
Un paisaje virtuoso
AMADO DEL PINO
Repito a menudo que Teatro de Las Estaciones es una de nuestras
agrupaciones teatrales con un sentido más integral y coherente de las
diversas etapas que conforman la producción teatral. El colectivo
matancero que dirige Rubén Darío Salazar concibe sus proyectos, los
ensaya, programa y promueve con una eficacia fuera de serie en nuestro
rico pero impreciso y discontinuo panorama escénico.
Ahora se han presentado en La Habana y estarán en otras plazas del
país con El patico feo, una singular versión del mundialmente
conocido cuento de Hans Christian Andersen (1805-1875). Aquí el
argumento es asumido a partir de una lectura de Norge Espinosa, poeta
y dramaturgo nuestro que ha sido un importante colaborador en algunos
de los mejores espectáculos del grupo. En este caso resulta una pista
nada desdeñable el subtítulo del montaje: "Paisaje musical en 4
tiempos para figuras, máscaras y actores". Estamos en presencia de un
divertimento inteligente y expresivo, pero donde la palabra o los
personajes pesan menos que la portentosa belleza visual que se
derrocha en la concepción del propio Rubén y del consagrado diseñador
Zenén Calero. La excelente utilización de los espacios, el primoroso
diseño de las figuras y los objetos; la sutil maestría de las luces
—también a cargo de Zenén— completan un auténtico regalo para los
sentidos y el espíritu. Liliam Padrón contribuyó a que el rigor
alcanzara su clímax pautando movimientos y soluciones que equilibran
la precisión y la fluidez.
El entorno sonoro reina en la puesta en escena. La música original
de Elvira Santiago es bella, sugerente, conmovedora. Lástima que la
formidable cantante Mayuley Álvarez no haya logrado una dicción más
nítida para que el público —sobre todo los niños— se comunicara mejor
con los poemas de Espinosa. Más que la comprensión total de los
textos, me empañó levemente el disfrute de esta joya escénica, la poca
variedad rítmica que la narración cantada a una sola voz provoca. A
fin de cuentas estamos ante una propuesta que parece dar por sentado
el conocimiento de la historia original y con la reproducción escrita
de los versos podría atenuarse alguna duda en la apropiación de la
anécdota. En cuanto a la monotonía del ritmo, se compensa en buena
medida por el generoso bombardeo de imágenes visuales y por la firmeza
de una dramaturgia que —dentro del derroche de colores y formas— no se
olvida de transmitir ideas y sentimientos.
Aunque la naturaleza del espectáculo no da grandes opciones a la
interpretación dramática, el elenco de Teatro de Las Estaciones
ratifica sus casi mágicos recursos para la manipulación. A los muy
fogueados y ponderados Fara Madrigal, Freddy Maragotto y Migdalia
Seguí se suma —con similar encanto— el muy joven Yerandy Basart.
El patico feo resulta todo un lujo por su radiante belleza y
por confirmar la poética de Teatro de Las Estaciones. Fuera de La
Habana, a golpes de talento y tesón, Rubén Darío, Zenén y su breve
tropa no se cansan de iluminar de gracia los escenarios. |