Una empresa donde difícilmente se pueda regresar
(Tomado del libro La palabra empeñada)
Heberto Norman Acosta
Investigador histórico Oficina de Publicaciones del Consejo de Estado
Luego de contactar con el grupo de combatientes que aguarda en
Tecolutla, Jimmy Hirzel y Enrique Cámara se dirigen a un café en el
entronque a mitad de camino entre Poza Rica y Tuxpan, donde quedaron
en encontrarse nuevamente con Fidel. Luego de informarle del
recorrido, en el mismo auto emprenden el camino de regreso al motel.
Durante el viaje, el líder revolucionario redacta algunos escritos.
Fidel
Castro con su hijo Fidelito y Temita Tasende en la casa de Emilio
Castelar 213, colonia Polanco, Ciudad México, principios de septiembre
de 1956.
En horas de la tarde comienzan a arribar al motel Mi Ranchito, en
Xicotepec de Juárez, los combatientes que salieran esa mañana en
distintos autos de la capital mexicana. Entre estos se encuentra el de
Oscar Rodríguez, que sirve de chofer, Calixto Morales, Rolando Santana
y Mario Hidalgo. Este último se queda en el motel, mientras el resto
continúa camino.
Por su parte, el auto que conduce Horacio Rodríguez con Raúl
Castro, René Rodríguez, Ciro Redondo y Fernando Sánchez-Amaya avanza
por la carretera, en medio de una lluvia torrencial y de un intenso
frío. Luego de hacer una breve parada en el motel, donde les informan
que Fidel aún no ha regresado, continúan adelante. Poco después, en un
punto del camino se detienen a tomar café y allí advierten a Fidel
sentado a una mesa con otros compañeros, quien les envía un mensaje de
que marchen más distanciados, pues pueden llamar la atención.
El auto que conduce el ingeniero Alfonso Gutiérrez, Fofó,
con su esposa Orquídea Pino y los combatientes Juan Almeida y Universo
Sánchez, llega al motel Mi Ranchito, donde acordaran encontrarse con
Fidel. Continúa lloviendo y el vehículo se detiene a una prudente
distancia, de donde descienden sus ocupantes. Entonces Orquídea
advierte a un individuo sospechoso que, sentado dentro de un auto,
aparenta escuchar un noticiero radial. En una cabaña se encuentran con
Félix Elmuza, Juan Manuel Márquez, Ernesto Guevara y Onelio Pino, a
quienes Orquídea advierte que, de permanecer más tiempo allí, los van
a agarrar y que el que quiera puede seguir camino con ellos. Pero el
único que se les une es Onelio Pino.
Casa
del Pedregal de San Ángel, Ciudad de México, 1ro. de octubre de 1956.
De izquierda a derecha, Orlando de Cárdenas, Raúl Pino, un amigo, Luis
Orlando Rodríguez, Horacio Rodríguez, Tomás Electo Pedrosa, Antonio
Ñico López, José Ponce Díaz, Juan Almeida, Raúl Castro y Jesús Chuchú
Reyes. Agachados, René Rodríguez y Gilberto García.
Fofó y Orquídea, acompañados
por Almeida, Universo y ahora Onelio Pino, abandonan rápidamente el
motel y reanudan el camino. Pero no avanzan mucho en el trayecto, pues
en breve tropiezan en dirección contraria con el auto que conduce a
Fidel y a sus compañeros, quienes retornan al motel. Luego de cambiar
impresiones en plena carretera, donde le informan a Fidel sus
preocupaciones, continúan viaje hacia Poza Rica.
En verdad, las sospechas de Fofó Gutiérrez y Orquídea Pino
resultan ciertas. Una nueva delación ha puesto sobre aviso a las
autoridades mexicanas acerca de la inminente salida de Fidel y sus
compañeros. La información fue recibida por el capitán Fernando
Gutiérrez Barrios, jefe de control de la Dirección Federal de
Seguridad, quien ya conoce del asunto por la conversación que días
antes sostuvo con Fidel en la capital mexicana. Como un nuevo gesto de
amistad y solidaridad con la causa cubana, el oficial mexicano decide
entonces retrasar con toda intención por 24 horas la operación de
captura de los revolucionarios cubanos, para permitir la salida de la
expedición.
Poco después de que Fidel Castro y sus acompañantes retornan al
motel Mi Ranchito, en Xicotepec de Juárez, Cándido González parte en
un auto en busca de los combatientes Calixto García y Roberto Roque,
quienes pasaran la noche en un hotel en la cercana ciudad de Pachuca.
Cándido les dice que recojan, pues ya se van. Pero Calixto no tiene
nada que recoger. Despiertan a Roque, que duerme plácidamente, y se
dirigen al motel donde los aguarda Fidel. Cuando llegan, ya están
dándole salida a los últimos autos con los compañeros rumbo a Tuxpan.
Roque comprende lo que sucede y reprocha a Calixto que lo haya traído
hasta allí sin decirle nada.
Fidel imparte las últimas orientaciones a los combatientes para que
abandonen de inmediato el lugar, en previsión de que la policía
hubiese sido advertida de la partida. Entre los combatientes que
parten aquel atardecer precipitadamente del motel Mi Ranchito rumbo a
Poza Rica se encuentran Juan Manuel Márquez, Félix Elmuza, Ramiro
Valdés, Arsenio García, Enrique Cámara, Mario Hidalgo y otros más.
Mario Hidalgo viaja en un auto con Juan Manuel. Recuerda que después,
cuando van por la carretera, Fidel con un grupo de compañeros les pasa
en un Pontiac de color azul camino a Poza Rica.
Antes de salir, Fidel Castro instruye a Calixto García, Ernesto
Guevara, Roberto Roque y a otros combatientes que partan por sus
propios medios hasta el punto de reunión, ya que no alcanzan los
vehículos para transportarlos, les deja algún dinero y dice que los
esperará hasta el último instante. Salen entonces para la carretera,
donde hay una gasolinera cercana a la salida del pueblo. Están
nerviosos, pues no pasa ningún vehículo, ya salieron todos los
compañeros y ellos son los últimos que quedan allí. Hasta que por fin
llega un taxi a echar combustible y hablan con el chofer para que los
lleve hasta Tuxpan, quien les pide una cantidad exorbitante. Pero al
poco rato de andar, el chofer desiste de seguir y Ernesto Guevara le
pide que aunque sea los lleve hasta Poza Rica, para tomar otro auto
que los deje en Tuxpan. Y así lo hacen.
A la isla de Lobos, en
viaje de recreo
Mientras tanto, Carlos Bermúdez permanece en Santiago de la Peña,
al cuidado de la casa y del yate que desde esa mañana atracara en el
lugar. Horas antes, Chuchú Reyes pasó por la casa, trayendo
unas pocas provisiones, una lata de galletas, dos jamones, algunas
botellas de ron y los sacos de yute que Bermúdez le pidió esa mañana.
Le deja además una botella de ron, indicándole que invite al custodio
de la casa, que vive cerca, diciéndole que es su cumpleaños. y
Chuchú para una vez más en el botecito, llevando a su vez dos
botellas de ron en un cartucho para invitar a las postas que hacen
guardia cerca y emborracharlas.
Mientras Chuchú Reyes cumple su parte, Carlos Bermúdez se
dispone a llevar adelante su tarea, de acuerdo con las instrucciones
recibidas. Minutos después, visita la casa del viejo Agustín Cesáreo
Ortiz, el empleado a cargo del cuidado de la casa y quien vive algo
retirado con su esposa e hijos, para invitarlo a beber la botella de
ron con el objetivo de embriagarlo y facilitar la operación de salida.
Le dice que es su cumpleaños e insiste en que tome de la botella.
Luego de tomarse dos o tres tragos, le regala la botella y el viejo ya
borracho se mete para dentro de su casa a dormir. Esa tarde Bermúdez
aprovecha entonces para recoger las naranjas y llenar unos quince
sacos, que coloca cerca de la casa. Y cuando regresa Chuchú,
como a las 5:00 de la tarde, le dice de arreglar un poco aquello.
Tiran un tablón de unos dos metros y ponen una soga, para hacer el
puentecito por donde pasen los compañeros hacia el barco, atracado
cerca de la casa.
Por su parte, Antonio del Conde acude aquella tarde a la Capitanía
del puerto de Tuxpan, con el propósito de obtener el permiso de
navegación del barco para esa madrugada. Utiliza como pretexto un
viaje de paseo con algunos amigos, pero hay mal tiempo, se avecina un
norte y no quieren darle el permiso de salida. Pasa toda la tarde
tratando de convencer al capitán del puerto que le dé permiso para
salir a navegar. Hasta que al fin, el capitán del puerto le dice que
bajo su responsabilidad el barco podrá navegar.
El capitán del puerto de Tuxpan es Ángel Laso de la Vega, quien
aquella tarde expide la autorización de salida del yate Granma, con
destino a la isla de Lobos, a 32 millas al norte del lugar, en viaje
de recreo. Según este relata, Antonio del Conde hizo la solicitud para
salir a pasear con unos amigos que venían en condición de turistas y
querían conocer y pescar en Lobos. Incluso, hasta a él lo invitó a la
excursión, porque era muy amable. Así, el Granma fue despachado aquel
día 25 de noviembre de 1956 rumbo a la isla de Lobos en viaje de
recreo, llevando a bordo a doce personas. De todas formas, le advirtió
a del Conde que el tiempo no era bueno, que no debían salir, pero
insistió y le dijo que lo hacía bajo su responsabilidad.
Aproximadamente a las 6:00 de la tarde de aquel sábado 24 de
noviembre, los treinta y dos combatientes provenientes del campamento
de Abasolo, que durante la noche permanecieron alojados en algunos
hotelitos de la ciudad de Tampico, reciben de Faustino Pérez la orden
para emprender viaje en ómnibus hacia Tuxpan. Después de dejar atrás
la ciudad, los ómnibus donde viajan deben atravesar en una patana el
río Pánuco, antes de llegar a su destino.
A su vez, los combatientes provenientes de Veracruz y Xalapa,
quienes estuvieron alojados en varios hoteles en Tecolutla, reciben
esa tarde por Ñico López la orden de partir en varios
automóviles hacia Poza Rica. Norberto Collado hace el viaje con
Armando Mestre, Israel Cabrera, Norberto Godoy y el Gallego
Darío López. Recuerda que pasaron el río en una patana, hasta llegar a
Poza Rica ya de noche. Estaba lloviznando, había frío y fueron a parar
a un hotel.
Uno de los primeros combatientes en arribar a Poza Rica es Luis
Crespo, a quien Fidel buscó en el hotel y le dijo que subiera al auto,
para dar un paseo. Iban en el auto, además, Ñico López y
Cándido González. Fidel le advierte a Crespo que se fije bien en el
camino, para que no lo olvide. Cuando llegan a Tuxpan, lo lleva hasta
donde está el barco y, sin siquiera bajar del auto, le dice que debe
llevar la gente hasta allí. Pero le puntualiza que nadie puede saber
que parten. Luego de una vuelta por el lugar, regresan a Poza Rica y
lo dejan en el hotel.
Sobre las 6:00 de la tarde, el auto que conduce a Ernesto Guevara,
Calixto García y Roberto Roque, entre otros, arriba a la ciudad de
Poza Rica y se detienen en un hotel. Esta sería la única ocasión en
que Roque puede cambiar impresiones con Fidel desde su llegada a
México. Conversan solo un momento, Fidel le dice que van para Cuba en
un barco y le da algunos detalles de la embarcación.
Poco después, arriba a Poza Rica en un ómnibus procedente de Ciudad
México el grupo integrado por Héctor Aldama, Gustavo Arcos, Marta
Eugenia López y Diego García Febles. Tal como fueran orientados, se
hospedan todos aquella noche en el hotel Aurora. En el momento que
iban a firmar el registro del hotel, Aldama recuerda que vio pasar a
Reinaldo Benítez y ni siquiera se saludaron. Entonces, se encierran en
sus habitaciones y ni siquiera comen, pues tienen la orden de no salir
hasta que los fueran a buscar.
Momentos antes, arriba a la ciudad de Poza Rica el auto que conduce
el ingeniero mexicano Alfonso Gutiérrez, Fofó, con su esposa
Orquídea Pino y los combatientes Juan Almeida, Universo Sánchez y
Onelio Pino. Luego de dejar a los combatientes en un hotel, Fofó
y Orquídea se trasladan a un lugar del camino entre Poza Rica y
Tihuatlán, ya rumbo a Tuxpan, donde deben encontrarse con Fidel
Castro. En la gasolinera del pequeño caserío donde se reabastecen los
autos, Fidel les encomienda algunas misiones. Entre otras, les entrega
una carta, que por la letra evidencia haber sido escrita en el propio
auto, designando a Fofó y a Orquídea como tutores de Fidelito.
En medio de las múltiples tareas que lo ocupan aquel día, vísperas
de la partida, Fidel dedica unos minutos a pensar en el futuro de su
pequeño hijo y en plena carretera redactó una carta, encomendándole al
matrimonio amigo el cuidado de su hijo. El documento expresa
textualmente:
Desde el propio automóvil que me conduce hacia el punto de partida
para Cuba a cumplir un deber sagrado con mi Patria y mi pueblo, en una
empresa donde difícilmente se puede regresar, quiero dejar constancia
de este acto de última voluntad para el caso de que caiga en la lucha
dejo a mi hijo al cuidado y educación de los esposos ing. Alfonso
Gutiérrez y Sra. Orquídea Pino. Tomo esta determinación porque no
quiero que al faltar yo caiga mi hijo Fidelito en manos de los que han
sido mis más feroces enemigos y detractores, los que en un acto de
villanía sin límites valiéndose de vínculos familiares ultrajaron mi
hogar y lo sacrificaron al interés de la tiranía sanguinaria a la que
sirven.
Y concluye el documento:
No adopto esta decisión por resentimiento de ninguna índole, sino
pensando sólo en el porvenir de mi hijo. Lo dejo por eso a quienes
mejor pueden educarlo, el matrimonio bueno y generoso, que ha sido
además, los mejores amigos de nosotros en el exilio y en cuya casa los
revolucionarios cubanos encontramos un verdadero hogar.
Y al dejarle a ellos mi hijo, se lo dejo también a México, para que
crezca y se eduque aquí en este país libre y hospitalario de los niños
héroes, y no vuelva a mi Patria hasta que no sea también libre o pueda
ya luchar por ella.
Otra de las tareas de gran responsabilidad que asigna Fidel al
matrimonio amigo en aquella ocasión es el envío de telegramas a las
distintas provincias de Cuba, con el aviso de la salida de la
expedición. Para lo cual les entrega las claves acordadas, con la
advertencia de que deben enviarlos dos días después de la partida, o
sea, el 27 de noviembre, para coordinar el comienzo de las acciones de
apoyo. De ahí siguen camino hacia Tuxpan.
El tiempo apremia. Al atardecer de aquel sábado 24 de noviembre,
comienzan a llegar los primeros automóviles con los hombres y las
últimas armas a la casa de Santiago de la Peña, en las márgenes del
río Tuxpan. Cándido González pide a Carlos Bermúdez, que custodia el
lugar, abrir la puerta de la nave y ayudarlo a sacar las maletas del
auto, para esconderlas debajo de la paja de arroz que allí hay.
Después de darle algunas instrucciones a Bermúdez, Cándido vuelve a
salir y al poco rato llega otro auto con cuatro o cinco compañeros,
que se quedan dentro de la nave. Bermúdez recibe la orientación de que
ninguno puede salir del lugar. Cuatro autos más, todos Pontiac del año
56, van a parar a la nave aquella y los combatientes permanecen
ocultos en el lugar, preparando las armas. Ya oscureciendo, siete u
ocho compañeros comienzan a cargar las maletas con armas y equipos
desde la nave para el barco. Cuando Bermúdez ve subir los primeros
hombres, les pide que carguen a bordo también los sacos de naranja.
Luego de permanecer toda la tarde en la Capitanía del puerto
tratando de obtener el permiso de salida de la embarcación, ya
oscureciendo, el mexicano Antonio del Conde, el Cuate, arriba
al lugar y se une a los combatientes en la carga del barco, que no se
pudo acercar mucho a la orilla, por lo que se puso un tablón desde una
piedra a la embarcación y se amarró una soga para que los compañeros
se agarraran. Del almacén de la casa se sacan armas, parque y otros
equipos. También cargan unos quince o veinte sacos de naranjas, que
acomodan en la proa del barco.
Entre los combatientes que ya arribaron al lugar están Jimmy
Hirzel y Enrique Cámara, quienes también se unen en la tarea de
trasladar los bultos y provisiones hacia la embarcación. Entran varias
veces al barco, cargándolo sin apuro para no llamar la atención hasta
el oscurecer, que comienzan a llegar los autos con los compañeros. El
primero es el de Raúl Castro, Fidel llega después.
A la caída de la tarde, el auto que conduce Horacio Rodríguez con
Raúl Castro, René Rodríguez, Ciro Redondo y Fernando Sanchez-Amaya
arriba a las afueras de Tuxpan y hacen contacto en un garaje cercano
con el ingeniero Fofó Gutiérrez y su esposa Orquídea Pino,
quienes les señalan la ruta a seguir. Continúan por la misma
carretera, hasta el punto donde les señalan que deben bajar del auto y
bajo la lluvia caminan hacia la casa.
Avanzan en silencio por las calles oscuras, desiertas y llenas de
lodo de Santiago de la Peña, bajo una molesta lluvia. Cuando llegan a
la confluencia de las calles Nacional y Benito Juárez, Raúl Castro le
indica a Fernando Sanchez-Amaya que se quede en el lugar, para que
indique a los compañeros que llegan la ruta a seguir. Luego, siguen
camino hacia la margen del río donde se encuentra el barco atracado.
Cuando llegan a la casa solo ven a Chuchú Reyes, a quien
Raúl Castro comienza a hacerle preguntas. Luego se acercan al barco,
que aún no conocen, y Raúl le pregunta a Chuchú sobre los
abastecimientos, el armamento, el agua. Ya es de noche y continúa
lloviendo. Entonces, desde una nave vieja de madera que queda a la
izquierda, donde hay cajas y bultos cubiertos con lonas, empiezan a
cargar el barco.
Minutos después, Fidel Castro arriba a la casa de Santiago de la
Peña, donde ya se encuentran algunos combatientes ocupados en la carga
de la embarcación. Luego de inspeccionar el trabajo, va hasta la
casita donde se quedó esos días Bermúdez y se sienta un rato en el
catre que allí está. Ya de noche, comienza a colocar postas en los
lugares de acceso a la casa y junto a la embarcación, como medida de
precaución y orientar además a los grupos que van arribando. Entre
otros, llama a Carlos Bermúdez, a quien luego de entregar una
subametralladora Thompson lo sitúa de posta junto al tablón que sirve
de entrada a la embarcación, con instrucciones de que los combatientes
entren directo al barco y no puedan salir de allí. También orienta que
los autos que vienen por la calle aledaña al costado de la casa deben
acercarse con las luces apagadas y en caso contrario debe detenerlos.
No solo preocupa a Fidel aquella noche el mal tiempo existente para
la navegación y el pertinaz asedio policial, que pueden echar por
tierra los planes de la expedición. A ello se suma que el día anterior
una empresa maderera colocó en la margen del río muy cerca del lugar,
como a unos cincuenta metros, una enorme patana custodiada por dos
soldados, lo cual obliga a extremar las medidas de precaución para la
partida.
Partimos a toda máquina
En las primeras horas de la noche, comienzan a salir desde Poza
Rica en diversos autos, con unos minutos de diferencia, los distintos
grupos de combatientes que aguardan por la señal de partida. Algunos
llegan ya oscureciendo y apenas tienen tiempo de probar un bocado.
Mario Hidalgo arriba a Poza Rica por la tarde y apenas come, pues
cuando se va a sentar a la mesa le dicen que hay que irse. Ya de
noche, salen en diferentes autos por una carretera que bordea
montañas. Le toca ir en un Ford viejo del año 48, alquilado. Con él
van cinco o seis combatientes, entre ellos Juan Manuel Márquez y
Calixto Morales. También el grupo procedente de Veracruz y Xalapa deja
sus equipajes en las habitaciones recién alquiladas de los hoteles y
parte de inmediato hacia Tuxpan en autos de alquiler. Luis Crespo
tiene a su cargo alquilar dos o tres autos para trasladar este grupo.
Sin embargo, algunos combatientes que permanecen aguardando en el
hotel Aurora, por una confusión en cuanto al lugar donde se hospedan,
no son avisados. Reinaldo Benítez y su esposa Piedad Solís logran
apenas alcanzar uno de los autos que parte presuroso, donde va César
Gómez. Pero quedan en el lugar Héctor Aldama, Gustavo Arcos, Diego
García Febles y Marta Eugenia López.
Los autos provenientes de Poza Rica conduciendo diversos grupos de
combatientes comienzan a arribar de forma sucesiva al punto indicado
en la carretera, en las afueras del poblado de Santiago de la Peña.
Uno de los primeros es el que conduce a Juan Manuel Márquez, Ramiro
Valdés, Arsenio García y Mario Hidalgo, entre otros. También el que
traslada a Melba Hernández, Jesús Montané y Rolando Moya. Coinciden en
el lugar con el auto que conduce el ingeniero Fofó Gutiérrez y
su esposa Orquídea Pino, que trae a Juan Almeida, Universo Sánchez y
Onelio Pino.
Todos descienden de los vehículos y aguardan unos minutos en un
pequeño bosquecito, hasta emprender el camino a pie y en silencio.
No hay otra salida que la Revolución
(1)
"Si salgo, llego; si llego, entro; si entro,
triunfo" (2)
Comienza la hora de partir hacia Cuba
(3)
Hacia Tuxpan (4)
A toda máquina, rumbo a Cuba
(6) |