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Nuestras banderas no
serán arriadas, no se plegarán
Intervención de
Hassan Pérez Casabona, segundo secretario del Comité Nacional de
la Unión de Jóvenes Comunistas. Tribuna Antimperialista José
Martí, 24 de febrero de 2006
Compatriotas:
Con
la fuerza indetenible de nuestras ideas se alza hoy, en esta
explanada, impetuoso y viril "El Monte de las Banderas",
espacio donde confluyen 138 mástiles con la enseña nacional,
representando cada año de lucha incesante y ardorosa de nuestro
pueblo, desde 1868 hasta hoy, convirtiéndose en la más
contundente respuesta de la nación ante la ignominia del imperio
decadente, arrogante y soberbio que nos agrede con descomunal
orfandad e insuperable cinismo.
Y debemos reiterar con
toda energía que la actitud desvergonzada y ultrajante de esa
pérfida y provocadora oficina de intereses se estrellará contra la
coraza moral, el honor y la dignidad de un país que con la elevada
estatura política que le ha hecho ganar autoridad y prestigio en
todo el planeta ante cada diluvio de calumnias y mentiras
responderá con una avalancha de ideas y argumentos. Cada patraña
que como afrenta a nuestra historia se engendre desde ese cubil
naufragará ante el torrente que emana del decoro y los principios
de esta tierra donde con voz propia fundamos una sociedad más
humana, justa e invencible.
Conocemos muy bien que
en su perenne enajenación, alimentada cada vez más por cabos y
sargentos trasnochados y fanfarrones, diseñan nuevas fechorías que
con su inefectividad confirman que no habrá fuerza humana sobre la
faz de la Tierra capaz de derrotar a los que como gladiadores
indomables con el Comandante en Jefe al frente le propinamos el
fulminante golpe de pueblo que en marcha apretada e impresionante
concentración desfiló el 24 de enero.
Y también sabemos cómo
a lo largo de estas conmovedoras jornadas de homenaje a nuestros
mártires hemos estremecido los endebles cimientos de esa
construcción apócrifa y que más de una de las marionetas del amo
prepotente ha permanecido desconcertada desandando presurosa
recintos aisladores sin conciliar el sueño temerosas de nuestro
ejemplo.
Y aquí está vibrante,
magnánima, nuevamente desde lo más hondo de su alma y conciencia,
la Patria grande y libre que echó su suerte con los pobres de la
Tierra levantando al firmamento el más puro de nuestros símbolos.
Esa bandera,
multiplicada en 138 lanzas protectoras de la honra y el decoro
trasunta el espíritu de Baraguá y Girón, de Baire
y el Moncada, de Las Guásimas y El Uvero, de Peralejo
y La Plata, del Granma y Cuito Cuanavale.
Fue la que marchó a la vanguardia en cada combate de las
caballerías mambisas y de las tropas rebeldes, la que con esmero
bordaron nuestras mujeres para entregar a los que desenfundando
ideas y machetes, a torso descubierto, se inmolaron para que jamás
cayera en manos enemigas.
La que a partir de ahora
admiraremos en su vuelo libre y cadencioso no es un pabellón
frágil y vulnerable, sus fibras y tejidos están impregnados del
acero fraguado ininterrumpidamente por todas las generaciones de
cubanos. Cada partícula de su estructura es depositaria de las más
acendradas convicciones de lucha de los que nos hemos entregado con
pasión a la causa de todos y para el bien de todos.
Por eso ante la infamia
y el odio visceral de aquellos a los que el Apóstol definió como "necios
que tenían en poco las cosas grandes" al mismo tiempo en
que con su agudeza les decía que "hay debilidad en todo
alarde innecesario de fortaleza", se empina al cielo este
monte tupido de símbolos y esperanzas, de tradiciones y futuro en
el que resplandece esa insignia que vio a los bravos batiéndose
juntos, la que orgullosa lució en la pelea sin pueril ni romántico
alarde, la que no ha sido jamás mercenaria, la que en el fondo de
oscuras prisiones no escuchó ni la queja más leve, la que sus
huellas en otras regiones son letreros de luz en la nieve.
En sus mentes
fantasiosas debe resonar con renovados bríos el concepto de que
mientras exista un solo cubano estará de pie y combatiendo en
defensa de esa bandera que constituye una acusación constante y
universal a los que usurparon territorios, masacraron poblaciones
autóctonas enviadas luego a reservaciones que, sin exagerar un
ápice, fueron la génesis de los campos de concentración
hitlerianos, a los que plagaron de miseria estas tierras,
despreciaron la cultura e identidad de nuestros pueblos y las
pisotearon con sus botas en el intento vano de borrarlas.
Cada estandarte que
oscile con amplitud cardinal será un latigazo en la conciencia a
los que lanzaron bombas atómicas, a los que incendiaron con napalm
al pueblo vietnamita, a los que entrenaron a los torturadores
asesinos de decenas de miles de hijos de este continente, los que
empleando invariablemente algún pretexto arrojan sobre tierras
sagradas y culturas milenarias sus proyectiles genocidas. El Maine
lo confirma a la distancia de un siglo. A los que cien años
después de la Guerra de Secesión apaleaban y apedreaban a los
negros y les impedían subir a los automóviles y acceder a los
espacios públicos. Ellos por el color de la piel asesinaron a Shaka
Sankofa, Amadou Diallo y condenaron a Leonard
Peltier y Mumia Abu Jamal.
Cuando hace apenas unos
instantes en solemne ceremonia nuestros jóvenes Camilitos —herederos
como todo el pueblo de aquel Señor de la Vanguardia al que
primero le sería más fácil dejar de respirar que dejar de ser
fiel a la confianza de Fidel— desplegaron para que
contempláramos majestuosa la bandera, también derrotábamos a los
halcones y aguiluchos que deliran con un pasado al que no
regresaremos nunca. Ellos dejaron morir con escalofriante quietud a
los olvidados de New Orleans. Martin Luther King y Malcom
X representaron con hidalguía a quienes no solo son hermanos
porque sus ancestros y los nuestros se remontan a la madre africana
que vio cómo le eran arrancados del vientre los vástagos más
fuertes sino porque siempre hemos estado en la misma trinchera para
hospedar a Fidel en su corazón desde el seno de un Harlem
impenetrable para los racistas y hospitalario incomparable para los
amigos o para clamar con palabras emocionadas por la libertad de Ángela
Davis.
El Katrina
develó una vez más la deshumanización de quienes violaron los
preceptos de Lincoln al no representar a toda una nación.
Con el paso dantesco del huracán los pobladores del mítico Mississippi
demostraron que no se pueden matar los sueños de los líderes que
desafiaron a los bárbaros y a los encapuchados del Ku Kux Klan
con su talento y ejemplo.
Su legado resurge hoy en
millones de pobres y ciudadanos humildes que no se resignan a ser
esclavizados. Palpita en quienes como Lucius Walker y Cindy
Sheehan con su incansable peregrinar en la búsqueda de la
paz siembran en el alma de miles de jóvenes el principio de que
otro mundo mejor es posible. Esos que junto a las más diversas
etnias obran desde nuestra Escuela Latinoamericana de Medicina y
otras muchas universidades el milagro de amar y crear. Policromía
virtuosa que no puede ser contemplada desde el espectro de los
mercaderes imperiales.
Compañeros de lucha:
Hoy 24 de febrero,
a 111 años del "Grito de todos los cubanos",
late entre nosotros el espíritu inapagable de quienes se alzaron
para conquistar toda la justicia. Juan Gualberto, Guillermón,
Saturnino, Bartolomé, Quintín, Periquito
y el resto de aquellos guerreros inmortales están también aquí,
como los jóvenes que 50 años atrás dieron a conocer oficialmente
la creación del Directorio Revolucionario, brazo
armado de la FEU, que mediante la coordinación de esfuerzos y
férrea cohesión ideológica sentó las bases en el movimiento
estudiantil que condujeron a la firma por Fidel y José Antonio de
la Carta de México, documento cimero de la
unidad revolucionaria, y a las heroicas acciones del 13 de marzo.
Y es precisamente en
esta fecha gloriosa que las más jóvenes generaciones de
revolucionarios, herederas de ese legado inextinguible de lucha,
proclamamos que ante la inmensidad de este bosque frondoso quedará
derrotada cada tergiversación, cada mensaje manipulado y
descontextualizado, cada injuria, cada provocación vulgar y
oprobiosa.
Por eso desde esta
tribuna de combate en un año de especiales conmemoraciones
históricas ante esa bandera, la de Martí, Céspedes,
Agramonte, Gómez, Maceo; la de Mella, Villena,
Guiteras, la de Abel, José Antonio, Camilo
y el Che, la de los caídos en nuestras luchas, la que exige
justicia por los que han perdido la vida o quedado incapacitados
víctimas de atroces y criminales actos terroristas —a los que con
emoción y firmeza, a lo largo de la luctuosa y conmovedora vigilia
desarrollada por representantes de todo nuestro pueblo, les rendimos
infinito homenaje con la certeza de que su ejemplo imperecedero nos
compulsa desde la cotidianidad en cada faena—, la de los cientos
de miles de compatriotas que han cumplido misiones
internacionalistas, la de los que derramaron su sangre luchando
contra la xenofobia y el Apartheid, la que nuestros campeones han
paseado por todo el orbe, la que se eleva enhiesta cada mañana
mirando el Himalaya a través de las manos de jóvenes
doctores, la que flamea en una aldea mizquita, en los Andes o
Amazonia venezolanos, en comunidades mapuches o aymaras, la que
brota irreductible desde los pechos de René, Fernando,
Ramón, Antonio y Gerardo, ante la de Fidel
y Raúl juramos que la Revolución es invencible porque
trincheras de ideas valen más que trincheras de piedras y una causa
justa desde el fondo de una cueva puede más que un ejército.
Y esas ideas, las de Guaicaipuro,
Tupac Amaru, Miranda, las de Bolívar, Sucre,
San Martín, las de Juárez, Alfaro, Morazán,
Hostos, Sandino, las de Marx, Engels y Lenin,
las de Ho Chi Minh, Gandhi, las de Amílkar, Lumumba,
las de Mandela, Chávez y Evo, fulguran
inexpugnables cada segundo en que se yergue desde este altar sagrado
la bandera cuya estrella solitaria ilumina y mata.
Nada podrá quebrantar
nuestro aliento y ella desde este cerro o cualquier otra espesura
donde se agigante, proseguirá señalando que el arroyo de la Sierra
con su sencillez y grandeza derrotará al océano revuelto, incapaz
de contener los flujos que brotan cual savia nutricia desde el
manantial límpido de la Patria.
Compatriotas:
Nuestra enseña nacional
se izará cada vez que sea necesario en horas solemnes de la Patria
o en las futuras batallas que libremos por Cuba y por el mundo. En
este combate incesante la representará permanentemente la bandera
negra de la estrella blanca que en nombre del pueblo enérgico y
viril ha hecho temblar nuevamente la injusticia.
Al culminar este
memorable acto se extenderá durante 24 horas una Guardia de Honor
que se convertirá en testimonio extraordinario de la voluntad
inquebrantable de los cubanos de defender a cualquier precio y
frente a todos los imperios nuestra sagrada independencia.
De cualquier manera —escuchen
bien— nuestras banderas no serán arriadas, no se plegarán,
permanecerán señeras, altivas, vigilantes. Como centinelas
insomnes de la Patria en amaneceres y crepúsculos, resistirán
hermosas y puras vendavales y tempestades y podrán divisarse como
las más bellas que existen, en el llano, en el mar y en la cumbre.
Ni amenazas, ni
agresiones, ni acciones terroristas, ni bloqueos, ni leyes de
ajuste, ni cabildeos, ni pistoleros de mente calenturienta, ni
cipayos sietemesinos financiados por puestos de mando, ni imperios
fascistas podrán doblegar al pueblo noble y culto que estará junto
a Fidel y Raúl, junto al Partido y a la Revolución con su
bandera en la primera línea para morir combatiendo en defensa de la
Patria si fuera preciso, convencidos de que:
Si
deshecha en menudos pedazos
llega a ser mi bandera algún día
nuestros muertos alzando los brazos
la sabrán defender todavía
¡Viva nuestro
invencible Comandanteen Jefe!
¡Patria o Muerte!
¡Venceremos! |