Hombres que trascienden su tiempo

Cuenta Eliseo de la Campa, quien pasó mucho tiempo como piloto del Che, que hubo hasta un periodista que no podía creer en las cosas sorprendentes que le ocurrían al Guerrillero Heroico. La inverosímil historia en esta ocasión narra cómo volaron a Bayamo para asistir a una reunión y, luego, bajo amenaza de lluvia y con un avión "que no era gran cosa", el Che se empecinaba en regresar a La Habana.

"Mire, comandante, el tiempo no está muy bueno, ya casi es de noche —aparece en el libro Con la adarga al brazo, de Mariano Rodríguez— "No, no, yo necesito irme para la Habana". Pero al llegar a Manzanillo la tormenta los hizo virar.

"En Bayamo ya era noche cerrada, en ese aeropuerto no había luz y empezamos a dar vueltas hasta que un compañero buscó dos chismosas para marcar la pista y así nos tiramos", recuerda Eliseo, "Pero bien, logramos aterrizar sin problemas, bajamos del avión y ahí se me acerca Aleida, esposa de Ernesto, y me dice: ¿Eliseo usted tiene dinero? Yo sí, digo. Bueno, porque todo el problema que tiene el Che —dice ella— es que no tiene dinero para pagar ni el hotel (...) y no se atreve a pedírselo a usted. Por supuesto yo le dije a Aleida que no había problemas, que yo tenía dinero y que allá en La Habana nos arreglábamos".

Y eso era lo que no le cabía en la cabeza a cierto periodista uruguayo que un día publicó la anécdota en el periódico El Siglo, de Chile; pues en aquellos momentos el Che era el Presidente del Banco Nacional de Cuba.

Corrían los primeros meses de 1890 en la Isla y recién culminaba Maceo una estancia de cinco de ellos en la capital, tras diez años de forzoso exilio. Sometido a un intenso espionaje por las autoridades españolas y a una feroz campaña de la prensa reaccionaria de la época, el Titán de Bronce no cejaba en su empeño de llevar adelante los planes revolucionarios, en medio de una desconcertante realidad para los cubanos.

Fue entonces cuando el 25 de julio de aquel mismo año retorna a Santiago de Cuba y, cuatro días después, protagoniza uno de los episodios más recordados. Ocurrió durante una de las tantas ceremonias en que compartió junto a otros luchadores revolucionarios, organizada en el restaurante La Venus de la ciudad.

Allí el joven José J. Hernández refirió que Cuba, por la fuerza de las circunstancias, se convertiría fatalmente "en una estrella más de la gran constelación americana". Era inútil imaginar que Maceo permanecería callado. Con voz pausada, aunque enérgica, le espetó:

"Creo, joven, aunque me parece imposible, que ese sería el único caso en que tal vez estaría yo al lado de los españoles".

Así era este hombre: de guerra y de palabra. Cada herida enrojeció una página en su historial de luchas desiguales y fieras, pero ninguna le mutiló jamás el corazón. (Mariagny Taset Aguilar)

 

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