Apuntes para una información incompleta
TEXTO Y FOTOS: RONALD
SUÁREZ RIVAS
A Hanoi García nadie le
preguntó por su experiencia como agricultor, o sobre el origen de
sus tierras, o qué ocurrió con su familia cuando los huracanes
Isidore, Lili e Iván descargaban su furia sobre el occidente
cubano.
“El que no crea lo que digo en esta entrevista, puede venir a visitarnos”, afirma Carlos.
En cambio, se le
interrogó con insistencia por el salario que paga a los cinco
hombres que lo acompañan en el campo, por las ganancias que espera
al término de la cosecha; y su nombre recorrió el mundo como un
ejemplo de campesino explotado.
Un reportero de la
agencia española EFE, apremiado por las festividades en el marco
del VIII Festival del Habano, le hizo un par de preguntas sobre sus
ingresos, y se marchó entre cálculos matemáticos que le indicaron
que las jornadas de nuestros hombres de campo son extenuantes y mal
remuneradas.
Junto a él aparecieron
Luisa, Julio, Bernardo, todos trabajadores de las vegas pinareñas
quienes, con una entrada diaria de menos de un dólar, según la
agencia, vivirían en “la Cuba comunista de Castro” sumidos en
la pobreza extrema.
“Sensibilizado”
con el tema, Granma viajó hasta San Juan y Martínez para
completar la historia.
“Hanoi
no está en casa”, afirma Carlos García, su padre, quien dirige
el trabajo. “De las 77 mil posturas contratadas en nuestras
tierras, puse 27 mil a su nombre, porque toda la vega será suya
algún día y ya es hora de que comience a independizarse. Esta fue
su primera cosecha”, dice.
Salvador ha recibido ingresos que le han permitido comprar un tractor, un auto y está acabando de construir una casa nueva.
Con 57 años de edad y
toda una vida plantando tabaco, Carlos no oculta su simpatía por la
Revolución cubana. Tiene motivos. Su casa, la de su hijo Hanoi, la
tierra que trabajan, se ubican en lo que fue un enorme latifundio de
la compañía norteamericana Cuban Land hasta 1959. Ese año, la ley
de Reforma Agraria permitió que campesinos como él fuesen por fin
los dueños del suelo que labraban.
“El
trabajo en el campo es duro, pero vivimos decorosamente”, asegura.
“En un año con buenos resultados me han quedado 18 000 pesos.
“Sin
embargo, eso no es lo más importante, hace poco se me detectó un
problema en el esófago. Estuve 15 días ingresado en el hospital,
mientras me hacían pruebas. Y sin pagar nada por ello, claro”.
El artículo de EFE
amplifica la afirmación de que en San Juan y Martínez nadie quiere
trabajar en las vegas, desconociendo a las decenas de miles de
hombres y mujeres que se emplean en la principal actividad
económica de Pinar del Río.
Cierto que la necesidad
de brazos en los momentos pico de cosecha, y el hecho positivo de
que el desempleo aquí no rebasa el 1,1%, obliga a grandes
movilizaciones cada año para apoyarla. ¿Cómo viven esas
personas?, le pregunto.
Los que son obreros
simples reciben alrededor de 18 pesos y 35 centavos de peso
convertible (CUC) diariamente, si cumplen con la jornada.
Los “movilizados”
cobran además el 40% del salario que perciben en sus centros de
trabajo. A ello se suma el 9,09% para cubrir vacaciones y el 14 como
contribución a su seguridad social.
“Mi
casa es modesta, pero tiene todas las comodidades y ha soportado
tres ciclones. Mi nieta de seis años pesa 75 libras, imagínate el
`hambre' que habrá pasado. Nunca se ha enfermado, te puedo mostrar
la historia clínica para que lo compruebes”.
-Alguien podría
pensar que usted está hablando presionado...
“Vivimos
en Santa Damiana, municipio de San Juan y Martínez, justo en frente
de la escuela que hizo la Revolución para nuestros hijos. El que no
crea lo que digo en esta entrevista, puede venir a visitarnos.
“Pero
sería bueno que los periodistas que nos visitan se preocuparan por
la miseria de sus países”, responde.
CUENTAS CLARAS
Carlos García tiene sus
razones. Su casa y la tierra que trabaja le pertenecen. Se le
garantizan los insumos para producir, crédito bancario que cubre
los gastos, y todo lo que produzca se le compra a buen precio.
Si se presenta un mal
tiempo o alguna enfermedad inesperada daña la siembra, el Seguro
Estatal se hace cargo de las pérdidas.
En España, en cambio,
donde radican las oficinas centrales de EFE, la situación de muchos
campesinos es tensa.
La Unión de Pequeños
Agricultores y Ganaderos (UPA) de ese país, ha anunciado
recientemente que realizará una campaña para demandar que “el
agricultor pueda desarrollar su oficio garantizándole una renta
mínima que le permita mantener a sus familias y acometer
inversiones que creen empleo en el campo”.
Además ha denunciado
que no es justo que “muchos agricultores no solo no ganen nada a
pesar de su esfuerzo, sino que incluso pierdan dinero en el
desarrollo de su actividad”.
DE VUELTA A LAS VEGAS
José Luis González
(Pancho), va a cumplir en agosto, 78 años de edad y desde los 13
trabaja en el tabaco. Sus uñas oscurecidas por la “meluza”, son
la mejor carta de presentación de genuino veguero.
Tanto para él como para
su hijo (de igual nombre) cada jornada es de sol a sol. Sábados y
domingos no se diferencian de los restantes días de la semana, por
eso no exagera cuando expresa: “una campaña tabacalera es una
guerrita”.
No obstante, se siente
recompensado. El año pasado acopió 203 quintales de la aromática
hoja con muy buena calidad.
En el garaje levantado
junto a su vivienda, un automóvil Lada 2107 que todavía mantiene
el brillo de fábrica, motiva un cambio de diálogo.
“Me
lo vendieron en febrero del pasado año y solo ha recorrido 4 000
kilómetros. Yo siempre quise tener un auto, pero la única vez que
compramos una camioneta a plazos, en 1954, se presentaron problemas
con la venta de la cosecha. No pudimos pagar la mensualidad
convenida y tuvimos que devolverla”.
Buen conversador y con
un aval de agricultor consagrado, Pancho ha recibido muchas visitas
de personas interesadas en conocer sobre el tabaco cubano y sus
productores.
“Una
vez estuvo aquí un hombre que era ministro de Agricultura en su
país, y cuando llevábamos un rato hablando me preguntó: ¿Cómo
vivía mejor, antes, o después de la Revolución? Le respondí con
pocas palabras: `Lo único que siento es que perdí mi juventud en
otro sistema'”.
SALVADOR, EL HOMBRE
INVISIBLE
Salvador Carvajal, uno
de los productores de tabaco más exitosos de Vueltabajo, pasó
inadvertido entre los periodistas que cubrieron el VIII Festival del
Habano.
Su finca fue visitada
por algunas delegaciones, y en la casa de curación controlada donde
seca su cosecha mostró las hojas de gran tamaño y color idóneo
para vestir los famosos Habanos, pero su pasado y presente valen una
buena nota periodística.
“Sé
en carne propia cómo fueron estos campos antes de 1959. Yo tuve que
trabajar siendo todavía niño para ayudar a mi familia. Al
principio me pagaban unos centavos, cuando cumplí 18, me aumentaron
a un peso, pero solo en los tres meses que duraba la campaña”.
En cambio, hace más de
una década, desde que el Estado le entregó tierras en usufructo,
Salvador compite entre los tabacaleros más destacados de Cuba.
Además de buen productor, ha recibido ingresos que le permitieron
adquirir un tractor, un automóvil, y construir una casa nueva.
Pero su historia no es
comercial, no se corresponde con la imagen de la Isla que construyen
las transnacionales de la información.
Regresamos. Las vegas
interminables que conforman el macizo tabacalero de Vueltabajo van
quedando detrás. Junto a los testimonios de sus campesinos, nos
llevamos su sugerencia para un próximo reportaje: En 1896, los
habitantes de San Juan y Martínez incendiaron el pueblo para evitar
que cayera en manos de las tropas españolas. Los patriotas lo
llamaron “el Bayamo de occidente”. |