La historia se refiere a los abatimientos de un hombre que,
negado a exteriorizar sus problemas con la vida, se aísla en un
singular ¿hospital?, que gradualmente va desmoronándose. Llegarán
viejos amigos y relaciones ante el atormentado hombre y junto a un
cuerpo de especialistas tratarán de dilucidar las raíces del
conflicto: el enfermo solo se asoma al exterior a través de una
imaginaria ventana que dibuja sobre la pared con una tiza y la
información que recibe le llega por la pantalla de un televisor,
triste testigo el aparato de que afuera pululan las matanzas, el
genocidio y la mucha gente mala, como para exponerse él a sacar las
narices, es decir, a enfrentar la vida.
Como invocación filosófica —es obvia la intención de
universalidad del filme por encima de cualquier referencia
geográfica—, hay resortes que funcionan y otros no, porque son
incapaces de expresar algo nuevo en relación con viejos desconsuelos
de la existencia, madurados no pocos de ellos durante la temprana
edad.
En dos palabras, lo que se quiere exponer no es tan complejo
—como lo demuestra el final de la cinta, demasiado simple y
luminoso— para tal despliegue de complejidades dramáticas. Y si a
esto unimos que los recursos de la tiza en la pared y los
televisores como ojos de ese convulso y despiadado "afuera",
resultan un poco manidos (tanto en cine como en el teatro), entonces
hay que convenir que La pared, a pesar de la excelente
atmósfera de lo ignoto que logran redondear los realizadores y
algunos buenos manejos de un director que debuta, está necesitada de
una mayor trascendencia filosófica y hasta poética.
Drama Mex, compitiendo por México en largometrajes, transita
el mismo camino de otras de ese país a las que muy bien les ha ido
con la composición de guiones girando en círculos y haciendo
coincidir, de alguna manera, a personajes que participan en tramas
independientes. Gerardo Naranjo sitúa sus tres historias en un
Acapulco de alas caídas, pero la que mejor le funciona es la de la
muchachita que aspira, sin quererlo verdaderamente, a prostituirse.
La de la joven linda e hija de papá debatiéndose entre el amor y la
violencia de dos jóvenes está alargada hasta el cansancio y la del
maduro hombre que pretende suicidarse, lo mismo. Irregularidades de
un guión que, tras exponer lo básico de los conflictos, solo alcanza
vuelo en la historia referida.
Y de Uruguay, Manuel Nieto participa en Ópera Prima con la muy
estimable La perrera, acerca de un joven que no sabe lo que
quiere y con un cierto apego hacia un modo miserable de asumir la
existencia. El padre quiere salir de él y le proporciona un poco de
dinero para que construya una casa. No alcanzan los recursos y los
amigos del campo —una banda de mal vivientes sin mujeres y apegados
a la bebida— lo ayudan a levantar una vivienda inimaginable. Resalta
en el filme el tono de leve densidad con que transcurren los hechos
—en apariencia un poco lentos—, pero capaz de ir armando un cuadro
social y humano que contrasta valores solidarios en el campo y en la
ciudad. Un tono narrativo que evita las estridencias y que, tal como
se ha podido apreciar en otros buenos filmes uruguayos, pareciera
abordar la sustancia artística desde una mirada abarcadora sobre los
pequeños hechos.