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Cámara de altura
Iván del Prado estrena
formación instrumental en la Basílica
PEDRO DE LA HOZ
pedro.hg@granma.cip.cu
Vuelve
a la palestra el nombre de Orquesta de Cámara de La Habana. Ya hubo
una, fundada el 3 de marzo de 1934. El podio fue ocupado por José
Ardévol, español que se hizo cubano entre nosotros; compositor,
pedagogo, promotor, fiel a los ideales revolucionarios. Por sus
atriles, o vinculados a ella, pasaron nombres ineludibles en la
historia de la música insular: Manuel Duchesne Morillas, Juan Jorge
Junco, Antonio Quevedo, María Muñoz, César Pérez Sentenat y
Alberto Roldán, por citar algunos.
Este último fin de
semana, en la Basílica Menor de San Francisco de Asís, una nueva
Orquesta de Cámara de La Habana ofreció su primer concierto. En su
formación se evidencian las trazas del extraordinario empeño
pedagógico que el maestro Evelio Tieles —¿habrá que decir que se
trata de uno de nuestros mejores violinistas?— ha llevado a cabo en
años recientes con alumnos de avanzada en la Orquesta Manuel Saumell.
Al frente de la recién
estrenada agrupación se halla Iván del Prado, quien además de su
reconocido talento en la conducción orquestal, es músico que mueve
montañas y posee una percepción muy clara de lo que significa
desarrollar al más elevado nivel un organismo instrumental —prueba
al canto, sus años de titularidad con la Sinfónica Nacional— y
ofrecer al público una auténtica perspectiva de crecimiento
estético.
Esos presupuestos saltaron
a la vista y al oído en el programa inaugural. En el año donde todo
es Mozart —la velada reflejó la fiebre mozartiana en clave de
homenaje, puesto que la OCH de Ardévol justamente cerró su primer
concierto en 1934 con la Pequeña serenata nocturna—, nos
recordó que un compositor monumental como el ruso Dimitri
Shostakovich (1906-1975) también existe. A cien años de su
nacimiento es necesario no olvidar su vigoroso legado, su tenaz lucha
por expresar las hazañas y contradicciones del alma humana.
La Sinfonía de Cámara
es una versión del Cuarteto de cuerdas no. 8, que nació bajo
el impacto que sintió Shostakovich al visitar la ciudad alemana de
Dresde al término de la Segunda Guerra Mundial. En carta a un amigo
confesó que también la dedicaba a sí mismo. Es obra de resonancias
dramáticas y tensiones dinámicas que se manifiestan en pasajes de
arrebatada potencia rítmica (segundo y tercer movimientos) que
alternan con periodos lentos de grávida emoción dolorosa. Del Prado
llevó a sus jóvenes músicos a compartir esos sentimientos y
entregarlos al público de manera fiel.
En un verdadero alarde de
dominio estilístico y virtuosismo orquestal devino la ejecución de
la tercera suite de Danzas y arias antiguas, del italiano
Ottorino Respighi (1979-1936), por cuanto la materia prima original,
de corte renacentista, se encauza mediante una construcción compleja
bajo el canon de la modernidad.
El Concerto grosso no.
4, de Jorge Federico Handel (1685-1759) transcurrió atenida a esa
determinación por la majestad melódica y la belleza tímbrica de uno
de los autores más importantes del barroco tardío. Y luego vino el
aludido Mozart, en una audición ejemplar que recordó cómo la
música del genial salzburgués es exigente en el plano de los
detalles. Nada que ver con las interpretaciones tópicas que se
prodigan al conjuro mozartiano, como para asegurar la altura de esta
primera imagen de la nueva OCH.
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