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7 DE JULIO DE 1955: PARTIDA DE FIDEL HACIA EL EXILIO
¡Nunca llorar de impotencia!
"No hay derecho a llorar en ningún lugar del mundo las penas de Cuba mientras haya un cubano que pueda tomar un rifle para remediarlas"
MARIO MENCÍA
¿Se ha valorado alguna
vez en toda su magnitud el efecto potenciador del exilio en los
hombres excepcionales?
Cuando Fidel partió hacia México, ya Raúl llevaba dos semanas exiliado en ese país. En la foto, con ellos, Juan Manuel Márquez.
¿Cómo se vuelca en
más pasión por la lucha, en más acción sin desmayo, más
claridad de perspectivas, más visión de posibilidades ese
desgarrador alejamiento del campo de batalla, del terreno donde ha
de librar sus combates por el futuro?
¿Cuánto estimula la
lejanía temporal, forzosa, esa capacidad de reacción triunfante
ante la adversidad que tipifica a los hombres ardidos por sus
proyectos revolucionarios inconclusos?
¿Cómo en vez de
desalentar, debilitar, en ellos el destierro es increíble fuente de
nuevos impulsos, torrente de ideas, reafirmación de convicciones,
fuerza para la fe, energía para la confianza y calor para esa
vehemencia que en conjunto aceleran la transformación en realidad
de los más remotos sueños?
Será el Bolívar de
Jamaica que no tiene con qué pagar el cuarto de una precaria
pensión, lo que no impide que asuma una clara concepción del
universo americano. Nunca vencido, sus días del destierro le
fortalecen; le hacen latir con fuego anticipado el trepidar de las
armas futuras de Boyacá, Carabobo, Pichincha, por el que ha de
irrumpir en tormenta arrasadora de la opresión la libertad de un
continente.
Será
el Juárez que arriba a La Habana en 1853, año en que nace José
Martí, exactamente un siglo antes del asalto al Moncada. Y no tiene
a veces para un bocado de pan, y trabaja de tabaquero por unos pocos
centavos, pero arde en los planes sublimes que lo han de llevar a la
lucha contra la tiranía de Santa-Anna cuando regrese a su tierra en
1855, justo cien años antes de que Fidel Castro busque refugio
preparador en ella. Entonces, habrá madurado en Juárez el talento
singular con el que enfrentará y derrotará al imperio francés que
ha de hollarle la patria.
¿No es acaso en la
amargura del exilio que abarcará veinticuatro de los cuarenta y dos
años de su vida donde se integra amasado en lúcida pobreza el
genio formidable de José Martí, cúspide de nuestra América
diecinuevecentista; que ve, primer peregrino en la huella
bolivariana, cómo es de necesaria la unión de los pueblos del
Bravo a La Patagonia para contener el afán depredador del norte
revuelto y brutal que los desprecia; inusitado caminante que logra
la cohesión de los factores vitales para la independencia de la
patria y funda ese excepcional partido revolucionario, primero con
un fin liberador nacional, que ha de dar basamento ético para todos
los tiempos a la Revolución cubana?
¿Y dónde estaba
crecido y creciendo nuestro Julio Antonio Mella cuando pletórico de
internacionalismo es asesinado en el año 1929? ¿Y hacia dónde iba
nuestro Antonio Guiteras cuando cae con el proyecto antimperialista
de su Joven América en el 1935 estrenador de la primera dictadura
batistiana?
La tarde del viernes 7
de julio de 1955 tocaba tierra en el aeropuerto de Mérida el avión
que cubría el vuelo 566 de Mexicana de Aviación procedente de La
Habana. Para aquel hombre alto, de muy usado traje gris de invierno,
que un mes después cumpliría los 29 años de edad, que ahora
bajaba la escalerilla con paso firme y la mirada escrutadora, y que
solo tendría que esperar por equipaje una maleta de aspecto
corriente con menos ropas que libros, comenzaban los días del
exilio.
Difícil explicarles
cuán amargo ha sido para mi persona el paso necesario y útil de
salir de Cuba. Casi lloré al tomar el avión, escribiría Fidel
siete días después a los compañeros de la dirección del
Movimiento Revolucionario 26 de Julio, en carta a Faustino Pérez
fechada en Ciudad México el 14 de julio de 1955.
Fidel con el entrañable mexicano Alsacio Venegas, la cubana María Antonia González y Elvira Belmondo, esposa de Venegas, pocos días después de la llegada.
La escala en Mérida fue
breve. Únicamente el tiempo necesario para tomar el siguiente
avión que lo llevó a Veracruz, en vuelo suroeste sobre el golfo de
Campeche.
El estado de ánimo —nunca
lo individual predominando sobre la obligación social— no
impediría en Veracruz el abrazo al escultor cubano José Fidalgo y
las orientaciones a este para establecer contacto por
correspondencia con los emigrados en Tampa y Nueva York para ir
ganando esos núcleos de cubanos a nuestra causa.
El 8 de julio ya Fidel
arribaba en ómnibus a Ciudad México. Me reuní la primera noche
con Raúl y dos o tres cubanos de confianza en casa de una cubana
residente en ésta desde hace años y que ha sido una verdadera
madre para los del Moncada en los días de frío y hambre,
detallaba en esa misma carta a Faustino, en la que destaca el
significado de la ayuda que María Antonia González prestaba a los
revolucionarios cubanos en México.
Trazamos un pequeño
plan de trabajo que comprende desde el modo rápido de obtener
noticias generales de Cuba, hasta el modo de llegar a personalidades
influyentes en este país, cuya amistad y simpatías pueden ser
útiles, sigue diciendo y agrega:
Con los demás
cubanos de distintas militancias, que son escasos, vamos haciendo
contacto poco a poco, recibiendo de todos magnífica acogida. Hay
otros cubanos residentes en ésta hace largo tiempo de cuyas
simpatías estamos informados, que tienen relaciones y recursos y
con los cuales nos iremos relacionando más adelante.
Fidel observa los resultados de una práctica de tiro en Los Gamitos, México, D.F.
Cuando pueda
reconstruirse en todos sus detalles el capítulo correspondiente al
agónico exilio de los revolucionarios cubanos se comprenderá
entonces con cuánta abnegación y sacrificio se pavimenta el camino
hacia la victoria.
Aparecerán en esa
historia las noches con hambre y sin almohada, mientras en la
palabra y en la acción no cesa el magisterio ferviente que vence
dificultades casi imposibles de superar y suma para la causa por la
que se combate, porque se combatía a nombre de todo el pueblo.
¿Cómo se
imaginarán los demás que es esta vida?, escribía Fidel el 28
de julio de 1955 en carta donde apremiaba informaciones de los
compañeros de la dirección del Movimiento, cuando todavía no ha
recibido noticias de ellos. Es triste, solitaria y dura. Parece
que lo destruyen a uno en mil pedazos cuando lo alejan de la Patria
a la que solo se puede volver honrosamente, o no volver nunca más.
Sería necesario comprender toda la firmeza de esta decisión para
juzgar de nuestro ánimo. Yo ando recogiendo todavía los pedazos de
mis sentimientos personales que son los de un hombre que por
dignidad, ideal y deber todo lo ha renunciado en esta vida.
En la carta a Faustino
del 14 de julio daba detalles sobre sus primeros días en Ciudad
México:
Vivo en un pequeño
cuartico y el tiempo que dispongo libre lo dedico a leer y estudiar.
Ahora estoy documentándome sobre el proceso revolucionario de
México bajo la dirección de Lázaro Cárdenas. Más adelante
pienso redactar el programa revolucionario completo que vamos a
presentar al país en forma de folleto que puede ser impreso en
ésta e introducido clandestinamente en Cuba.
Lo enviaría con
anterioridad a ustedes para que lo discutiesen aunque espero que
para esa oportunidad algunos de ustedes estén en ésta.
La norma básica de
mis pasos aquí es y será siempre suma cautela y absoluta
discreción; tal como si estuviéramos en Cuba. He procurado hacerme
notar lo menos posible. A medida que avancen ustedes allá
avanzaremos nosotros aquí. Considero que todo es perfectamente
realizable tal como fue concebido en líneas generales.
Es necesario destacar:
suma cautela y absoluta discreción; procurar hacerse notar lo menos
posible... ¡Exactamente lo contrario de lo que hacían los
políticos oportunistas y los aprovechados
pseudoinsurreccionalistas, que buscaban el mayor despliegue
publicitario a cada una de sus pomposas declaraciones contra el
régimen y a cada una de sus bien hoteladas escalas en el
extranjero! Otras eran las características del exilio entre los
hombres que realmente se preparaban, sin recursos, para hacer la
revolución.
María Antonia González
y su esposo, el luchador mexicano Avelino Palomo, le dieron
alojamiento a Raúl Castro en su apartamento de la calle Emparan
número 49. Raúl había llegado a México dos semanas antes que
Fidel. Su único ingreso estable iban a resultar los cuarenta pesos
que desde La Habana le enviaría mensualmente su hermana Lidia.
Durante aquellas
primeras semanas en el exilio Fidel vivió en una modestísima
habitación interior de un hotel de ínfima categoría. Allí
enfermó de gripe y, sin atención médica, se mantuvo todo el
tiempo en febricitante actividad, visitando a diferentes personas en
labor de captación para su proyecto revolucionario, y escribiendo
constantemente hacia Cuba con esos mismos fines.
Para almorzar y comer
tenía que desplazarse obligadamente desde donde estuviera hasta la
casa de María Antonia, en la zona antigua de la capital mexicana.
En general no iba a sobrepasar los ochenta pesos de ingresos
mensuales, que algunos compañeros y amigos acopiarían cada mes
para enviárselos y que, como es lógico deducir, se irían en una
buena proporción en ayuda a los demás exiliados y en los gastos
para la propaganda que iniciaba desde allá y las comunicaciones de
correos con Cuba.
El día 1ro. de agosto
de 1955 recibe Fidel la primera carta que le envía desde Cuba la
dirección del Movimiento. En su contestación del día 2 hacia La
Habana, por intermedio de su hermana Lidia, aparece este párrafo
que permite ampliar la imagen de su situación:
Aunque son ya en este
instante las 4 y 5 de la mañana, todavía continúo escribiendo.
¡No se sabe cuántas páginas llevo ya en total! Tengo que
entregarlas a la portadora a las ocho a.m. No tengo despertador, si
me duermo perdería el correo; no me acostaré pues. Inmediatamente
(voy a) ponerme a escribir los demás documentos que salen a fines
de semana. Tengo catarro con tos y me duele todo el cuerpo. Carezco
de tabacos cubanos y buena falta me hacen. Este es el cuadro en
breves líneas.
Y este otro, con el que
finaliza esa carta, es que el optimismo y la visión del porvenir,
como siempre en él, hacen olvidar las muchas contrariedades que
enfrenta y en su lugar emerge en un deslumbrante canto a la
esperanza:
Miren: yo tengo una
gran fe; pero no es una fe religiosa, sino racional y lógica,
porque en esta hora de tremenda confusión, somos los únicos que
tenemos una línea, un programa y una meta. ¡Y decisión para
alcanzarla o morir en el empeño! Pienso pronto dedicarme a la
redacción de nuestro programa completo y someterlo a la
consideración de ustedes. Será un mensaje de esperanza en un mundo
mejor al pueblo de Cuba y una promesa de buscarlo con nuestra vida y
nuestra sangre.
Y dice eso un hombre que
físicamente estaba pasando hambre. Como otros compañeros del
exilio. Como sus compañeros en Cuba. Porque fue rigurosamente
cierto que había un rígido control de los fondos del Movimiento,
que prácticamente entonces todavía no existían, los que no se
podían tocar para gastos personales. Los fondos del Movimiento se
aplicarían exclusivamente a los gastos requeridos por las
necesidades revolucionarias: adquisición de armas, prácticas de
tiro, impresos, correspondencia, transporte por los más modestos
medios cuando no se podían hacer los desplazamientos a pie o en
forma gratuita, pago del arrendamiento de casas para el alojamiento
colectivo y sostenimiento, frugal como el de todos, de aquellos que
no recibían absolutamente nada de familiares o amigos.
Pero, ni las duras
condiciones personales ni la amarga lejanía de la patria sojuzgada
sería en Fidel la pesadumbre de un desterrado que rompe en
impotente llanto. Él mismo lo proclamaría —palabras sobre hechos—
tres meses después de partir, en su discurso antimperialista del 9
de octubre de 1955 en el parque de Chapultepec, como lo había dicho
tan solo una semana después de marchar de Cuba, en su carta del 14
de julio:
Me abstuve por eso en
absoluto de hacer declaraciones públicas a mi llegada. Además me
lo impide el pudor. No hay derecho a llorar en ningún lugar del
mundo las penas de Cuba mientras haya un cubano que pueda tomar un
rifle para remediarlas. "¿Y qué hacen los cubanos?", nos podrían
preguntar los mexicanos si les hablásemos de nuestra bochornosa
situación política. ¡Como si fueran pocos los problemas de ellos!
En el más infortunado de los casos, de nosotros podrá decirse el
día de mañana que supimos morir ante un imposible, pero nunca que
se nos vio llorar de impotencia.
Nunca se le vería
llorar de impotencia, porque aquella pasión martiana por la
libertad se animaba en fervorosa acción ante el sagrado compromiso
contraído con el pueblo. Al salir días antes, el 7 de julio,
había dicho que partía hacia un viaje del que no se regresa, o
se regresa con la tiranía descabezada a los pies.
¡Regresaría!
Pero, mucho antes de
regresar, lo anticiparía otra vez en carta que dirigió el 2 de
agosto de 1955 a sus compañeros de la dirección del Movimiento que
estaban en Cuba. He aquí un hermoso fragmento de esa carta, el que
encierra el sencillo secreto que condujo hacia la Revolución a
nuestro pueblo:
Mi tarea en ésta
pienso llevarla a cabo cabalmente. No me refiero en este caso a la
de escribir cartas y manifiestos desde este solitario cuartico, sino
a la otra no menos importante. Estoy optimista de lo que llevo
hecho, sencilla y discretamente. Considero tan importante y delicado
lo de afuera, que soporto con resignación la amargura de esta
ausencia y convierto toda mi pena en impulso, en deseo ardiente de
verme peleando cuanto antes en la tierra cubana. Vuelvo a reiterar
mi promesa de que si lo que anhelamos no fuera posible, si nos
quedáramos solos, me verían llegar en bote, a una playa
cualquiera, con un fusil en la mano. |