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Adiós a la indigencia
MARIELA PÉREZ
VALENZUELA y RENÉ PÉREZ MASSOLA (foto),
enviados especiales
MIRANDA, Venezuela.—En
la tierra, dijo el Che, hacen falta personas que esperen recibir
menos y den más, que digan mejor ahora que mañana. Por fortuna,
acá en Venezuela existen estos hombres y mujeres, con mucho amor
para dar, sin esperar nada.
Luisa, Jolimar, Yoselín y Stefani, cuatro hermanitas que vivían solas con su papá en condiciones de abandono, muy pronto aprenderán a leer en el aula de preescolar.
A dos horas de camino de
Caracas, en el municipio de Acevedo, en la carretera de
Caucagua-Higuerote, un inmenso portón de hierro abre las puertas de
la "casa de los sueños" a más de un centenar de personas que por
diversas razones cayeron en el oscuro mundo de la indigencia.
Es el centro de
desarrollo endógeno integral humano Manantial de los Sueños, donde
la desdicha de esas personas, durante años excluidas, toca fuerte
el corazón de quienes se entregan por completo a la labor de
rehabilitarlos.
Allí conocí a
Cristóbal Blanco, pero en condiciones muy distintas a lo que fue su
vida tiempo atrás, sentado ahora, con 46 años de edad, en un aula
de la Misión Robinson, donde pronto espera terminar el sexto grado
con la ayuda de los "facilitadores".
"Tenía
casi cuatro años en la calle consumiendo licor y droga, la gente
decía que me comportaba como un loco, nada me interesaba",
recuerda.
Cristóbal es de los "pioneros",
así les llaman a los 10 primeros que, con temor, desconfianza y una
enorme soledad, llegaron al Manantial hace 10 meses, cuando "esto
era monte y culebra", al decir de su coordinador Héctor Reyna.
Casi un año después,
Cristóbal asegura que dejó atrás todos esos vicios. "Ahora les
digo a los muchachos que salen de permiso que se cuiden de la droga
y del alcohol", y también habla de sueños: formarse en Cuba como
trabajador social.
En cada una de las
historias de estos hombres y mujeres, pero también en las de los
niños y jóvenes que aquí viven, está marcada la huella que
dejaron en no pocos venezolanos tantos años de injusticia social,
de olvido y de abandono a los pobres.
Edu Suárez Castillo, de
15 años de edad, tenía problemas de conducta: "Estoy aquí para
acomodar mi vida, para estar de nuevo con mi mamá, porque yo robaba",
una confesión tras la cual baja los ojos, hace silencio y uno sabe
que ya no debe preguntar más.
Hay un tiempo de
transformaciones que se respira en Manantial de los Sueños. "Además
de estudiar, aprendemos diferentes oficios, como carpintería y
herrería", explica José Rafael Pérez, a quien también le
gustaría convertirse en trabajador social para ayudar a la
recuperación de otras personas, "porque esto es lo mejor que le ha
pasado a mi vida que, ahora me doy cuenta, no era vida".
El coordinador Héctor
Reyna da cuenta de que en Manantial viven en estos momentos 20
niños y adolescentes, la mayor parte de la población son adultos
jóvenes entre 20 y 40 años, y el de mayor edad tiene 84 años y se
encuentra en Cuba operándose de la vista.
Maestros, facilitadores,
trabajadores sociales, psicólogos, médicos, enfermeras, un
entrenador deportivo, cubanos y venezolanos laboran y están
recibiendo una linda respuesta por quienes, procedentes del olvido,
comprenden que una nueva vida abre puertas.
Según el médico cubano
Joel Luis Durán, la estrategia con estos pacientes es entregarles
más amor que medicamentos, "y créame que está dando excelentes
resultados".
En Manantial de los
Sueños funcionan las misiones educativas Robinson y Ribas (esta
última para aquellas personas que sin importar la edad, quieran
terminar sus estudios secundarios), pero además, un aula de
preescolar. Allí, sonrientes, conocimos a Luisa (6 años), Jolimar
(8), Yoselín (10) y Stefani (11), cuatro hermanitas que vivían
solas con su papá en condiciones indescriptibles.
El centro también es
hoy luz y esperanza para Ronald Alexander, quien con mucha voluntad
y después de dejar atrás los problemas que lo trajeron aquí,
asegura que "mi vida cogió otro destino y hoy, con la ayuda de la
Misión Barrio Adentro, es muy posible que me pueda ir a Cuba a
estudiar Medicina".
—¿Se
da cuenta? —es él quien ahora pregunta y de inmediato se responde—:
De desheredado de la calle, a médico. |