Danza de colores e ideas

AMADO DEL PINO

Aunque ha incursionado también en el ensayo, la narrativa y hasta ha escrito guiones para obras audiovisuales, es en el teatro donde Francisco Ors ha obtenido los mejores resultados artísticos. El éxito de Contradanza —representada en más de una decena de importantes plazas teatrales— convierte a Ors en una de las figuras imprescindibles de la dramaturgia española de las últimas décadas. Se trata de un texto espléndido en su factura literaria y atractivo en el manejo de los resortes argumentales. Más que las bien bordadas situaciones o hasta que la solidez de la acción creciente, al dramaturgo parecen importarle las ideas en juego; legitimar el derecho a encontrar la felicidad y la realización, sin creer que se contradicen los dictados de una represora Naturaleza. En la defensa apasionada de sus razones puede apreciarse —a la luz de hoy— algo de excesivo o redundante, pero no debe olvidarse que la obra fue escrita a finales de los setenta y después de muchos años en que imperaron en su país la moralina y la discriminación.

Al asumir este afortunado texto nuestro director Tony Díaz —con su flamante Mefisto Teatro— da pruebas de madurez en cuanto al manejo de los espacios, la conexión de las escenas, el sentido integral del espectáculo y la fluidez de las composiciones. Como en su premiada apropiación de Escándalo en la trapa —de Brene— Díaz apuesta por el protagonismo del vestuario como portador de signos, sin perder su más evidente función de deleite visual. Si en Escándalo... contó con la sabiduría del maestro Eduardo Arrocha, aquí se alía con otro de nuestros grandes diseñadores: Jesús Ruíz. Auxiliado por la detallada producción de Iván Barrera, Ruíz logra un virtuosismo en la sobria gama de colores y una expresividad en las texturas que hacen de su diseño uno de los momentos más altos en nuestro panorama teatral de los últimos años. La belleza camina junto a la riqueza conceptual. El cuero de las ropas expresa también poder, sexualidad, matiza, hasta ironiza, desde un código muy bien pensado y facturado. Un momento formidable —en el que se aúnan las funciones del vestuario y de la escenografía, gracias a la inteligente labor de dirección— se localiza en la escena en que el protagonista abandona la coraza con la que ha cubierto su cuerpo y ese pesado objeto se convierte en un elemento escenográfico de alta carga significativa.

Las luces de Carlos Repilado y la música de Ulises Hernández complementan la pulcritud reinante. Ambos consagrados en su especialidad aportan con eficacia para completar una puesta en escena hermosa, agradable, integral.

Un montaje de esta categoría obliga al elenco a un nivel de interpretación también alto y exquisito. A pesar de que se aprecia un riguroso entrenamiento, los resultados no se equiparan con la brillantez de otros elementos. Alejandro Milián enfrenta con gracia y precisión un personaje muy complejo, cuya trayectoria define el ritmo de todo el espectáculo. El joven actor defiende con solvencia, la mayoría de los muchos parlamentos de su enmascarada reina y logra matices conmovedores con lo orgánico de su gestualidad. Lástima que apresure o valore insuficientemente algunas transiciones y que su decir corra el peligro de tornarse monocorde. Como contraparte, David Guerra da un importante salto en su breve carrera. Alcanza momentos de creíble desgarramiento, pero no consigue adentrarse del todo en la tupida madeja de motivaciones y sentimientos que Lord Enrique representa.

En el resto del elenco sobresale la mesura, el encanto del experimentado Ramón Ramos y la pasión, el dinamismo de Alina Molina. La actriz puede sacar mejor partido del breve monólogo que parece desbordarla. En ese mismo rol, Lisset Meléndez resulta ligera y hasta convincente, pero un tanto mecánica a la hora de escuchar a los demás. Esa falla se agudiza en la labor de Rayssel Cruz, de vital presencia y agradable desplazamiento, pero tenso, "recitado" y previsible. La labor de Andrés Serrano y Roberto Salomón se ve afectada al principio porque todavía no han integrado lo suficiente, los movimientos de la sugerente coreografía del maestro Iván Tenorio. Hacia la segunda mitad de la función crecen en variedad y fuerza, sobre todo Salomón con una escena final vigorosa y sostenida.

Contradanza apunta a una meta ambiciosa y nos ofrece —en la sala El Sótano durante todo agosto— la rara oportunidad de asistir a un espectáculo que nos aporta, a la vez, belleza y reflexión.

 

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