
La pasión vuelve mañana
ROGELIO RIVERÓN
Pudiera esbozarlo todo
como una simple noticia: lector, detente en uno de los últimos libros
de poesía de la editorial Letras Cubanas: Sagradas pasiones,
de Arístides Vega Chapú. A partir de entonces, podemos figurarnos en
condiciones de interpretar. Una suerte de guía sentimental,
dice la nota de contracubierta de este poemario nostálgico con
asterisco, de estas revelaciones en que solo en apariencia eso que
llamamos el sujeto lírico viene a nuestro encuentro con el fin
de testificar.
Siguiendo al poeta alemán
Gotfried Benn, me he preguntado qué tipo de intensidad guarda un
poemario que se nos abre como una confesión. Transferido el
desasosiego que lo origina al cosmos de los significados oblicuos, ¿a
qué nos compulsa, en tanto lectores? ¿Qué tipo de confidente es un
lector? ¿Qué pasa con nuestra memoria cuando de ella se encarga la
poesía? A divagar así me impulsa Arístides Vega (Santa Clara,
1962), pero sé —sabemos— que me detengo apenas en un costado de
ese cuerpo de sensaciones originadas en la lectura, y que,
contradictoriamente, ese artefacto al que llamamos poema, debe, en su
autonomía, superar toda reflexión provisoria.
Sagradas pasiones
parece el resultado de una meditación tan intensa que solo cabe
relatarla con la venia de la poesía. Estructurado en dos partes, "Bajo
la luna de Valencia" y "Diálogos de la luz", este libro nos enfrenta
a sutiles reinterpretaciones de conceptos como la nostalgia, el hoy y
la muerte. Básicamente, no hay una delimitación estricta entre sus
secciones. Su orden es tan sutil que linda con la ironía, y la
ironía, a propósito, está aquí siempre a punto de activarse. Tal
vez por eso evocar resultaría un verbo defectuoso para quien
se empeñara en una glosa de esos poemas, de la actitud de esa voz que
se las arregla para que nos persiga como una seguridad de que si
estiramos la mano, podemos tocar a quien la articula.
A pesar de toda la
ambigüedad que hay en la idea de un libro como algo cerrado en sí
mismo, me siento tentado a hablar de este como de algo sólido, que
supo encontrar el camino hacia esa unidad siempre en entredicho,
siempre por evidenciarse. Ello se debe quizás a la persistencia.
Arístides Vega Chapú es conciso sin ser escueto. Sus versos tendidos
explican esos estados difíciles, siempre a punto de decantarse hacia
otra esencia, como si lo esencial fuera ya y solo la búsqueda.
Curiosamente, hay en la página 24 de Sagradas pasiones un
poema, cuyo eco se sumerge para brotar en otro, en la 53. El primero
se titula "Memoria tribal" y puede, a su modo, resumir el aliento de
todo el libro, gracias a su grado de conjetura, a la manera en que da
fe de un espíritu alerta, diríase profético, y, finalmente, gracias
a una ironía que le permite manejar incluso ciertos códigos del
kitsch. El segundo se titula "Pasión por la búsqueda", y, más allá
del ambiente nocturno de ambos, los vincula una actitud interrogativa
y una similar forma de sugerir que se está dispuesto a creer, así
sea para que después todo acabe. Lúcido y melancólico, este libro
nos advierte sobre las pequeñas asechanzas de la memoria.
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