La cueva y algo más

ROLANDO PÉREZ BETANCOURT
rolando.pb@granma.cip.cu

Varios jóvenes espectadores que vieron por televisión la coproducción germano-norteamericana La cueva, se comunican entusiasmados con esta sección para comentar algunos aspectos del filme. Otros, que han visto más cine, opinan que aunque no faltan elementos atractivos, como los decorados naturales y algunas escenas de acción, la película, al igual que sus monstruos, se alimenta demasiado de algunas predecesoras, Alien, en primer término.

En lo personal, la cinta me atrapó más por un elemento evocativo que por sus valores cinematográficos: aunque de mucho menos proporciones, hace cuarenta años me vi entrando en una cueva submarina acompañado del fotógrafo Korda y de un grupo de buzos de la Academia de Ciencias. El lugar era el Cabo de San Antonio y por supuesto que no se disponía entonces de minitransportadores ni de modernos equipos computadorizados, como los que aparecen en el filme. Solo tanques de aire, linternas manuales y una soga que debía ser llevada por el guía de la expedición. De aquella soleada mañana recuerdo muy claro que el más experimentado de los buzos —al cabo de los años no he podido precisar si en serio o en broma— sugirió que fueran los periodistas los que encabezaran el avance natatorio por la cueva, a lo que el siempre entrañable Korda, ajustando el regulador de oxígeno, se apresuró en precisarle que "nosotros vamos en la cola, Marco Polo, para poder retratar y contar lo que allá alante suceda".

De esa aventura sin monstruos ni víctimas se publicó un largo reportaje en los inicios de Granma, pero hoy solo hay espacio para mencionar los peces ciegos descubiertos bajo la luz de las linternas y otras variedades, nunca antes vistas por aquellos experimentados hombres del océano.

Como película, es cierto que La cueva puede entusiasmar a un público sin refe-rencias. Pero como dijo un espectador, basta recordar Alien para comprender que los mecanismos del suspenso interplanetario han sido trascolados ahora a la tierra. Algunos críticos le reprocharon también haber copiado filmes como El enigma y de otro mundo y uno muy reciente no visto aquí, The Descent, sobre una expedición espeleológica integrada por mujeres e igualmente atacada por depredadores subterráneos. Los realizadores de La cueva tampoco vacilaron en elaborar una banda sonora muy parecida a Alien y en calcar la tipología de sus monstruos.

Y sin embargo, no se olvida fácil el magnífico escenario natural en que fue filmada La cueva y, al conocerse particularidades del lugar, cabe preguntarse si la realidad allí existente no era más rica para otro tipo de guión, que el calco de ficción que en definitiva terminó siendo: se trata de las Cuevas de Movida, en Rumania, donde se asegura hay más de 12 000 de ellas reportadas y otras tantas sin explorar. Cuevas cavernosas, de hielo, con restos arqueológicos e incluso algunas que son cementerios prehistóricos bien preservados. La cueva más profunda tiene 17 kilómetros de largo y no hace mucho la doctora Christi Lascu descubrió una de agua termal sulfúrica, habitada por inusuales animales invertebrados, 35 de los cuales fueron catalogados como nuevas especies.

Un descubrimiento de gran importancia pues, según se afirma, se trata del primer ecosistema subterráneo del mundo basado en la quimiosíntesis, o lo que es igual, la supervivencia no dependiente de la energía solar. Entre los animales descubiertos —para los amantes de las emociones fuertes— se encuentra un ciempiés de diez centímetros y portador de una mordida mortal.

Tema fílmico para desarrollarse en ese mismo escenario natural, pero con un sentido menos comercial y reiterativo que La cueva, una cinta de otros vuelos, aunque corra el riesgo de venderse menos.

 

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