Paso a El Cuentero

ROGELIO RIVERÓN

No hay mayor declaración de fe que una revista literaria. Ni nada que tienda más a convertir cada uno de sus números en un editorial, es decir, en una opinión definitiva sobre el acto de contender con ficciones verbales. Pero no se piense que lo digo en detrimento de las revistas, pues el hecho de que postulen una determinada estética les infunde concentración, y, bien trabajadas, han de ser un magnífico close up de cada época. Incluso ahora, cuando la irregularidad se atreve a rondar algunas de nuestras revistas culturales, podemos enorgullecernos de tenerlas.

No tan sorpresivamente, pues algo se masticaba en el entorno, ha comenzado a circular una nueva revista literaria. Su particularidad radica en que estará dedicada, de modo exclusivo, a la narrativa. En la práctica, y según anota en el número cero su director Eduardo Heras León, El Cuentero se propone recibir una comprometedora herencia: la que estuvo en manos de El Cuento, dirigida en México por Edmundo Valadés, y de Puro Cuento, que condujo el argentino Mempo Giardinelli. Para empezar, exhibe un consejo de colaboradores al que, entre otros, concurren José Saramago, Mario Benedetti, Luisa Valenzuela, Magge Mateo, Eduardo Galeano, Abelardo Castillo, Alberto Garrandés, Ambrosio Fornet, Mempo Giardinelli, Francisco López Sacha y Sylvia Iparraguirre.

La tradición latinoamericana es pródiga, en efecto, en el ejercicio de la narración breve. Por varios motivos, entre los que algunos enumeran, inclusive, la propia esencia de la lengua española, el cuento hispanoamericano posee una inherencia de fuerte rizoma, y no es aconsejable augurarle un ocaso. El Cuentero, publicación trimestral del Centro de Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso, promete, sin cerrarle el paso a la novela o a eso que genéricamente denominamos relato, permanecer lo más cerca posible del cuento y de sus cultores, cubanos o no. De hecho el número cero ofrece inéditos de Eduardo Galeano, Mario Benedetti, Herbert Toranzo y Yordanka Almaguer. Publica, además, un singular diálogo entre Eduardo Heras León y Abelardo Castillo en torno a un análisis técnico del cuento "El hacha pequeña de los indios", incluido en el libro Las panteras y el templo, de Castillo.

El decálogo (en realidad un dodecálogo), del chileno Roberto Bolaño, es otra prueba de la insistencia de los latinoamericanos en esta especie de tablas de la ley que rigen, veneran o chotean, ya no solo el arte de redactar cuentos, sino incluso el de leerlos. La sorna de Bolaño, desde El Cuentero, me ha hecho recordar al ilustre minimalista Marco Denevi y su "Dodecálogo del machismo" ("Declárate ignorante en quehaceres domésticos, en ropa femenina y en poesía con excepción del Martín Fierro", dice uno de sus mandamientos).

En fin, que si El Cuentero mantiene su palabra, y se nos aparece cuatro veces al año, podrán sentirse dichosos los seguidores del cuento en Cuba —que no son pocos ni se quedan todos en la lectura pasiva de lo que les caiga a mano—, y también los de la novela y todo lo relacionado con los géneros más visibles de la narrativa.

 

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