Eddy Martín será sepultado hoy, a las 10:00 a.m

Réquiem por un guajiro de Tamarindo

SIGFREDO BARROS
sigfredo.bs@granma.cip.cu

Hay hombres que simplemente pasan por la vida. Hay otros que llegan, se detienen, y cuando les llega el momento de decir adiós, dejan tras de sí una imborrable estela de cariño, respeto y admiración.

Foto: LIBORIO NOVALDurante la V Serie Nacional de Béisbol.

Como esos otros fue Antonio Eduardo Martín Sánchez —Eddy Martín para todos los cubanos que disfrutamos de su voz durante más de cuatro décadas—, quien será sepultado hoy, a las 10:00 a.m., en la necrópolis de Colón, víctima de uno de los flagelos de estos tiempos, un accidente de tránsito ocurrido hace un mes en una céntrica esquina capitalina.

Nacido en un punto de la geografía avileña, Tamarindo, el 14 de junio de 1929, Eddy supo encumbrarse desde su humilde origen hasta convertirse en un maestro de la narración deportiva que, además, supo incursionar con éxito en la prensa plana y la escritura de libros.

Fue testigo excepcional de muchos de los momentos cumbre de la Revolución, desde que en los años sesenta acompañó al Comandante en Jefe en sus primeros recorridos por el mundo hasta la narración del primer cubano en el cosmos, sin olvidar sus descripciones de múltiples triunfos de nuestros atletas en Juegos Olímpicos, Panamericanos, Centroamericanos, Mundiales de béisbol y boxeo.

La fama le acompañó desde tiempos atrás. Pero no lo deslumbró, siguió siendo, como él mismo me dijo en una ocasión, un guajiro de Tamarindo con mucha suerte, capaz de detenerse en cualquier lugar para responder una pregunta de un desconocido sobre su tema predilecto, el béisbol, del cual era un profundo conocedor de sus complicadas reglas.

Con los años le llegaron múltiples reconocimientos, distinciones, medallas, diplomas: Por la Cultura Nacional, Premio Nacional de Televisión por la obra de toda la vida. Pero nunca su sonrisa fue más amplia que cuando Fidel le colocó en el pecho la medalla de Héroe Nacional del Trabajo de la República de Cuba. Tuve el privilegio de estar ese día allí, en el Palacio de las Convenciones. Me adelanté a felicitarlo y él, con esa voz bien timbrada casi convertida en un susurro, solo atinó a decir: "Ya me puedo morir tranquilo".

Ojalá haya sido así. Y que con estas líneas, las más tristes que he escrito en mi vida, lleguen las condolencias a sus familiares y a todos los que fuimos sus amigos y que hoy, junto a otros muchos cubanos, sentimos profundamente su pérdida, su absurda pérdida, por esas crueldades que tiene la vida.

 

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