El Mayo de Onetti

AMADO DEL PINO

Se ha dicho que la memoria de un crítico va tejiendo una antología de imágenes teatrales. En la de este comentarista ha entrado para quedarse en sitio privilegiado Onetti en el espejo, la puesta en escena del Teatro Circular de Montevideo que pudo verse en los días finales de Mayo Teatral. Por cierto, los que repletamos la sala El Sótano en la segunda función de los uruguayos disfrutamos el momento en que los dos intérpretes —todavía con la piel de los personajes habitándolos— recibieron el esencial premio Gallo de La Habana, que, desde la década de los sesenta, entrega Casa de las Américas. Este colectivo ha mantenido una labor rigurosa y sostenida desde que abrió sus puertas —¡más de medio siglo atrás!— el 16 de diciembre de 1954.

Cuando revisé el texto que origina el espectáculo, me pareció excelente la agudeza y la continuidad de las entrevistas de María Esther Gilio, realizadas entre 1965-1993. Sin embargo, me preguntaba cómo resolver el difícil abordaje a la vida y la obra del gran narrador Juan Carlos Onetti (1909-1994) desde el lenguaje de la escena. Hiber Conteris trabajó una versión respetuosa del intercambio real que va pasando de lo periodístico a lo humano y añadió con sabiduría algunos costados conflictivos y un breve fragmento —primorosamente ubicado— de la obra de Onetti.

A la puesta en escena de Patricia Yosi la caracterizan la sobriedad y la eficacia. Hubiese preferido que la escenografía —a cargo de Osvaldo Reyno— fuese más sintética en cuanto a objetos y frascos sobre las tablas; pero la fluidez del movimiento escénico y la sabia utilización de las luces y la banda sonora logran que nos olvidemos de lo detallado de la ambientación. Tal vez pudo acudirse a una forma más variada o ingeniosa para presentar cada uno de los momentos de los encuentros, pero comprendo que se haya preferido una clave que dejara un sabor testimonial y rindiera homenaje a la ejemplar reportera que —otro lujo del evento— estuvo presente en la sala y subió a escena a compartir los atronadores aplausos.

En la soberbia caracterización de Walter Reyno tiene su centro, su magia y su sostén esta puesta en escena. Pocas, muy pocas veces en casi treinta años de espectador continuo he disfrutado de una cadena de acciones tan límpida, una interiorización así de honda y un sentido de la verdad tan pleno y exquisito. Walter consigue meterse en la gestualidad que suponemos en el Premio Cervantes de 1980, pero, sobre todo, en el alma de este hombre solitario, dedicado como un monje a la singular exquisitez de su obra; vapuleado por las pasiones humanas y los prejuicios sociales. Reyno nos brinda de forma también ejemplar la creciente revelación del rostro del artista y del hombre, gracias a la perseverancia y el calor humano de la entrevistadora que deviene amiga. A Paola Venditto le tocó el arduo rol de defender a esa muchacha que madura, esa imprescindible contraparte de las entrecortadas confesiones del maestro. Aunque pudo lograr más variaciones en el decir, Paola logró sostener el ritmo peculiar y trepidante que impone la clase magistral que ofrece cada noche Walter Reyno, colocando a Onetti ante su propia sombra y también ante sus contemporáneos y la posteridad.

Onetti en el espejo funciona como un claro ejemplo de la importancia y la trascendencia que ha alcanzado Mayo Teatral. Que vuelva. Los que amamos la escena lo estamos necesitando tanto como las lluvias que refrescan el suelo y —según la leyenda— colaboran con la lozanía y la belleza.

 

| Portada  | Nacionales | Internacionales | Deportes | Cultura |
| Cartas | Comentarios | Ciencia y Tecnología | Lapizcopio| Especiales |

SubirSubir