Playitas de Cajobabo
Martí y Gómez abrazan la costa
JOEL MAYOR LORÁN
Fotos: RAÚL LÓPEZ
Son hombres muy bravos.
Desdeñan la tormenta y la fuerza del mar. Corren un inmenso riesgo,
porque no sortean el peligro en un barco, sino en un bote. Pero
ellos tan solo anhelan llegar cuanto antes. El humo de la pólvora y
la lucha por la libertad les llaman a gritos. Echó a andar la
contienda del 95, y las tropas cubanas esperan por sus jefes. Los
ojos de Gómez y Martí apenas atinan a abrazar la costa.
Por este cenagal atravesaron los expedicionarios.
Han sufrido demasiadas
vicisitudes: fue descubierto el plan de La Fernandina, y se perdió
su auxilio en pertrechos y armas para los mambises; luego, en la
isla de Inagua, ya a 40 millas de la Patria, desertó la
tripulación de la goleta.
Por suerte, consiguen
embarcarse en el vapor Norstrand, el cual los traslada hasta donde
divisan el litoral sur oriental. De ahí en lo adelante continúan
en bote. Pero cuando el mercante alemán reanuda la marcha casi los
vuelca con una onda que levantó.
Incluso las olas le
arrancan el timón, y a duras penas consiguen mantener el rumbo que
les indicó el capitán. Ni siquiera cuentan con la seguridad de no
ser apresados tan pronto pongan pie en tierra.
Sin embargo, el corazón
se les sale del pecho: al veterano General como si cargara al
machete contra el cuadro enemigo, a Martí, como la primera vez, esa
oportunidad de escribir el verso más hermoso entre las balas. “Yo
evoqué la guerra. Mi responsabilidad comienza con ella en vez de
acabar”, advirtió.
No sortearon el peligro en un barco, sino en bote.
El joven luchador no es
hombre de amilanarse. Eso sí, en el barco viaja en el puente,
atento. Recoge en su diario (De Cabo Haitiano a Dos Ríos) el paso
de la nave rozando Maisí. Deja por escrito que la farola los saluda
en medio de la noche. Un rato más tarde anota que lleva el remo de
proa.
Ahora divisan luces. Se
ciñen los revólveres. Muy cerca aguardan los españoles. La luna
asoma, roja, bajo una nube. A la izquierda quedan dos grandes rocas;
a la derecha, otra inmensa y varias más. Cuenta Pedro Rodríguez,
el historiador del municipio de Imías, que, al parecer, las luces
provienen de unos pescadores que los guían por el mejor rumbo.
El Generalísimo
desembarca primero. Hinca sus rodillas en suelo cubano, después de
un exilio tan largo, y besa la arena de la playa. Se da golpes en el
pecho. Tras él los generales Francisco Borrero y Ángel Guerra, y
los oficiales Marcos del Rosario y César Salas.
Martí el último en
pisar tierra. Pero cuando escribe en el diario sobre el arribo a
Playita de Cajobabo, con ese prodigioso poder de síntesis, anota: “Dicha
grande”.
EL OTRO DESEMBARCO
Y de nuevo baten las
olas, en esta ocasión más suavemente. Sin cerrar los ojos, me
involucro por un momento en la expedición de 1895. Quizás el
viento abriga mis sueños: impulsa nuestro bote (mucho más pequeño
que aquel que traía una “mano de valientes”).
La gente de Cajobabo ya tiene señal televisiva, por vía satélite.
Las olas nos conducen a
la orilla: saben que Martí y Gómez desembarcarán cuantas veces se
necesite, de verde olivo o de verde utopía. Pregúntenle al mar,
que quiso que al cumplirse el centenario volviera a caer martes el
11 de abril y también se repitieran la lluvia y el oleaje
irascible. El otro Martí de barbas, el cumple anhelos, decidió
regresar donde su maestro. Entonces, Playita se llenó de banderas.
A nuestro equipo lo
conmueve aquella arena que recibió a ambos héroes. Recogemos
piedras. Nos tomamos fotos. Vestidos de infinita humildad llegamos
al pie del monumento. Y emprendemos la ruta de estos tiempos:
queremos ver en qué se convirtió Cajobabo.
La transformación ha
sido grande, desde los días en que la familia de los Leyva y Miguel
Tavera acogieron a los mambises. El sitio vivió un periodo oscuro
durante la seudorrepública, y renació con la Revolución de 1959.
Donde no había policlínico ni hospital y ni siquiera médicos o
enfermeras, ahora pululan, por decenas, las batas blancas. Brazos
generosos sembraron otras tantas escuelas, viviendas y aún
emprenden proyectos más audaces.
DICHA GRANDE
Hace 111 años los
máximos dirigentes de la Guerra Necesaria anduvieron por estos
parajes, entre bagás, melocactus, guayacán negro, mangos... “Arriba
por piedras, espinas y cenagal”, escribió el Apóstol. Era, sin
dudas, difícil la marcha. Pero añade: “Subir lomas hermana
hombres”.
En la actualidad, quien
transita por las calles de Cajobabo se detiene a ver la ciencia
acomodarse allí. Nunca había llegado una señal televisiva clara;
sin embargo, el Estado instaló una antena parabólica en el parque,
y ya la reciben vía satélite. Por lo pronto, a la zona de silencio
le han nacido tres voces poderosas, desde los monitores colocados en
el parque, la escuela Oscar Lucero y el campismo Playita. Los
vecinos no esconden su alegría.
Mas, no solo están de
plácemes los aficionados al béisbol, el noticiero o las novelas.
Una joven estomatóloga, un técnico y su asistente se adueñan del
cariño de la gente. “La muchachita es muy buena, y no hay día
para ella: siempre está ahí. Antes teníamos que trasladarnos
hasta Imías (a 18 kilómetros), y muchas veces, al llegar, nos
enterábamos que estaban dados todos los turnos”, asegura Osmel
Matos, quien la visitó para que atendiera a su hija Marilín.
Con el sillón de
Estomatología ubicado en el pueblo, mejorará la vida de sus
habitantes. Además, se revisten las carreteras e introduce la
telefonía digital, entre otras obras. La ruta de gloria no ha
llegado a su fin: los expedicionarios de hoy tampoco terminan con
estos triunfos; solo acaban de comenzar. El bote vuelve a deslizarse
sobre las olas. |