La vida es una fiesta para Ramón Palomares. Mucho más por estos
días en que su país le dedica la II Feria Internacional del Libro y
se multiplican los homenajes. "Pero mi fiesta mayor —aclara— es
saber que no ha sido en vano tanto desvelo por la poesía, por la
justicia, por la dignidad de la mujer y el hombre. Y claro está, soy
feliz al verme rodeado de amigos en esta celebración".
Maestro
y especialista en lenguas clásicas, Ramón no ha dejado atrás los
modales llanos de los habitantes de Escuque, pequeño pueblo del
andino estado de Trujillo donde nació en 1935.
En la vida cultural venezolana se le reconoce como una de las
piedras angulares del grupo Sardio, que editó la revista homónima
entre 1958 y 1961, y en el cual figuraban Adriano González León,
Salvador Garmendia, Guillermo Sucre y Francisco Pérez Perdomo, entre
otros, que luego conformarían la agrupación de vanguardia El Techo
de la Ballena. El reino (1958), Paisano (1965),
Honras fúnebres (1965), Santiago de León de Ca-racas
(1967), El vientecito suave del amanecer con los primeros aromas
(1969), Adiós Escuque (1974) y Alegres provincias
(1989) se cuentan entre los títulos que le insertaron en el pelotón
de avanzada de la lírica de su país.
Norberto Codina, poeta cubano de origen venezolano, director de
La Gaceta de Cuba, de la UNEAC, tuvo a su cargo la selección de una
antología de la poesía de Ramón publicada por Casa de las Américas,
En el reino de Escuque, y muy bien recibida en FILVEN 2006.
En su introducción, Codina nos dice: "En la poesía de Palomares, el
hombre, la historia y la naturaleza son sus grandes protagonistas y
ha sabido interpretar las condiciones peculiares de esa presencia en
el paisaje".
Esa observación dio pie para este breve intercambio en el que
indago inicialmente sobre el apego del poeta a su tierra.
"Yo creo que un poeta de esencias —nos dice— es aquel que se
compromete con su entorno. No se trata solamente de dejar un
testimonio de contemplación, que es de por sí respetable, sino de
avanzar hasta ayudar a la creación de un estado de conciencia sobre
los signos que nos pertenecen. Lamentablemente, mu-chos entienden
ese compromiso como un artificio folclórico. En mi caso estoy seguro
de que no es así. Como tampoco el de un gran poeta amigo que los
cubanos tendrían que conocer más, Gustavo Pereira".
Le comunico a Ramón mi preocupación de que tantos años de
ejercicio poético pudieran derivar hacia fórmulas del oficio. El
bardo sonríe:
"Nunca dejes de cultivar la sensibilidad ni el amor a las
palabras. Lucha contra la rutina. Vence la vanidad. Esa es la mejor
fórmula contra el formulismo y el cansancio".
La Venezuela de hoy fluye en la conversación. La autoridad cívica
de Ramón Palomares sustenta su criterio:
"Es un cuento perverso de ciertos medios de comunicación ese de
que existe un divorcio entre la intelectualidad venezolana y el
proceso bolivariano. Por unos figurones y unas cuantas figurillas,
unos que no han entendido el cambio y las otras poseídas por el afán
de protagonismo, no se pueden sacar conclusiones erróneas. A medida
que el proceso avanza, en el mundo académico y el de la creación se
advierte una mayor voluntad de participa-ción y una cada vez más
clara percepción de que las conquistas sociales de esta época
responden a viejos anhelos y necesidades, aun cuando se cometan
errores y nos parezca que falta demasiado. Y luego están las voces
nuevas, las que llegan con nuevos lenguajes y un compromiso que les
nace de su propia experiencia."
Un breve paréntesis en el discurso antecede la estocada final:
"Las almas buenas no pueden cerrar los ojos al país que estamos
construyendo."