Tomey frente a la cara oculta de la luna
ANTONIO PANEQUE
BRIZUELA
No
es algo nuevo que en el arte y especialmente en la actuación hay
zonas difíciles, en las que algunos prefieren andar con cuidado y
otros, simplemente, no andar, por el riesgo de no salir ilesos, sobre
todo en un medio de público total como el televisivo. Alrededor de
uno de esos territorios, bajo La cara oculta de la luna, avanza
Armando Tomey, aunque por un camino al final del cual parece
aguardarle el éxito.
Pero
antes de tomar definitivamente ese camino —de cuyos accidentes no lo
debemos considerar completamente a salvo hasta no ver el último
capítulo de esa telenovela— muchas presiones internas y externas
tuvo que afrontar este actor y asumir decisiones caras como la de
fumar o pelarse al rape, a fin de lograr, mediante esas acciones,
particulares matices de gestualidad para un personaje al que no
quería concederle “ni extremos ni esquemas”.
Galán, amante tanto del
humor como de las caracterizaciones de fuerza, dotado de facilidades
para ellas, se dedicó a crear su propio personaje “y para ello me
nutrí a partir de observaciones en la calle. Jamás había fumado
pero, como quería dar un personaje sobrio, el cigarro me serviría
para lograr ademanes que consiguieran ciertos efectos de
sintetización de personalidad que yo quería introducir.
“Nunca
pensé antes que haría un papel como el Mario de La otra cara...
Es un personaje difícil para cualquier actor, especialmente cuando,
como ocurre conmigo, está tan distante de la personalidad de uno.
También por el peligro de caer en caricaturas, en esquemas. Tienes
que enfrentarlo con mucho respeto y verdad humana.
“Su
mundo interior, sus contradicciones, su amor, independientemente de su
clasificación por sus preferencias sentimentales, requerían de una
caracterización muy sutil. Hubo momentos en que pensé no aceptar el
papel, pues necesitaba una concentración tan grande que yo no tenía
en ese momento. Pero lo asumí y entre septiembre, octubre y noviembre
hicimos la grabación”.
Tema polémico, de
controvercial intensidad humana, como es el homosexualismo, esta
manera de trasladarlo dramatúrgicamente a la pantalla chica, ha
encontrado últimamente valoraciones del televidente que coinciden con
las expresadas por intérpretes como Enrique Almirante, quien comentó
a este redactor sobre la mesura de la actuación de Tomey, su
exactitud para no “pasarse” o perderse en estereotipos.
“Para
borrar un tanto mi presencia física habitual, expresada en otros
personajes, me pelé muy bajito, por consejo de mi buen amigo Rafael
Lahera (Yassel), que me propuso para el papel y me ha ayudado mucho en
él, igual que Cheíto, el director general, y Virgen Tabares, que
dirigió mis ensayos”.
Tomey ha trabajado en
numerosos papeles en la televisión para espacios de aventuras (La
máscara de hierro), novelas (Pasión y Prejuicio, El naranjo
del patio) y teleseries (Su propia guerra), en varias
películas (la más reciente, El muchacho de Copacabana, aún
por estrenar) y en el teatro (Andoba, Tartufo).
Pero no todo ha sido
expedito para este actor camagüeyano, graduado en el ISA en 1981,
pues su primera obra televisiva tras un lustro en el teatro, Sol de
batey (1985), no le dejó un buen sabor ni a él ni al público,
lo cual algunos atribuyeron a su inexperiencia y otros a problemas en
la dirección artística.
Ahora, como en una
entrevista se trasluce casi siempre la opinión del entrevistado, a
diferencia del comentario periodístico o la crítica artística en
que se impone la de su autor, hemos querido concluir esta con un
tercer criterio, en este caso el expresado a Granma por Enrique
Molina; “Me parece que Armando Tomey ha tratado este personaje con
mucha seriedad, con todo el rigor y profesionalidad. Mi modesta
opinión es que este es su mejor trabajo actoral y por ello habrá que
respetarlo ahora aún más”.
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