
La cara oculta de la luna
PEDRO DE LA HOZ
pedro.hg@granma.cip.cu
Lo mejor de La cara oculta de la
luna estuvo en la exposición de situaciones álgidas que
comprometen ciertas zonas del tejido social cubano de nuestros días.
Esta era una asignatura pendiente de la Televisión Cubana, saldada con
honestidad por su director Cheíto González con el respaldo de la
División de Dramatizados, a partir de vencer limitaciones conceptuales
y atavismos enraizados. El público discutió la telenovela, aireó
prejuicios e inconformidades y terminó por asumir reflexivamente sus
planteos fundamentales. Sin lugar a dudas, un paso adelante.
Lo cuestionable corrió por cuenta de un insuficiente tratamiento
artístico de esas realidades, en una escala que transitó del desafuero
a la banalidad.
Hubo ciertamente dificultades en la producción que incidieron en la
desarticulación de la estructura de esta serie de 121 capítulos que
llenó una larga etapa del espacio de la novela cubana en Cubavisión.
En su inicial versión radiofónica, su autor, Freddy Domínguez,
concibió el relato como polifónico, en el que las diversas tramas se
entrecruzaban, con lo que se configuró un mosaico mucho más
equilibrado de conflictos y situaciones.
Al llegar a la pequeña pantalla, La cara... se desmembró en
cinco miniseries, hilvanadas entre sí mediante el débil recurso de
confrontar a los respectivos protagonistas en un ejercicio a medio
camino entre el optimismo rapsódico y la conmiseración.
Pero aún así, contando con la asimetría factual y emocional de las
cinco historias, podían haber sido más plenos los planteos, con una
puesta en pantalla de mayor calado estilístico y más afilado rigor en
la factura.
Contrastó la crudeza maniquea de la historia de Amanda con los
ribetes dramáticos, polémicos y conmovedores de la de Yasser (a pesar
del justo reproche del novelista y ensayista Reynaldo González sobre
la victimización del homosexual y su relación con "la cultura"); la
languidez de la saga intermedia sobre la infidelidad femenina, con una
narración de resonancias operáticas a lo Puccini del caso de Leroy;
hasta desembocar en el desconcierto de un último enfoque que nos
remitió a la fórmula más convencional de los recursos telenoveleros.
El SIDA, como deux ex machina en los cuatro primeros
relatos, funcionó a manera de camisa de fuerza, destino inaplazable
que subsumió la riqueza de determinadas tramas secundarias mucho más
intensas y la fuerza telúrica de personajes memorables como los
interpretados por Enrique Molina, Míriam Martínez, Alina Rodríguez,
Yasmín Gómez, Dianelis Brito, Tahití Alvariño y Blanca Rosa Blanco.
No se trata de que se obvie la focalización de un problema de salud
sobre el cual se necesita una más elevada toma de conciencia de sus
factores de riesgo e implicaciones sociales, sino de haberlo hecho de
tal manera que no implicara didactismos evidentes ni desenlaces
previsibles. Encasillar La cara oculta de la luna como una
producción destinada a la educación de los telespectadores y
constreñirla a mera fábula moralizante y preventiva, le hizo un flaco
favor a la ficción televisual. Los propios realizadores empobrecieron
la narración cada vez que cargaron la mano hacia el disciplinado
cumplimiento de ese propósito.
Pero, a pesar de los pesares, La cara oculta de la luna
quedará no solo en el imaginario del telespectador, sino en la propia
historia de la TV Cubana como un acto inaugural de nuevas
posibilidades. |