Debut capitalino del Ballet Folclórico Babul

Entre el changüí, el yubá y la Banana Boat Song

ANTONIO PANEQUE BRIZUELA
paneque.b@granma.cip.cu 

En los bailes de salón interpretados por esta agrupación guantanamera, hay momentos en que los bailarines muestran cierta sobriedad del torso, mientras, en contraste, sus extremidades y articulaciones se burlan de las penas, especulan respecto al amor, las alegrías y los malos ratos y, en otros momentos, hasta llegan a "cortar" cabezas con los mismos machetes de sus ancestros en las plantaciones y puertos de Banana Boat Song.

No siempre es así, pues las 50 obras danzarias y musicales del Ballet Folclórico Babul, que debutó la semana última en La Habana, recorren una amplia escala de ritmos afrocaribeños que suelen estremecer los cuerpos, pero hay piezas tradicionales, como el pompadour haitiano, donde la quietud de los rostros parece estar en línea con el corazón para exigir respeto ante el sentimiento. Hay como una dignidad en esa simpleza del acto.

Artífices de la teatralización de la danza, en Banana Boat... (Canción del barco platanero), el espectáculo ofrecido por Babul en el teatro Mella más bien impone la música contagiosa de entraña caribeña, su grito de alma afroamericana, en las voces de cantantes y en la rítmica de músicos y bailarines.

Obra jamaicana, devenida uno de los más conocidos calypsos de la historia, a diferencia de la versión optimista y menos dramática de Harry Belafonte, la interpretación de los artistas de Babul rehuye, al decir de ellos mismos, "el pintoresquismo y la reproducción mimética".

Defensores de lo cubano-caribeño, ellos se remontan al original que estremeció los años veinte (Day Oh Banana), muy popular, pero más cruda, cantada por braceros jamaicanos de Port Antonio, en un tiempo la capital del banano: la llamada del estibador que pide al "tally mon" contar sus pesados lotes para poder cobrarlos en dinero "liviano".

Tal vez por eso el director y coreógrafo de esta compañía folclórica, Ernesto Llewellyn de Lahera, cuya labor ha llevado a Babul a eventos como el guadalupense XIII Festival Internacional GWOKA, subraya sus raíces, que van también a la médula social del arte, desde que surge el grupo en 1994 como expresión de la Tumba Francesa.

Presentación habanera realmente impresionante, de acabado artístico y acogida de público que acusó exigua promoción, su primer espectáculo en el día de estreno comprendió La magia del Caribe, recorrido por bailes tradicionales guantanameros (changüí, nengón), de la Tumba Francesa (masón, yubá y frenté), o francocaribeños como el danye de Martinica.

Otros como la anónima Banana Light y los merengues haitianos y dominicanos, que allá van con acordeón y saxofones, y acá con tres, contrabajo y la base percutiva de kataes de bambú, tumbadora, tambora, maracas y guayo de metal, integraron igualmente su debut.

Les seguirían las comparsas de camino, bailes lentos, o rápidos de cintas, que recuerdan al nicaragüense Palo de mayo; y otros que, según el caso, invocan a loas del panteón vudú, u orishas del yoruba, con toques que no emplean los tambores batá, pero sí a sus parientes: el premier y las tumbadoras de Aribel Silva, junto a la voz de Arquímedes Sales, una suerte de tenor de esta dramática lírica insular.

 

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