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El juego suicida
El problema de los adolescentes que de forma irresponsable se enganchan en las guaguas de la capital a riesgo de sus vidas, no es un fenómeno nuevo. Granma indaga en las interioridades de los protagonistas y de instituciones implicadas, sobre las razones que lo hacen persistir
MARIANELA MARTÍN y
GABRIEL DÁVALOS
Howard
fue atrapado por la goma de una guagua cuando, sobre sus patines, le
fallaron los reflejos. Germán murió de forma parecida, enganchado
de un ómnibus con su bicicleta. Tenían la misma edad, pero no se
conocían; ambos murieron en enero de este año.
Dicen los testigos que
Howard venía pasando hacia adelante y tropezó con una
alcantarilla. Rodó desde la calle 16 hasta 18. Permaneció cerca de
una semana hospitalizado. Sufrió muchísimo porque los golpes más
graves fueron en la cabeza, recuerda David Alejandro Bover,
estudiante del tecnológico Amistad Cubano-Soviética, amigo del
adolescente fallecido.
Germán tenía 15 años;
la misma edad con la que yo me inicié en este mundo, cuenta Felipe
Casanova, alumno de Mecánica Automotriz en el tecnológico José
Ramón Rodríguez. Era de los menos experimentados del piquete,
dice.
Sin embargo, ni la
muerte parece asustarlos. Son exactamente las 5 y 27 minutos de la
tarde; en la Avenida 31 esquina a 56, municipio de Playa, se está
armando "el piquete". Vienen enganchados de las guaguas desde Buena
Vista, el Vedado, o el Cerro (de todos los barrios). La pista está
preparada: el tráfico congestionado con los autos que terminan de
trabajar, las guaguas repletas de personas y de tensiones, las
paradas llenas, mucha gente en la calle: buen público; es el
ambiente ideal para una buena jornada. El recorrido principal es
desde el túnel hasta la calle 100. Hay otros circuitos: calle 19,
también de Playa, o la calle Línea, en el Vedado, dice Lázaro
Reinier, enganchador del Cerro.
En la carrilera del centro de la Avenida 31, tres enganchadores compiten a la hora pico del tráfico. El de la izquierda se asoma para ganar un mejor agarre.
Cualquiera puede
reconocerlos. Usan bicicletas chinas de hombre estéticamente
modificadas (las más cotizadas son las Flying Pigeon). Están
impecablemente limpias y no les suena ni una tuerca; los rayos de
las ruedas niquelados y los sillines bien pegados al cuadro (o
incluso sin asiento). Los más hábiles pierden sus nombres y
adoptan apodos. ¿Quién no conoce al "Chacal" de Buena Vista, al "Tríquiti"
del Vedado, o al "Letal" del Cerro? Los sobrenombres se suelen
pintar en el guardacadenas de sus bicis para ser identificados. Los
enganchadores definitivamente no se esconden. Pero ni la familia ni
la comunidad parecen interesadas en implicarse; le achacan la
responsabilidad a la policía.
Cuando hay buena
concurrencia (a veces hasta más de 40), comienza la cacería. La
guagua que se detenga será abordada.
ADRENALINA
Ivón Benítez es la
madre de David Alejandro, el "Patinador". Su prima y los vecinos le
han dicho en más de una ocasión que su hijo se engancha en las
guaguas. Él lo niega y dice que si lo hiciera, no debo preocuparme
porque está entrenado para eso y más, así que nada le va a
ocurrir, cuenta Ivón.
Estudiantes del politécnico Osvaldo Herrera explican cómo deben ponerse para vencer una buena distancia.
David ya tiene 17 años,
pero desde pequeño es fanático a los patines; los arreglaba,
hacía chivichanas y hasta le dio por transformar bicicletas a su
antojo. Para mí esto es una mala racha de la edad; confío en que
se le pase cuando sea mayor. Yenira, su otra hija, la interrumpe:
Eres muy tolerante con él y sabes que es inmaduro. Es tu
responsabilidad si le pasa algo, señala.
Mientras, el juego
suicida está andando. Ahí viene una 298 y paró. Algunos se
colocan detrás; el resto observa sentado en sus parrillas. Nadie se
engancha aún. Cuando arranca la guagua, hacen un buen spring para
alcanzarla.
Los choferes aceleran
con la esperanza de escapar. Nosotros paramos, les gritamos, pero
son muchos y enseguida se pierden; no creo que seamos los
responsables: están la policía, la familia; eso lo ve todo el
mundo, valora Miguel Galván, chofer de camello.
Apostamos. Nos jugamos
las bicicletas, piezas o accesorios de ellas; gana el que más
locuras haga, narra Jean Carlos Gutiérrez, estudiante de primer
año en el politécnico Osvaldo Herrera.
Los enganchadores son
generalmente adolescentes de entre 14 y 18 años; rara vez pasan los
20. Son muchachos ocurrentes y amables cuando se les trata con
respeto. La mayoría son estudiantes. Están unidos por símbolos,
edad, barrios de residencia o centros estudiantiles. Sus líderes
son los más osados: los que, con estilos refinados en las
acrobacias, soporten enganchados mayor velocidad.
Dicen, sin remilgos, que
se juegan la vida en esa inútil acrobacia para quemar adrenalina.
Algunas muchachas también lo hacen para acompañar a sus novios y
dar muestra de la valentía femenina, y hasta de amor. Ellas son
minoría.
Cuando hablan de la
aprobación de los padres, la respuesta parece estudiada: ¡Si mi
mamá se entera me mata! El punto medio no está a la vista. Unos
padres porque no se comunican con sus hijos y otros porque son
demasiado tolerantes. De otro lado, los choferes cumplen con su
trabajo. Entonces, ¿quién le pone el cascabel al gato? ¿La
policía?
Si nos coge la policía
nos decomisa la bicicleta, comenta Pedro Pablo Isern, estudiante del
politécnico Osvaldo Herrera; antes nos ponían una multa o nos
retenían "el chivo" por un tiempo.
Estos muchachos tienen
una familia, una escuela, organizaciones estudiantiles y de masas
que los representan; todos somos responsables, reflexiona el mayor
Eduardo Creach, jefe de la Sección de Educación Vial de la
Dirección Nacional de Tránsito. No se trata de multar a los padres
si son menores de edad, ni de retenerles o quitarles las bicicletas
en dependencia de si son reincidentes o no. Abogamos porque no se
enganchen y eso depende de la labor preventiva que comienza en el
hogar y se refuerza en la escuela y en la comunidad, explica Creach.
No obstante, afirma, la orientación es combatir este fenómeno.
El otro drama, es el que
les provocan a los demás. Héctor Vázquez era chofer de una
camioneta. En el año 2002 chocó con un muchachito que le salió al
paso en una bicicleta bien pintada, de rayos niquelados y sin
sillín. El jovencito, uno de los enganchadores del Vedado, se
rompió varios huesos y se cortó mucho la piel, cicatrices con las
que tendrá que vivir para siempre. Pero Héctor también recibió
su cuota de daño humano...
INMADUREZ AL EXTREMO
¿Este trabajo es para
la página deportiva?, preguntó Carlos Mazola, recostado a su
bicicleta. Nosotros hacemos esto porque es como un deporte extremo.
Varias federaciones
deportivas internacionales prefieren no llamarle "extremo"; es un
nombre comercial, explica Fidel Bonilla, director nacional de
Recreación del Instituto Nacional de Deportes, Educación Física y
Recreación (INDER). Desde el punto de vista deportivo preferimos
llamarle "alternativo", dijo. Esas locuras que liberan adrenalina no
son una modalidad. Cada deporte alternativo, o extremo, está
científicamente argumentado; todo lo que hacen los competidores es
racionalmente posible, aunque implique valor, talento y
entrenamiento. El riesgo está calculado, asegura Bonilla. Sin
embargo, colgarse de una guagua es una decisión antideportiva, que
puede provocar la muerte; es señal de inmadurez y no de talento.
David, el "Patinador",
también se ha enganchado en bicicleta y otros "extremos"
improvisados. Con solo 17 años es líder entre sus amigos, aunque
para lograrlo padezca de fracturas en las rodillas, en la tibia, en
los dedos meñiques y algunos chichones grandes en la cabeza.
Aquí donde me ven estoy
muerta de miedo por si le pasa algo, comenta Ivón, la mamá
tolerante; pero ¿qué voy a hacer? Yo no puedo andar detrás de mi
hijo.
Sin duda, la sociedad no
puede continuar de espectadora. La responsabilidad está repartida:
en la casa, en el barrio, en la vía, en la escuela. Vale la pena
cuestionarse qué hacer; pero la respuesta la tiene cada cual.
Exijámonos todos, más si son nuestros hijos los que corren
peligro. |