Después del diluvio (I)

Ronald Suárez Rivas y Alberto Borrego (foto), Enviados especiales

Vargas.— El Tigrillo es un pueblo bendecido por Dios. Al menos, es lo que cree su gente. Tiene 2 600 habitantes, cientos de casitas afincadas al cerro y una carretera famélica que serpentea la montaña.

Yelitza Chirino alfabetizó a su papá, a su mamá y a otros 18 vecinos.

Ubicado a mitad de la vía que unía a Carmen de Uria con Naiguatá, siempre vivió a la sombra de esas dos urbanizaciones. Escuelas, hospitales, empleos, todo quedaba fuera de aquí y obligaba a los pobladores a desplazarse varios kilómetros para llegar a la modernidad.

Pero en diciembre de 1999, mientras el resto del estado de Vargas era arrasado por el deslave que siguió al horrible "palo de agua" de dos semanas completas, El Tigrillo salió milagrosamente ileso.

El 72% de los varguenses resultó afectado directamente. El inventario de la catástrofe recoge más de 30 000 muertos, 40 160 viviendas dañadas y gravísimos estragos a la estructura urbana.

A partir de entonces, El Tigrillo comenzó a crecer con la afluencia de desplazados por la tragedia.

Memorias del subdesarrollo

Pero de todos modos, El Tigrillo tenía poco que perder. "Este era un pueblo olvidado", asegura Teresa Pire, de 56 años. "Aquí nunca había entrado un médico, no existía escuela. Para que un niño venciera la primaria, debía trasladarse a Naiguatá o a Carmen de Uria".

"Cuando a una embarazada se le presentaba el parto, entonces había que ir hasta La Guaira, si aparecían un transporte y la plata para pagar."

Por ello, su gente sabe apreciar la obra de la Revolución Bolivariana en favor de los sectores excluidos de Venezuela. "Desde que Chávez llegó, es como el sol después de la oscuridad", comenta Teresa.

Hace tres años aprendió a leer, gracias a la campaña de alfabetización. Más tarde terminó el cuarto grado, luego el sexto, y ahora aspira a concluir el bachillerato.

En igual situación se halla Higinia Aguilera, de 51 años. Hija de campesinos, tuvo que empezar a trabajar desde niña, "pero ahora que nuestro Presidente nos dio esta oportunidad, me siento como muchacho con juguete nuevo".

"Antes, como no sabía de nada, me daba pena hablar con la gente, pero ya se me cayó la careta de la vergüenza", confiesa.

Una batalla contra la ignorancia

En el aula improvisada en casa de una de las estudiantes, ocho mujeres se reúnen todos los días para aprender un poco más. Yelitza Chirino, la facilitadora venezolana, alfabetizó a su papá, a su mamá y a otros 18 vecinos.

"No lo había intentado antes porque no tenía idea de cómo hacerlo, por eso es muy importante la asesoría de los profesores cubanos."

Todos reconocen que ahora su vida es distinta. "Ya nadie puede venir a hacernos un cuento. Los trabajadores hemos aprendido cuáles son nuestros derechos y que los patrones no lo pueden maltratar a uno", explica Cirila.

Historias similares se repiten en todo Vargas. Antes de iniciarse la misión educativa, existían acá 13 781 analfabetos, cinco de cada 100 habitantes. En toda Venezuela, cada niño tenía al nacer un 95% de probabilidades de no arribar a la Educación Superior.

Después del diluvio

Dominga Paz vivió siempre en Carmen de Uria, un lugar que fue barrido del mapa por las brutales olas de piedra durante la catástrofe de 1999. "Había muertos por todas partes, logramos salir abriéndonos paso entre los escombros, el lodo y los cadáveres. Tuvimos suerte", recuerda.

Higinia viene de Naiguatá, donde la embestida de los aludes sepultó gran parte de la urbanización.

En los años que llevan en El Tigrillo, han visto levantarse una hermosa escuela de dos plantas, con aulas espaciosas, mobiliario nuevo, computadoras, y también casas para los damnificados.

Un médico cubano los asiste, vive en el pueblo. Si ocurre una emergencia, una ambulancia viene enseguida. Todos los habitantes han aprendido a leer y a escribir.

Cuando llegaron acá, con la vista nublada por la tragedia, pensaron que El Tigrillo era un pueblo bendecido por Dios. Hoy lo siguen creyendo.

 

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