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Isis de vuelta a la vida
Una niña que tuvo todos sus sistemas vitales al punto
del colapso. El optimismo del doctor Omar y su equipo. Agradecimiento
sin límites. Historia del día a día en cualquier hospital pediátrico
de Cuba
MARÍA JULIA MAYORAL y JOSÉ M. CORREA (fotos)
La hinchazón del cuerpo apenas dejaba imaginar la silueta esbelta y
el carácter habitualmente risueño e inquieto de la pequeña de cabellos
rubios y rizos, traída con urgencia al Hospital Pediátrico William
Soler, en Ciudad de La Habana. La fiebre no cedía; su sistema
inmunológico estaba en quiebra.
A
la izquierda de la foto, el doctor Omar en uno de los habituales
intercambios con sus colegas para valorar “la evolución” de Isis,
quien no quiere desprenderse ni por un instante de su mamá.
Aquejada de una enfermedad viral, la niña residente en el municipio
de Güines había sido atendida con esmero y profesionalidad en su
pueblo natal y en otra instalación hospitalaria de la capital, pero su
estado de salud seguía en declive. Comenzó a sangrar abundantemente.
Sus pulmones, hígado, sistemas renal y digestivo, y hasta el corazón,
amenazaban con no funcionar más.
Aunque entrenados para asistir a enfermos graves, los doctores de
la sala de terapia intensiva del William Soler, remodelada y dotada de
modernos medios, también tenían ante sí "un caso difícil". El
diagnóstico y los pasos a seguir ante cada complicación de la paciente
necesitaban el auxilio –como ocurrió– de otros especialistas
procedentes del aledaño Cardiocentro (especializado en Pediatría), del
Instituto de Medicina Tropical Pedro Kourí y del Instituto de
Hematología.
Varios médicos que la habían asistido en Güines y en el capitalino
hospital Aballí, tampoco dejaban de preocuparse por la menor.
La
foto más reciente: Isis junto a su mamá y a su abuela.
Durante días nadie pudo decir con certeza cuál sería "la evolución"
de Isis Leidys Tieles Yorki. No solo tenía en contra el agravamiento
de la infección viral; la artritis reumatoidea y su padecimiento por
hemoglobina inestable hacían más complejo el tratamiento.
Sin embargo, el doctor Omar López, el jefe de la sala de terapia
intensiva, nunca se sintió desanimado. Dicen sus colegas, incluido el
Director del Hospital, que esa es su mayor virtud como médico: el
optimismo, "porque no es solo un excelente profesional, empeñado
siempre en el estudio; tiene don para inspirar ánimo, y esa fe le
ayuda a encontrar soluciones audaces a la hora de salvar vidas".
Graduado en 1980 y padre de cuatro hijos, Omar dirige desde 1993
los servicios de terapia intensiva del pediátrico William Soler. Para
él, la posibilidad de la muerte está siempre ahí, "entonces me digo, y
le pido a los compañeros, vamos a luchar por la vida, que este niño o
esta niña no se nos puede ir".
Mi
niña se salvó.
Isis mejoraba algo y volvía hacia atrás, recuerda el galeno.
"Durante días la mantuvimos viva con un equipo de respiración
artificial; la disfunción de su sistema renal nos obligó a practicarle
una diálisis peritonial. Los trastornos en la coagulación y la salida
de sangre por distintas partes del cuerpo, tampoco cesaban. No
respondía a los medicamentos. En medio de esa crítica situación,
comenzó a disminuir la frecuencia cardiaca".
Para este experimentado pediatra, la recuperación de la niña fue
resultado del trabajo en equipo de médicos y enfermeras intensivistas,
con la cooperación de especialistas de otras instituciones de Salud.
También distingue la rapidez con que se buscaron nuevos medicamentos
de última generación, y la posibilidad de contar con modernos equipos
instalados en la sala a su cargo.
Cuando a Isis le empezó a fallar el corazón, ilustra, solo tuvimos
que buscar rápidamente al doctor Osores para que hiciera el examen; el
equipo (un ecocardiógrafo) está ubicado permanentemente en nuestra
sala. En casos como ese, la pérdida de un minuto puede conducir a un
desenlace fatal. Por eso, comenta, valoramos tanto la decisión del
Comandante en Jefe de mejorar y ampliar el equipamiento de los centros
de Salud en todo el país.
Yunisleisi Yorki Frómeta, la madre –una joven de 22 años de edad,
oficinista en la Empresa Municipal de Comercio, en Güines–, cuenta con
sobresalto los momentos más aciagos, "cuando pensé que mi hijita se me
moría. Tenía los ojos en blanco, las manos y los pies muy fríos, y
hasta la cara inflamada. Me sentí sin fuerzas, con la esperanza
perdida; tuve que salir un rato al pasillo y dejarla con mi mamá. Si
fuera en otra parte (alude a las realidades de otros países), la niña
no se hubiese salvado. Mi agradecimiento a los médicos y a las
enfermeras es infinito".
La menor rebasó los peligros mortales luego de 15 días de ingreso.
Su familia disfruta la recuperación con alegría inmensa. Ya no es
preciso mantenerla en terapia intensiva; aunque, para asegurar su
total restablecimiento, todavía permanece hospitalizada en el William
Soler. |