duerme. Otros revisamos los diarios caraqueños. El
Nacional resalta una frase de Fidel en su discurso en la Plaza del
Silencio:
— ¡Ojalá que el destino de nuestros pueblos sea un solo destino!
¿Hasta cuando vamos a estar en el letargo? ¿Hasta cuando divididos,
víctimas de intereses poderosos? Si la unidad de nuestros pueblos ha
sido fructífera, ¿por qué no ha de serlo más la unidad de naciones?
Ese es el pensamiento bolivariano. Venezuela debe ser el país líder de
los pueblos de América... |