La herencia de un hombre digno

Mariagny Taset Aguilar
mariagny@granma.cip.cu

Era el 5 de agosto de 1951. El último domingo en que los micrófonos de la antigua CMQ fueron cómplices de las denuncias de Chibás. Cuba no esperaba ese estridente y final "aldabonazo" con que el líder ortodoxo despertó entonces a la nación. Once días después, su voz en vivo jamás volvería a estremecer aquella trinchera radial, y las calles se llenaron del dolor de todo un pueblo.

Matarse al no poder cumplir una promesa le resultó más "fácil" que favorecer la desvergüenza. A tal extremo lo condujo la provocación de un lacayo del gobierno de Prío, Aureliano Sánchez, ministro de Educación en aquella época, a quien Chibás acusó de malversar los fondos del sector. Las pruebas contra Sánchez nunca llegaron a sus manos, y el suicidio en pleno programa selló la polémica.

Porque Eduardo, más que hombre de encendida palabra, era persona digna. Qué más podía esperarse de alguien al frente del Partido del Pueblo Cubano Ortodoxo (PPC). Tal organización inculcaba elevar la moral de sus militantes antes que el peso del bolsillo, bajo el radical lema Vergüenza contra Dinero. De su gigantesca masa juvenil emergió luego la gloriosa Generación del Centenario, plena de principios éticos.

Cuantiosas y profundas fueron sus batallas contra la corrupción de las costumbres públicas cubanas y el deterioro socioeconómico de la república neocolonial. Desde los 18 años se enroló en diversas luchas políticas. Enfrentó los gobiernos de Machado y Batista. Su insobornable y acusador verbo se escuchó también en las filas del autenticismo, en cuyo Partido ingresó en 1938.

Más tarde, en 1947, fomentó la ortodoxia, cuyo manifiesto exponía una marcada concepción socialista. Chibás trazaba así un camino a los revolucionarios que surgían entonces y harían realidad sus anhelos. Estos enriquecieron cada sueño del dirigente y levantaron, con toda la vergüenza de los justos, una Revolución que ningún capital ha podido vencer.

 

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