Esos
hombres imprescindibles que luchan toda la vida se hicieron grandes en
sus guerras, sus palabras, su amor¼ su silencio. José Dolores Poyo fue
uno de ellos. El sacrificio lo hizo digno y el destierro lo volvería
héroe.
Apenas iniciada la lucha independentista en 1868, y perseguido por
el gobierno español, se ve obligado a emigrar. Cayo Hueso sería la
tierra donde su pluma y espíritu dieron fe de su entrega.
"Es hermoso ver luchar a un hombre honrado —escribía Martí— verlo
padecer, puesto que del espectáculo de su dolor, se sacan fuerzas para
oponerse a la maldad¼ Enciende en fuerza y amor el espectáculo de
estos hombres insencibles". Con esas palabras José Dolores Poyo
recibía honores de quien solo los daba cuando eran merecidos. Sobradas
eran las razones.
Una vez en la Florida, presidió la Asociación Patriótica de Cayo
Hueso, primera en el territorio, y luego integraría no pocos clubes u
organizaciones que, asediados por el espionaje, se vieron obligados a
una vida clandestina. Como guía del club Luz de Yara logra
revolucionar una parte de la Isla, y facilita el contacto de Martí con
Bartolomé Masó, Juan Gualberto Gómez, Flor Crombet, Antonio Maceo y
Máximo Gómez.
Su pluma no sería menos útil. El periódico El Yara, que "en más de
una agonía se sustentó del pan que el padre valiente quitaba a sus
hijos", al decir de Martí, circulaba en una ciudad insegura donde
también se arriesgaba la vida. Imperaba la necesidad de conquistarse
casa propia y con su modesto salario hacía el periódico que
gratuitamente se distribuía.
La llegada de Martí a Cayo Hueso propicia el primer encuentro. Los
siguientes días de su corta estancia estarían destinados a la obra
magna. Es Poyo uno de los tres hombres que en enero de 1892 estudia
las bases del Partido Revolucionario Cubano. Intercambios y
aprobaciones precedieron a la definitiva fecha.
Luego de una velada musical, a las 8 de la noche, y después de
celebrado el aniversario del inicio de las guerras, quedaba
oficialmente inaugurado, el 10 de abril de 1892, el Partido.
Presidiría Poyo desde entonces, por elección, el Cuerpo de Consejeros
de Key West.
Años agitados los de aquella guerra en la que el triunfo le sería
arrebatado a los cubanos. Incertidumbre, disoluciones y
licenciamientos sucedieron a las victorias y esperanzas. En medio de
una intromisión yanki, ya no tan solapada, volvía José Dolores Poyo a
la patria.
Su agonía por dar cima a la obra de Martí es su mejor elogio,
reflejaba Ramón Rivero en el periódico Cuba. Merecido homenaje al
hombre que en medio de la segunda intervención norteamericana
predicaba la obra del Apóstol.
Años más tarde, el 26 de octubre de 1911, cerraba los ojos y dejaba
encendida esa luz, que al decir de Martí en un artículo de Patria
dedicado a su figura, parece que brota, a veces, de los hombres.