Es triste salvar a un niño y luego venga 
una bomba y lo mate

Texto y foto: José Antonio Fulgueiras

SANTA CLARA.—"En Iraq yo ayudé a salvar a cientos de niños de la muerte, por eso es triste pensar en la enorme posibilidad de que luego venga una bomba y los mate. Los gobernantes yankis no tienen perdón", expresa con el ceño fruncido la enfermera Zoraida González Clavero desde sus 38 años de experiencia humanitaria.

"Ese pensamiento no me abandona cuando veo y leo las noticias de los bombardeos sobre Iraq. Siempre me digo: algunas de esas jóvenes víctimas quizá sea uno de aquellos niños prematuros que yo ayudé a salvar cuando trabajé como enfermera, desde 1981 hasta 1983, en el poblado de Qup a 70 kilómetros de Bagdad."

Con sus 61 años de edad en el rostro optimista de una mujer dispuesta a continuar dándoles alegrías a las parturientas, Zoraida se desempeña actualmente como jefa de la sala de Neonatología del hospital infantil José Luis Miranda, de Santa Clara.

"Nunca olvido la misión en Iraq, porque sentí mucho cariño y simpatía por parte de los pobladores de aquella zona en la que presté mis servicios. No importaron las diferencias de cultura; las madres llevaban a sus hijos en primera instancia hacia nosotros, pues tenían plena confianza en nuestra entrega y sensibilidad humana."

Cada tarde, Zoraida, en su casa, se pone a repasar su vida de enfermera obstetra: "¡Son tantas las alegrías al recibir nuevos seres humanos! Y muchas más cuando me dicen que aquel niño de Camajuaní ya es doctor, o el de Placetas, ingeniero. Pero al recordar a Iraq siempre me hago las mismas preguntas: ¿estarán vivos o muertos bajo los escombros?, ¿se habrán salvado de la última masacre?".

Zoraida está lista para salir a cumplir otra misión internacionalista en cualquier lugar. Pero también piensa que el primer deber de un profesional de la Salud es dar lo mejor de sí a su comunidad, prestigiar la excelencia médica en casa.

De ello habla a las muchachas y muchachos que se forman en estos tiempos. Suele evocar ante ellos sus días de guajirita en la finca La Jía, a doce kilómetros del poblado de Cartagena, en Cienfuegos; del orgullo que sintió cuando a los 21 años se puso su primer uniforme blanco y de la consagración que exigió conquistar la Licenciatura en Enfermería.

"No tengo hijos naturales, pero más de 10 000, que han pasado por mis manos, son como si lo fueran. Hay que tener una muy grande vocación en esta entrega, la vida te premia con dar más vida."

 

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