Apoteosis mozartiana

JESÚS GÓMEZ CAIRO

Solo así se me ocurre calificar al concierto con que el pianista Frank Fernández, la Orquesta Sinfónica Nacional y cinco importantes coros cubanos clausuraron espléndidamente el pasado 30 de diciembre, en el Teatro Amadeo Roldán, la jornada nacional de homenajes al genial compositor salzburgués W. A. Mozart, hoy patrimonio mundial, en el aniversario 250 de su nacimiento.

Inexplicablemente, la prensa plana no dedicó ningún comentario a este suceso artístico, acompañado de un público ávido y agradecido que rebasó las posibilidades físicas del teatro. Pocas veces como en esta, el público fue protagonista también, con sabias manifestaciones en eclosión ante una música sublime, y por los artistas que devotamente escalaron la altura de las creaciones interpretadas. Estas fueron: obertura de la ópera Cosi fan tutte, el Concierto no. 23 para piano y orquesta, y la obra quizás más profunda y solemne del autor, última compuesta antes de su deceso en un acto de posible premonición, la Misa de Requiem.

Especialmente las dos últimas fueron objeto de admiración por parte de los numerosos asistentes, entre quienes se hallaban distinguidas personalidades de la cultura y la sociedad y, nadie se sorprenda, muchos jóvenes.

La magistral interpretación del Concierto no. 23 por Frank Fernández, hace tres años en la Gran Sala del Conservatorio Chaicovski de Moscú, una de las mecas de la música culta universal, había gozado de supremo reconocimiento no solo por un público entusiasta, sino también por la crítica profesional.

Entonces se escribió en el periódico Rossia: "Ya desde las primeras notas se hizo claro que teníamos ante nosotros a un fabuloso pianista. Los sonidos que sus manos extraían del instrumento eran hermosos y plenos como una lluvia cristalina. Su manera de tocar esta obra puede ser definida como de un perfecto distanciamiento, donde una aparente simplicidad de la ejecución se combina maravillosamente con la inmensidad de Mozart. El adagio estremeció al público".

En el concierto habanero que reseñamos, la ejecución de Frank no desdijo en absoluto los elogios de la crítica rusa, a lo que el artista añadió el logro de un intenso engarce con la orquesta, dirigida por su titular, el maestro Enrique Pérez Mesa, donde este y sus músicos alcanzaron alta comunión espiritual y acabado artístico.

El Requiem fue colofón, no por esperado menos impresionante. Es una obra de profundas introspecciones filosóficas, plagada de complejas transiciones expresivas y emocionales, de grandes dificultades, especialmente para los coros, que desempeñan un papel protagónico a pesar de la presencia de solistas vocales con actuaciones independientes. Aquí se fusionaron las agrupaciones Exaudi, de María Felicia Pérez; Schola Cantorum Coralina, de Alina Orraca; Vocal Leo, directora Corina Campos; Vocal Luna, conducida por Sonia Mac Cormack, y el Coro de la Radio y la Televisión Cubanas dirigido por Liagne Reyna.

Más allá de sus particulares identidades, ellos obtuvieron el empaste de una magnífica masa coral de aproximadamente ochenta cantores, capaces de plasmar con excelencia la compleja dramaturgia músico-espiritual de la monumental obra, con especial relieve en las coloraturas, también por el tratamiento de la dinámica, que debido a las ya aludidas transiciones expresivas y emocionales entre las partes que la estructuran, exigen pianísimos sutiles y en contraste exponen pasajes de gran ímpetu y fuerza en la proyección vocal.

Evidentes fueron también los atinados tratamientos de las diversas fugas, de superiores y diferentes complejidades polifónicas, logradas por el gran coro con un acabado casi orfebre de la articulación melódica y del texto. A nadie escapó el enorme esfuerzo, y sus loables resultados, obtenidos por el maestro Pérez Mesa y la Orquesta Sinfónica Nacional en su desempeño con obras tan disímiles, aunque todas del mismo autor.

Vuelvo al público, que estuvo tan lúcido como sus artistas, a quienes aclamó con demostraciones de honda cultura y gratificante regocijo, por ellos, y para Mozart.

 

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