Ciénaga, nueva memoria (1)
De menos a más
PEDRO DE LA HOZ
pedro.hg@granma.cip.cu
A Efraín Otaño no se
le olvida el primer día que pisó la Ciénaga de Zapata. Fue el 17
de abril de 1961, por el terraplén que unía al central Australia
con el poblado de Pálpite. Formaba parte de un batallón de
milicias movilizado para enfrentar el desembarco enemigo en Playa
Larga. Del cielo llovían ráfagas de muerte.
Grupo electrógeno en la Ciénaga, símbolo de los nuevos tiempos.
“¿Echar
raíces aquí? Ni soñarlo. Yo vivía en Calimete y era un
muchachón de 17 años. Sentía que aquella Revolución que acababa
de triunfar era la mía y había que defenderla a como diera lugar.
Pensando en eso iba camino a Playa Larga, dispuesto a batirme, mucho
más cuando vi caer a compañeros por el fuego de los aviones de los
mercenarios. No creo que haya sido un héroe; otros se destacaron
mucho más que yo. Pero cuando dos días más tarde escuchamos el
parte de la victoria en la voz de Fidel, supe también que ese
triunfo era mío.”
Sin embargo, por su
cabeza nunca le pasó que fundaría una familia en la Ciénaga.
La flamante Sala de Rehabilitación Integral de Playa Larga presta servicios.
“Esta
zona de aquí le metía miedo a cualquiera. Si arriba, por vuelta de
Jagüey, Amarillas y Calimete, donde yo me movía, el campo no era
fácil, la Ciénaga pintaba mucho peor. La Revolución hacía las
primeras cosas para adecentar la vida de los cenagueros y Fidel
había estado varias veces con ellos. Yo escuché hablar de una zona
de desarrollo agropecuario y del surgimiento de cooperativas; de que
se aprovecharían las playas y la naturaleza. Mas a decir verdad, de
no ser porque aquí se estaba decidiendo el futuro de la
Revolución, jamás se me hubiera ocurrido poner un pie en la
Ciénaga.”
Un año después de la
victoria contra los invasores, le propusieron trabajar en la
región. Se necesitaban brazos para transformarlo todo y él no iba
a decir que no. Y nunca más se fue.
Efraín ocupa una
esquina del sofá que preside la sala de su casa en Pálpite. Es una
vivienda modesta, muy ventilada, sólida, como la mayoría de las
que se alzan ahora en el poblado. La levantaron después del paso
del huracán Michelle, en el 2001, cuya furia desmanteló la
comunidad. Pálpite, según palabras de sus moradores, ahora parece
uno de esos pueblos lindos de las películas.
Nilda y Efraín en su hogar de Pálpite.
Nilda, compañera de
Efraín de toda la vida, horcón de la familia, muestra los enseres
electrodomésticos facilitados al ciento por ciento de los
habitantes de Pálpite como parte del programa energético puesto en
marcha en el país. Ella es quien dice como para que no queden
dudas: “En esta tierra hemos ido de menos a más. Somos
cenagueros, a mucha honra”.
CAMBIO DE VIDA
Al sur de la provincia
de Matanzas, Ciénaga de Zapata es el municipio más extenso y menos
poblado de Cuba. Ronda los 9 000 habitantes en unos 4 200
kilómetros cuadrados. A esto se añade la dispersión de los
asentamientos y las distancias entre unos y otros.
Playa Larga, al fondo de
la Bahía de Cochinos, funge como centro administrativo del
municipio. En el sitio donde los mercenarios pensaron establecer su
dominio, una nueva instalación policlínica se yergue, y ofrece 22
servicios de salud. Bien cerca, una flamante central de ambulancias,
de manera que pueda brindarse una respuesta de urgencia a los
pacientes necesitados de atención especializada en los hospitales
de Jagüey, Colón y Matanzas.
Los habitantes disfrutan
de las bondades de una sala de rehabilitación integral equipada con
todos los hierros. Pero lo que llama más la atención no son las
esteras dinámicas, ni los implementos para la gimnasia correctiva,
ni las luminarias de rayos ultravioletas, sino el alto nivel
profesional de las médicas y las técnicas.
A pocos metros de la
sala, prácticamente en un dos por tres acaba de surgir el Joven
Club de computación, más que lujo, necesidad para la creciente
matrícula de las sedes universitarias del municipio, puesto que
aquí ya se estudian carreras de la enseñanza superior en
Pedagogía, Humanidades y Cultura Física y Deportes. Muy pronto,
con la puesta en función del nuevo policlínico, habrá docencia en
áreas de la Salud. Y como un símbolo de estos tiempos, a la salida
de Playa Larga rumbo a Playa Girón, se divisa un recién instalado
núcleo generador de energía eléctrica.
EL PUPITRE DE DULCE
MARÍA
Juana Benítez entró a
la Ciénaga en 1981. Sabía que no iba a encontrar los lodazales
impenetrables de antaño, pero también que iría a enfrentar un
reto.
“Aunque
no lo quieras, siempre te va a asaltar una sensación de lejanía,
de estar perdiendo la mitad de tu vida. Lo que pasa es que en el
aula, se lo juro, encontré esa otra mitad.”
Cuando enfrentó la
pizarra a escasos metros del agua y con los mosquitos a la espera de
la tarde para caer sobre su piel, no tenía la menor idea de que la
Ciénaga iba a ser su tierra prometida.
“Soy
maestra. Me encanta enseñar. Los alumnos vienen y van, pero el amor
de enseñarles queda. Los niños de este lugar se han transformado.
Hoy son como los de cualquier otro lugar de nuestro país.
Pregúnteles para que sepa. Para que no se lleve la falsa idea de
estar descubriendo inteligencia y talento en el fin de mundo.
Leticia, esa que ve allí, es la delegada al próximo Congreso
Pioneril. Dice que cuando sea grande, va a ser maestra. Ojalá. Al
mirarme por dentro, descubro que yo misma no hubiera podido ser otra
cosa y mucho menos lejos de la Ciénaga.”
Una sola frustración
lacera, sin embargo, el espíritu de Juana. Ella forma parte del
claustro de la escuela primaria Dulce María Martín, en el poblado
de Caletón, bañado por las aguas de la bahía. Maestros y alumnos
conocen de memoria los detalles de la breve biografía. Dulce era
una adolescente cenaguera. Podía haber sido médica o quizá
maestra, o quién sabe si sencillamente una madre de familia de las
que ahora mismo, como Nilda, la mujer de Otaño, entretiene su
curiosidad buscándole la genealogía a cualquier parecido.
A la jovencita Dulce los
mercenarios le partieron en dos la vida el 17 de abril de 1961.
Viajaba desde Caletón hacia su casa, acompañada por su hermana
Nora, cuando un escuadrón de invasores ametralló el camión a
mansalva, aún sabiendo que transportaba civiles.
“No
me puedo permitir que ningún muchacho falle. El recuerdo de esa
niña que no conocí no me dejaría vivir tranquila. El pupitre de
Dulce María no está vacío". |