PRIMERO
DE ENERO, Ciego de Ávila.—- Nagó es un lugar de Nigeria, un santo, un
baile, una tribu de hombres de dientes muy blancos. Nagó es vida,
alma, cultura, movimiento¼ es el nombre del
grupo folclórico aficionado avileño que acaba de ganar el Premio
Nacional de Cultura Comunitaria 2006.
Cuando sale a escena todo vibra: la tierra, el cuerpo. Estalla el
movimiento y las negras y los negros sudan. Lo sienten y comienzan el
ritual¼
Todo fue por tradición de familia, en un lugar de campo llamado
Sabicú, en el municipio de Primero de Enero. Allí Eva Gaspar, la
trashumante mujer llegada de Haití, no quiso que la costumbre muriera.
Andan de comunidad en comunidad. En su territorio todos los
conocen, hasta los más pequeños. Negros y blancos. No importa¼
"Para darnos a conocer en la provincia y el país, primero tenemos que
brindar lo mejor de nuestra cultura en el terruño que nos vio nacer.
Cada mes recorremos varios lugares, amén de los compromisos", asevera
Ana Delia Marcial Reyes, directora de Nagó desde su fundación, en
1981.
El percutir del mamá tambú (tambor grande), sugó obulá (tambor
mediano), el lequedé (tambor pequeño), las chachás (maracas) y el
lambí (caracol) se confunde, desnuda el alma. Los mismos que envuelven
a Ana Delia y a los 21 integrantes del grupo: "Antes —precisa—, el
folclor andaba cerrado entre las paredes de los hogares de los nativos
y era necesario sacarlo de ahí para mantener viva la tradición y
hacerla partícipe del pueblo, de la gente".
Comienza el toque y percibo que un estremecimiento les corre por
dentro a cada uno de los integrantes. Y contagian a los presentes.
Los instrumentos ponen el ritmo y el grupo danzario la energía.
Nadie se resiste.
Felipe Nicanor Ramírez, quien durante 16 años le ha sacado sonidos
al trian (parte metálica de la guataca que funge como clave), habla
del ayer para llegar al hoy. Dice que por las tierras del actual
municipio de Primero de Enero había muchos inmigrantes haitianos, la
principal fuerza de trabajo en las otroras colonias pertenecientes al
ingenio. Varios cientos de ellos malvivían, casi sin alimentación, en
los barracones, mas ello no les cercenó las costumbres.
Sin un ápice de cansancio, Benicio Casamayor Giorge, el más longevo
de la agrupación, con 83 años de edad, asevera que siente orgullo de
pertenecer al grupo. "Es el recuerdo más cercano a la cultura de mi
país natal", dice mientras entona uno de los estribillos ensimismado
en la tradición: Nagó beye pou mwen (Nagó vela por mí)
Todos se mueven, gozan, se retan. No dar el toque correcto es el
único pecado. ¡¿Y ese blanco dentro de tantos negros?!, pregunto. "¡Un
gallego!" "El flamenco y el vodú nada tienen que ver el uno con el
otro", inquiero. "Gallego no, cubano. Se llama Gustavo Pérez Orama y
tiene corazón. Me dijo que podía y aquí lo tengo desde hace unos
cuatro años. Es el único de esa raza", explica Ana Delia.
Gustavo repica con fuerza el lequedé, como para hacer valer su
destreza y sentimientos. Y dice: "Esto hay que sentirlo, periodista,
hay que sentirlo." Y continúa con el toque.
De las aguas de los primeros (Petronila, Josefina, Ignacio),
bebieron los de hoy (Ismael, Santos, Virginia).
Ana Delia sentencia que Nagó camina con el tiempo: "Tenemos una
veintena de números montados y podemos desdoblarnos en un grupo de
teatro que escenifica la vida de aquellos primeros haitianos que
llegaron al país, o en otro de música tradicional de esa etnia, como
el Caribe Creole, de gran aceptación popular. El proyecto Nagó es tan
amplio que también trabajamos con jóvenes del territorio para mantener
viva la oralidad dentro de la cultura haitiana."