Con
suma frivolidad y desatinada ligereza, a dos colaboradores del
miamense El Nuevo Herald les ha dado por asegurar que en Cuba, en
virtud de "orientaciones" que "vienen de arriba", se ha hecho creer
que los atroces atentados terroristas contra las Torres Gemelas y el
Pentágono son obra del propio Gobierno de los Estados Unidos.
Primero, el 9 de noviembre, un profesor de filosofía que en su
etapa cubana se distinguió por su devoción desenfrenada hacia la
perestroika, afirmó que "lo que pasa en Cuba, ¡una vez más!, es que la
propaganda ha logrado que la media piense a contracorriente del
sentido común". Luego en la edición del 14, un individuo que desde
Texas no ha cesado en los últimos años de atizar el odio y la agresión
contra la isla, se atreve a decir descarnadamente que "los cubanos en
materia de información viven como dentro de una estrella enana, allí
no se recibe nada más que la información que la dictadura decide que
debe o puede ser oída por el pueblo esclavo".
Pues bien, los que vivimos en "esa estrella enana" tenemos buena
memoria y sabemos demasiado bien hasta dónde el imperio es capaz de
desatar sus propios demonios. A los citados tributarios del libelo
miamense debería hacérseles saber, ante todo, cómo Cuba condenó
enérgicamente aquellos actos terroristas ante la prensa nacional e
internacional y expresó las condolencias de nuestro pueblo al de
Estados Unidos, y nuestra disposición a ofrecer inmediatamente
asistencia médica y humanitaria.
En cuanto a la llamada teoría de la conspiración, se trata de algo
típico en la política y los medios de prensa de EE.UU. y tiene
antecedentes históricos. Algunos ejemplos resultan ilustrativos:
Se considera que importantes miembros del gobierno de Abraham
Lincoln conocieron de los planes para asesinarlo cinco días después de
concluida la Guerra de Secesión en ese país.
Se sospecha que la explosión del acorazado Maine, en la Bahía de La
Habana, pudo ser preparada por los propios norteamericanos. La mayor
cantidad de fuentes que sustentan esa versión son norteamericanas y
españolas.
Existen aprensiones, y muchas, de que el gobierno de los Estados
Unidos tenía conocimientos de lo que sucedería, y al fin aconteció, el
7 de diciembre de 1941 en Pearl Harbour. Sin embargo, a la distancia
del tiempo, todavía la población norteamericana solo puede repetir lo
que dice el Ejecutivo, acerca de que el puerto de Pearl Harbour fue
atacado sorpresivamente por los japoneses. Nadie explica cómo fue
posible que estos salieran de sus puertos el 26 de noviembre,
navegaran fuera de las rutas comerciales, se acercaran a 230 millas
náuticas del objetivo con una agrupación aérea y naval cuantiosa, sin
que ninguna señal de tales movimientos fuera advertida. Lo que sí sabe
el mundo, incluida la población norteamericana, es que el ataque
sirvió de pretexto para entrar en aquella guerra, que al final dio
lugar a Hiroshima y Nagasaki.
Existen documentos desclasificados por los propios Estados Unidos
que dejan claro, porque lo describen, el intento de una provocación
organizada por la CIA que simularía un ataque a la Base Naval de
Guantánamo, como respuesta a un atentado contra el Comandante Raúl
Castro, en 1962.
Fuertes dudas han sido arrojadas sobre el informe de la Comisión
Warren respecto al asesinato del presidente John F. Kennedy, y no
necesariamente planteadas desde "una estrella enana". El más mínimo
sentido común, ausente en las insidiosas trivialidades de los
colaboradores de El Nuevo Herald, y la más elemental experiencia de
quienes alguna vez en su vida hayan realizado unos disparos con un
fusil, indican que no es posible que una persona pueda, de manera casi
simultánea y con la misma alineación de los órganos de puntería,
efectuar más de un disparo a un blanco, más si este se encuentra en
movimiento. Todo el que haya tenido, por pequeña que sea, alguna
experiencia en tal sentido, llega a la misma conclusión: allí, en
Dallas, disparó más de una persona. Y si se trata de sentido común, es
difícil justificar el hecho de que Jack Ruby haya podido llegar hasta
Lee Harvey Oswald, rodeado de policías, para asesinarlo delante de
todos. Para arribar a este razonamiento, hay que estar precisamente
dentro de una "estrella enana".
Fuentes propias de Estados Unidos, entre ellas documentos
desclasificados sobre el llamado incidente de Tonkin, dicen que se
trató de una provocación norteamericana. Entonces se dijo, y se ha
vuelto a decir, que torpederos norvietnamitas atacaron a dos
destructores norteamericanos. Hoy se sabe, y no desde una "estrella
enana", que fue una operación planificada por la CIA para justificar
la escalada en Viet nam.
O sea, que las conspiraciones en el gobierno norteamericano han
existido más de una vez. En este país existe un llamado The 9/11 Truth
Movement (Movimiento por la Verdad sobre el 11 de septiembre), que en
el portal Wikipedia es caracterizado como un conglomerado diverso, que
incluye a gente de "izquierda" y de "derecha", "pacifistas,
paleoconservadores, verdes, anarquistas y liberales".
Entre los tantos que han hablado sobre esta conspiración están en
Estados Unidos, Nafez Ahmed, La guerra por la libertad (julio
2002); Michael Chossudowski, Guerra y globalización: la verdad
detrás del 11 de septiembre (septiembre 2002), y Eric Hufschmid,
Preguntas dolorosas (septiembre 2002). En otros países se han
pronunciado Thierry Meissan, presidente de la Red Voltaire, en un
libro publicado en Francia en marzo del 2002 llamado La gran
mentira, y sus compatriotas Jean Claude Brisard y Guillaume
Dasquie en Bin Laden, la verdad olvidada; los alemanes Andreas
Bulow, Gerhard Wisnewki y Mathias Brökers, en títulos publicados en el
2004.
A un año de los actos terroristas, la representante del Partido
Demócrata por el estado de Georgia, Cynthia Mc Kinney, preguntó
públicamente si el presidente Bush tenía información previa sobre los
atentados. ¿A qué viene la pregunta? ¿Es acaso que esta congresista
recibe orientaciones que "vienen de arriba" dentro de la "estrella
enana"?
Han sido muchas las incongruencias, contradicciones y omisiones de
la investigación oficial sobre los atentados. De modo particular el
caso del avión que se estrelló contra el Pentágono ha levantado
polémica y suspicacia. El profesor David Ray Griffin, de la
Universidad de Claremont, ha cuestionado cómo el informe no se refiere
a la existencia de fotografías que demuestran que la fachada del ala
oeste no se derrumbó hasta 30 minutos después del impacto, y que el
orificio de entrada es demasiado pequeño, apenas entre 15 y 18 pies de
diámetro, para el tamaño de un Boeing 757.
Como para su tranquilidad espiritual, el segundo articulista de El
Nuevo Herald trata de argumentar, y afirma categóricamente, que el
autor de los fatídicos e injustificables atentados del 11 de
septiembre fue, personalmente, el jefe de la célula de Al Qaeda. Según
él, "cerca de 4 000 muertos documentados se produjeron por los aviones
secuestrados por terroristas musulmanes, en su mayoría naturales de
Arabia Saudita, con nombres, apellidos y fotografías".
Después de estas aseveraciones, de las que no dudamos, cabe, sin
embargo, preguntarse: ¿no causa asombro a todos los que hemos vivido
sabiendo de la fuerza de la potencia más poderosa de la tierra, el
hecho de que una veintena de personas, de lengua, físico y costumbres
diferentes a los norteamericanos, hayan entrado a ese país, se
establecieran allí, se hayan preparado nada menos que como pilotos de
aviones de gran porte, organizaran y coordinaran un complejo plan y lo
hayan ejecutado sin una señal siquiera que diera lugar a frustrarlo?
Habría entonces que cuestionarse: ¿quién está dentro de la
"estrella enana"? Sería bueno evocar un pensamiento de Abraham Lincoln:
"Mejor es callar y que sospechen de tu sabiduría, que hablar y
eliminar cualquier duda sobre ello".
(*)