Francesco Belli o el
arte de la ingravidez
JORGE FIALLO
Los
asistentes al Teatro Amadeo Roldán este último domingo vivimos
resonancias cósmicas escuchando en su concierto a la Orquesta
Sinfónica Nacional, bajo la batuta del director italiano Francesco
Belli, con el flautista inglés Francois Dolmetsch en calidad de
solista con la flauta dulce.
El maestro Belli dio
inicio así a una serie de conciertos al frente de nuestro máximo
organismo sinfónico, que vuelve los días 16 y 30, y el 23 actuará
como solista del clarinete, además de otras presentaciones que
cerrarán un mes de valiosa y desinteresada entrega artística.
Francois Dolmetsch, por
su parte, engalanó nuestro escenario con un espectáculo nada
común entre nosotros como es la interpretación de la flauta dulce
en calidad de solista, y todavía menos en una obra contemporánea,
la Suite para flauta dulce y cuerdas, de Gordon Jacob, la que
estrenara en 1958 Carl Dolmetsch, su padre, y que tiene de todo en
lo que a caracteres expresivos y exigencias técnicas de
interpretación se refiere, aunque esto último es posible que se
viera lastrado por la presencia de algunas incongruencias en materia
de lenguaje y estilo en la composición.
Me explico a partir de
un breve ejemplo: la cuarta pieza es una Burlesca en rumba
que se me hicieron agua los oídos nada más de imaginarme lo que
sería escuchar nuestro folclórico género reflejado en este
formato instrumental. En realidad se repite aquí lo que en tiempos
de Mozart generó tantas danzas "a la turca": esta "rumba" era una
casi habanera algo tangueada con algunos melismas arábigos, algo
que se hace difícil de interpretar convincentemente.
No es el caso, por
ejemplo, de la Tarantela final, más próxima
geo-culturalmente al compositor (y al solista), donde ambos quedaron
muchísimo mejor parados, en un cierre a todo vapor que arrancó una
merecida ovación general.
Pero ovaciones a
raudales fueron las que provocó el maestro italiano Francesco
Belli, en un programa que incluyó también el Adagio y fuga,
K. 546, de Mozart, el Idilio de Sigfrido, de Wagner, y el
poema sinfónico Muerte y transfiguración, de Wagner, obras
todas donde la orquesta le respondió con una escala bien regulada
de matices, colores y caracteres expresivos que respondían a un
repertorio de movimientos de manos, brazos, cabeza, rostro y todo
puesto en función del buen modo al decir la música para hacerla
sentir con toda su potencia, lo mismo en lo explosivo (y le vimos
saltar incontrolado), que en la lividez y contención, donde casi
flotaba en su manera de provocar un sonido ingrávido que
trascendía toda esencia corporal.
Ya tendremos oportunidad
de seguir estas actuaciones. Por el momento baste la invitación
para el próximo domingo, a las 5:00 p.m., en el mismo Teatro Amadeo
Roldán, donde el maestro Belli dirigirá la Obertura Egmont,
de Beethoven, la Sinfonía 8 (Inconclusa), de Schubert, la Sinfonía
39, de Mozart, y nos brindará otras facetas de su arte
interpretativo.
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