El que a la montaña se arrima, buen pueblo le cobija

Historias de un pueblo devastado por un ciclón y resurgido con el espíritu de la serranía. Al oeste del Pico Turquino, Mompié y su gente testimonian los nuevos tiempos en el corazón de la montaña

ANETT RÍOS JÁUREGUI y GABRIEL DÁVALOS Fotos: OTMARO RODRÍGUEZ 

Julia, "la gaviota", junto a su nieta.

Mompié es un pequeño pueblo que se levanta justo en la cima de una montaña de la Sierra Maestra, a más de 600 metros sobre el nivel del mar. Allí vive Julia Portales Núñez desde hace tantos años que ya perdió la cuenta; sus tiernas arrugas delatan que quizás estuvo y ayudó cuando Fidel y los dirigentes del llano y de la Sierra se congregaron en la histórica reunión de Altos de Mompié. Le dicen "la gaviota", porque en su juventud caminaba los cafetales de la montaña con el pelo suelto, negro y lacio, como la hermosa muchacha de la telenovela colombiana.

Julia nunca quiere hablar con los periodistas que van de paso a menos que decidan hacer estancia en su rancho. Para conversar en confianza con los pobladores de la serranía hay que ser como ellos: humildes y abiertos.

La reconstrucción avanza. Este 26 de julio Mompié será pueblo nuevo.

El pueblo es mucho más bonito ahora que cuando llegué hace muchos años, comenta vagamente la anciana recién iniciado el diálogo. Nos han construido casas nuevas, de buena madera, bien pintadas y con suelo firme, para que vivamos dignamente, agrega.

Los bohíos de Mompié cayeron al suelo con el violento e inolvidable huracán Dennis, en julio del 2005. Desde entonces Raúl Ladrón de Guevara, un moreno forjado en la montaña, está al frente de una brigada de 14 constructores de la empresa local del café. Ya hicimos la escuela y trabajamos para reconstruir las 34 casas del poblado. El próximo mes tendremos tienda nueva, asegura Raúl.

Los 161 habitantes de Mompié serán beneficiados con viviendas confortables, de madera, techo de fibra y piso de cemento pulido o mosaico.

La casa de "la gaviota" tiene techo nuevo y asegurado con tranques en las cubiertas para que ningún otro viento se lo lleve. Los hombres trabajan desde que levanta el alba y hasta que se pone el sol. A veces es incómodo trabajar: no llueve, pero la neblina te rocea; no hace calor, pero las nubes colman el poblado y dejamos de vernos los unos a los otros, aun estando a pocos metros de distancia, explica Leonardo Larduet, un albañil con más de 10 años de experiencia. El próximo 8 de marzo estará listo lo que aquí conocen como el casco histórico, 14 casas y la tienda de víveres; el 26 de julio, Mompié será pueblo nuevo, dice.

La anciana Julia tiene un televisor y una olla arrocera que la Revolución le regaló. Recibe un refuerzo alimentario, comida elaborada en el propio poblado que le brindan gratuitamente. Vive feliz con sus nietos, también nacidos en la montaña.

Joven, si es tan amable, ¿me dice su gracia? Pues bien joven, para cuando desee, aquí tiene su rancho.

En Mompié ir de paso no tiene sentido. Si se es como ellos, humildes y abiertos, habrá una nueva amistad entre las nubes, y un rancho con gente buena para hacer una estancia y conversar.

MOMPIÉ YA ES PUEBLO NUEVO

Yanelis cumplió 26 años y todavía no tiene hijos; "todavía" porque en la Sierra las relaciones de pareja acostumbraban a surgir como un relámpago. Aquí hombres y mujeres se conocen, se van a vivir juntos y enseguida tienen hijos, a veces muchos hijos. Casi nadie se casa en la montaña, reflexiona Julia con la sabiduría de sus años. Pero Yanelis es una joven diferente, de una nueva generación.

"Ruiz al cuadrado", Yanelis autoidentifica sus apellidos. "Estudiante universitaria de segundo año en la carrera de Estudios Socioculturales, en el municipio de Bartolomé Masó", aclara automáticamente. "Ahora pienso terminar mi carrera, luego consolidarme como una profesional y cuando tenga todas las condiciones tendré a mi bebé, es una decisión muy seria, creo que será con 31 años, buena edad para una mujer de estos tiempos", diserta con voz firme y claro conocimiento de lo que dice; lo tiene todo planificado.

"Este es un lugar que ha sufrido una gran transformación; somos inmensamente más de lo que éramos en 1959 y el cambio será aún mayor", dice. "Aquí ya no se toma alcohol a todas horas como un entretenimiento, hay una discreta pero arraigada vida cultural. Los que estaban desvinculados del trabajo ya tienen nuevos empleos en la zona, nosotros mismos le encontramos solución a los problemas. Hay electricidad, televisión, teléfono, esas cosas que para la vida de la ciudad son tan normales pero que para los serranos de Mompié son la cara de la Revolución", explica la joven universitaria.

Los hombres que trabajan en la reconstrucción se alojan en las viviendas de los propios pobladores.

En la montaña hay otra forma de pensar; nuevos deseos de superarse con estudios universitarios. El ejemplo de los promotores culturales ha apoyado aún más esa nueva manera de ver la vida.

Yanelis es la profesora de la nieta de Julia; en el pueblo todos son una familia grande; nunca sabes dónde empezó la historia porque todos la cuentan motivados y se señalan unos a otros como protagonistas.

Carlitos Mariño Figueredo es parte de esa familia aunque no vive en Mompié. Chofer de montaña, hijo de conductor de autos de montaña y seguramente padre de algún futuro domador de vehículos de la Sierra Maestra. Lo de "Carlitos" es de cariño; es corpulento física y mentalmente para enfrentar los peligros de las pendientes, los pasos rasantes, los deslizamientos de tierra y aun así llegar con vida a cualquiera que sea su destino.

Desde los 18 años maneja un yipi ruso UAZ, a su criterio el mejor para las lomas. No tiene la cuenta de cuántas veces ha llegado a Mompié a traer alimentos, materiales, o sencillamente una buena nueva. A sus 37 años todo parece tan simple como tomar las precauciones necesarias. Los que viajan con Carlitos dicen que es cuestión de responsabilidad y de un don familiar que lo hace ser uno de los mejores de la zona.

"Hace unos días fuimos a llevar unas posturas a Mompié y cuando veníamos de regreso el carro patinó al borde del abismo. No paré de acelerar, sabía que era la decisión correcta en ese momento y efectivamente, al instante la goma agarró y pudimos salir adelante", cuenta muy sereno, como una historia más.

Los de Mompié esperan y reciben con alegría al chofer de la montaña porque también es parte de sus vidas. La carretera para llegar al pueblo es un camino dividido entre el asfalto y los pedraplenes. Una vía accidentada con angostas curvas y un paisaje hermoso que distrae, convirtiéndose en otro peligro. En algunos trechos ha sido retirado el asfalto, a propósito, porque la inclinación y la humedad recrudecen el riesgo para los automóviles. Muchos pobladores entran y salen a pie del asentamiento. Los lunes son el único día de la semana que llega un transporte fijo. La guagua que viene desde Bartolomé Masó, a 33 km de distancia, llega al amanecer y realiza un segundo viaje en la tarde, siempre que no llueva. El clima también es complejo. La nubosidad en estas alturas provoca un extraño panorama a cualquier hora del día que dificulta los viajes, el trabajo, la vida.

Se han instalado teléfonos con el sistema de telefonía móvil alternativa.

Todos parecen ponerse de acuerdo para responder que lo más difícil de vivir aquí es la incomunicación. Hace poco más de un año se referían a la ausencia de teléfonos y a la inaccesibilidad por tierra; hoy el único reclamo es el camino.

En 1986 la reconstrucción de la carretera hacia Mompié, afectada por intensas lluvias, destruyó los hilos telefónicos y dejó incomunicado al pueblo hasta un día del 2005 cuando arribó la telefonía celular a la montaña. Ahora existen tres teléfonos en el pueblo. Uno público, con 3 000 minutos de crédito (que nunca llegan a consumirse); y dos particulares con 400 minutos en las viviendas de Benito y Belkis Ruiz, privilegiadas por su ubicación y acceso a la señal.

En febrero deben montarse dos teléfonos más en Barrio Blanco, un barriecito de Mompié ubicado más al sur, precisa Luciano Pérez Carralero, delegado de la circunscripción. Luciano subió y se quedó por amor. Durante el ejercicio Bastión de 1986, llegó al asentamiento por primera vez, se enamoró, se casó y ha permanecido allí durante 19 años. En los últimos meses una buena parte de sus preocupaciones como delegado han desaparecido con los nuevos teléfonos. La gente está feliz porque puede llamar a sus familiares en Holguín, Niquero... pero nuestra verdadera suerte es que la telefonía celular vino a resolver los grandes problemas que la distancia agravaba, afirma. "Cuando teníamos algún enfermo había que cargarlo al hombro camino abajo, ahora simplemente llamamos a una ambulancia".

LA MONTAÑA DIFERENTE

El hospital más cercano a Mompié queda en Minas del Frío, centro además de otras circunscripciones como El Jigüe y El Roble, todas a seis kilómetros de distancia de Minas. Recién remodelado, y con capacidad para cuatro pacientes, el "hospitalito" por ahora está vacío. La salud es buena en la serranía. El promedio de vida allí es de 76 años; tras cada año de existencia de la Revolución, los pobladores de la zona han aumentado su esperanza de vida en seis meses.

En el minirestaurante El Rosario de San Lorenzo la oferta es accesible, variada y de producción local.

A unos metros del "hospitalito" permanece abierto el minirestaurante "El Polo", con similar horario y servicio al de Providencia o San Lorenzo. Dispersos por toda la montaña granmense, los minirestaurantes cumplen una misión ideada por la dirección del Partido en la provincia: permitirle a la gente salir de casa, "pasear", disfrutar de los servicios gastronómicos sin tener que descender kilómetros hasta Bartolomé Masó, la cabecera municipal.

"El Rosario" es el nombre de este establecimiento en San Lorenzo. Las ofertas comienzan con el desayuno y el resto del día los platos respetan los gustos de la región: arroz congrí oriental, chilindrón, cerdo asado, pollo frito. Los cocineros trabajan en dos turnos y también preparan los productos de la cafetería, otro servicio de la casa. El local es pequeño, pero agradable. Hay música, manteles limpios, floreros, dependientes de uniforme y una carta revestida de cuero, con las ofertas del día.

Pero si la recreación resulta una necesidad de la montaña, el empleo también lo es. Estadísticamente muchas mujeres del área no podían trabajar por no tener a quién dejar el cuidado de sus hijos. Erodes Daylán Reyes Pérez, director de la Casa de la Infancia de Minas del Frío, asegura que tras su inauguración en el 2004 la mayoría de las mujeres de la región se incorporaron al trabajo. La Casa de la Infancia cuida actualmente a 22 niños de las zonas de Minas del Frío y Polo Norte en horario laborable. Su personal pedagógico vive en el mismísimo Bartolomé Masó, como ocurre con muchos de los profesionales que asumen las aulas de estas montañas.

La escuelita de Mompié tiene 10 alumnos de primero, segundo, tercero y quinto grados.

David Acuña Oliva, por ejemplo, el maestro de Primaria de Mompié, llegó desde Bartolomé Masó a comienzos de este curso porque hacía falta alguien al frente de la escuela. Viudo desde hace más de un año, dejó en Masó a su hijo de nueve años de edad al cuidado de otros familiares. No lo quiero traer, justifica, porque aquí las condiciones son muy difíciles.

Su compañera de trabajo, la profesora de Computación Marisol Díaz Pérez, nació hace 30 años en Guamá, Santiago de Cuba. Un día viajó a esta comunidad de visita, y conoció a Leonel, con quien hoy tiene dos hijos. Él tenía aquí un trabajo estable en la tienda (donde vende medicinas) y fui yo quien tuvo que ceder y mudarse, cuenta Marisol.

La vida en el poblado se le hizo más fácil con su trabajo en la escuela. Los niños de aquí son muy cariñosos y apegados con los maestros, señala. Pero la experiencia del huracán Dennis en la montaña fue tan dura que hoy Marisol valora seriamente la posibilidad de otra mudanza.

Marisol, la maestra santiaguera de Mompié, se mudó al pueblo por amor.

Cada 15 días viaja hasta el Caney, próximo a Bartolomé Masó, para recibir las clases de su licenciatura en Computación. El resto del tiempo transcurre tranquilo en Mompié: "Es una vida sencilla, la gente se levanta temprano, cuela el café, va al trabajo (la mayoría labora en la agricultura, fundamentalmente en el café); en la tardecita regresan, se bañan, unos juegan dominó, otros ven la televisión y algunos tocan la guitarra".

Según relatan los maestros, la mayor diversión de los niños está en la escuela, donde tienen la televisión, el video y la computadora. "Es complicado sacar a un niño de aquí", coinciden. "Para la próxima semana de receso escolar queremos llevarlos en caminata hasta la Comandancia de la Plata, ellos están ansiosos por ir, vamos a ver si es posible".

Probablemente sea Dairiel Díaz el que mejor preparado esté para la caminata que planean los maestros Acuña y Marisol. Su casa queda en el Almendro, un rincón alejado de aquí a dos horas de viaje campo adentro. Del vasto mundo que conoce en la Sierra, prefiere a Barrio Blanco, "porque hay gente y puedo jugar". El Almendro, donde vive con su madre, su padrastro y su hermana Ramona, es un sitio con demasiado silencio y soledad para él.

La familia planifica mudarse a Mompié próximamente. "Mi mamá está esperando para reunir toda la madera que necesita nuestra casita", susurra con timidez. Mientras tanto Dairiel recorre de lunes a viernes los atajos del monte que lo acercan a la escuela. Cursa el quinto grado y está apasionado por las Ciencias. Quiere ser médico. El camino de su vocación comienza casi en la madrugada, cuando sale del Almendro con Ramona (Mongui le dicen todos), para llegar a tiempo a las clases. Para Dairiel es un recorrido sin peligros ni sacrificio. Un trillo fácil y recto hacia su futuro.

 

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