Como en la Protesta de Baraguá

Terminante rechazo de Antonio Maceo a la dominación norteamericana

Respuesta a un joven que consideraba inevitable la anexión de Cuba a los Estados Unidos

RAÚL RODRÍGUEZ LA O

A finales de 1889 la situación política, social y económica de Cuba era desastrosa. En tal apropiada coyuntura con el consejo de algunos amigos y por decisión propia, el General Antonio Maceo se aprovechó de las garantías ofrecidas por el Gobernador General de Cuba, Manuel Salamanca, para visitar a la Isla después de más de diez años de exilio forzado.

Al finalizar la entrevista aquel 15 de marzo de 1878 bajo los mangos de Baraguá, el general Arsenio Martínez Campos le había preguntado a Maceo cuánto tiempo necesitaba para que se reanudaran las hostilidades. Ocho días, fue la respuesta relampagueante que recibió. Como exclamó uno de aquellos bizarros soldados mambises presentes, el 23 de marzo se rompería el corojo. Martínez Campos se retiró y horas después escribió: “La Historia juzgará quién ha tenido la razón en este asunto“. José Martí valoraría años más tarde aquel corajudo gesto rebelde: “precisamente tengo ante mis ojos La Protesta de Baraguá que es de lo más glorioso de nuestra historia“.

Al solicitar el permiso, Maceo había esgrimido el pretexto de vender propiedades de su madre y emprender algunos negocios. Sin embargo, sus objetivos eran totalmente contrarios y muy bien definidos, ya que se proponía percatarse con sus propios ojos de la realidad cubana, analizar y valorar la situación en el terreno, conferenciar con los principales jefes revolucionarios que apoyarían a la Revolución y en tal caso, si las condiciones objetivas y subjetivas le resultaban favorables, sublevarse e iniciar nuevamente la lucha por la independencia.

Procedente de Puerto Príncipe, Haití, en el vapor Manuelita, de la empresa de vapores españoles “Sobrinos de Herrera”, Antonio Maceo arribó al puerto de Santiago de Cuba en la mañana del 30 de enero de 1890. En horas de la noche recibió la visita del General Flor Crombet, Antonio Colás y otros patriotas junto a algunos de sus familiares. Maceo explicó a todos sus verdaderos propósitos revolucionarios y que con esos fines se proponía hacer un recorrido por la Isla. Dichos patriotas a su vez se comprometieron en secundarlo en sus planes independentistas.

Su arribo a la capital de la Isla se produjo en la mañana del 5 de febrero. Fue recibido por el Inspector de Marina en nombre del Gobernador General Manuel Salamanca (quien falleciera al siguiente día) y tres periodistas del diario La Lucha. Fue en esta ocasión cuando Maceo se hospedó en el hotel Inglaterra. Aquí compartió y fue aclamado por todo el pueblo, incluso “por considerable número de representantes de familias criollas, algunas muy notables por su posición social, y singularmente por la juventud”, como se refleja en un informe dirigido por el Gobernador General Camilo Polavieja, sustituto de Salamanca, al Ministro de Ultramar de España y que se corrobora y complementa con otros muchos informes confidenciales de las autoridades coloniales españolas reveladores del intenso espionaje a que fue sometido el Titán de Bronce en ese periodo de estancia en la Isla desde el 30 de enero hasta el 30 de agosto de 1890, localizados y fotocopiados por el autor de este trabajo en el Fondo de Ultramar del Archivo Histórico Nacional de Madrid, España y donados posteriormente a las autoridades de Pinar del Río, en acto con motivo del aniversario 150 del natalicio de la patriota de dicha provincia, Isabel Rubio.

Los gobernantes españoles trataron de contrarrestar el impacto producido en la Isla por la presencia de Maceo. Con ese fin, se valieron de la prensa reaccionaria.

Pero a pesar de dicha campaña, el Titán de Bronce no dejó de desarrollar sus planes revolucionarios. En ese sentido, sostuvo encuentros y reuniones periódicas con el General Julio Sanguily y su hermano y periodista Manuel, así como con el Coronel José María Aguirre, el General Enrique Collazo, Enrique José Varona, Juan Gualberto Gómez e incluso con el célebre Manuel García (Rey de los Campos de Cuba) quien había desembarcado con una expedición independentista en septiembre de 1887 y se encontraba combatiendo con su destacamento guerrillero en la parte occidental de Cuba.

En este periodo en que estuvo hospedado en el Hotel Inglaterra de La Habana, también Maceo recibió al poeta Julián del Casal y le autografió un retrato con su firma.

Con los revolucionarios ya mencionados anteriormente y que conspiraban junto al General Maceo, acordaron en coordinación con la dirección de La Convención de Cayo Hueso la fecha del 10 de octubre de 1890 para iniciar la Revolución y en la cual el Héroe de la Protesta de Baraguá no aceptó cargos superiores, pues los consideraba para otros jefes como Máximo Gómez, prueba inequívoca de que no tenía ninguna ambición personal para convertirse en el jefe supremo como algunos han considerado erróneamente.

Veamos ahora, como parte de la descripción que estamos haciendo en la valoración de esta visita a Cuba de Maceo, la impresión que le causó su llegada a La Habana y estancia en la capital, según los siguientes fragmentos seleccionados del tomo 1, páginas 335 y 336 de la obra Antonio Maceo. Apuntes para una historia de su vida, de José Luciano Franco. Editorial de Ciencias Sociales, 1973:

Hasta entonces —relata Maceo— yo no había experimentado bien la emoción de la tristeza, ni lo horrible de la realidad, pues me había propuesto llevar a cabo mi plan de persuasión, sin ocuparme en que, a cada paso, veía algo desagradable y humillante para los cubanos; quedando absorto y avergonzado por cuanto veía a mi alrededor, dominado por gente de extraña tierra, con la soez intención de deprimir al criollo, hasta con su insolente y estúpida mirada. (...) `Hacia todo lo que veo, siento repugnancia'. Las calles son estrechas y asquerosas como el sentimiento de los españoles, que se proponen gobernar a Cuba sin mejorar la condición de este desventurado país.

De allí nos fuimos al hotel Inglaterra, lugar que por su situación geográfica, ocupa el centro principal de la población, y principal centro de recreo, desde donde pude observar de cerca y con detenimiento el carácter y las condiciones de nuestros eternos opresores. Vi en ellos representada la altanería más grosera y chocante; dibujada, en todos sus actos y movimientos, la insolencia del bruto con mando. El habanero, por el contrario, es de semblante afable y cariñoso, culto y agradable en su trato, es fino y generoso.”

Y así a pesar de esos sentimientos e impresiones ya citados anteriormente que le produjo su encuentro con la capital de todos los cubanos, Maceo continuó quizás aún con más entusiasmo en sus objetivos patrióticos durante su estancia de más de cinco meses en La Habana y desde cuyo lugar partió en ferrocarril hacia Batabanó, el 20 de julio de 1890, y de allí se trasladó hacia el territorio oriental.

El 25 de ese propio mes ya se encontraba en Santiago de Cuba. Aquí, como en La Habana y otros sitios visitados, recibió el cariño y la acogida cálida de todo el pueblo. Una de las tantas ceremonias en que participó fue organizada el 29 de julio en el restaurante La Venus de la ciudad. El doctor Joaquín Castillo Duany le ofreció un extraordinario banquete con la participación de numerosos patriotas y admiradores del héroe de Baraguá, entre los que se encontraban Urbano Sánchez Hechavarría, Manuel Portuondo Barceló, Luis A. Columbié y Alfredo Betancourt Manduley, entre otros. Fue precisamente en este fraternal encuentro donde Maceo le salió al paso a un joven, llamado José J. Hernández, debido a que este manifestó que Cuba llegaría a ser fatalmente por las fuerzas de las circunstancias una estrella más en la gran constelación americana. Aunque hay varias versiones de la forma en que se produjo el incidente y que ha sido comentado por las generaciones posteriores, lo cierto es que el Titán de Bronce no se pudo contener y con voz pausada, pero enérgica, le dijo a José J. Hernández:

Creo, joven, aunque me parece imposible, que eso sería el único caso, en que tal vez estaría yo al lado de los... españoles”. (En página 363 de la obra citada de José Luciano Franco).

Como hemos dicho los colonialistas españoles no le perdían la pista y antes de que pudiera producirse un alzamiento bajo su conducción, ordenaron su expulsión inmediata del país. El Capitán General Camilo Polavieja, con fecha del 26 de agosto (a los dos días de ocupar dicho cargo), envió al Gobernador Civil de Santiago de Cuba la siguiente orden reservada y en clave:

De acuerdo con gobernador militar proceda V. S. llamar a don Antonio Maceo y hágale presente que conviene a todos y a él en primer término realizar inmediatamente su deseo de pasar a Kingston u otro puerto del extranjero, a cuyo efecto, facilitará y abonará V. S. su pasaje y el de su familia por mi cuenta; recomiendo a V. S. y a gobernador militar la mayor reserva y discreción en el cumplimiento de este servicio para evitar toda excitación entre simpatizadores, a la vez promete adoptará disposiciones convenientes de vigilar desde momento notificación hasta que quede embarcado Maceo.”

Así, ante el temor y terror de sus enemigos por un nuevo estallido revolucionario, el 30 de agosto de 1890, a los siete meses exactos de su arribo al principal puerto santiaguero, se embarcó expulsado del país con su familia el General Antonio Maceo en el vapor Cienfuegos, de la Ward Line, rumbo a Nueva York, vía Kingston.

 

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