La leyenda del Mozart negro

TONI PIÑERA
cultura@granma.cip.cu

Foto: RICARDO LÓPEZ HEVIAEn la actualidad es difícil encontrar un personaje literario que no baile. Los coreógrafos, en sus actos de creación, traducen al movimiento lo inimaginable. Le Chevalier de Saint-Georges (1739-1799) con sus historias de música, luchas y amor en la Europa de finales del siglo XVIII, cobró vida ahora de la mano del Centro Pro Danza, que dirige la maitre Laura Alonso.

El estreno mundial de Le Chevalier de Saint-Georges (El caballero de Saint-Georges) ocurrió este último fin de semana en el teatro Mella. El ballet, con coreografía de Héctor Figueredo Abrantes, cuenta con un prólogo y cuatro escenas, y está inspirado en la vida y la obra de Joseph Boulogne, el Caballero de Saint-Georges, también apodado El Mozart negro, el Voltaire y el Watteau de la música.

Le Chevalier nació en Baillif, isla de Guadalupe, hijo de una esclava senegalesa y un noble francés, y llegó a ser un virtuoso como compositor e intérprete del violín, y autor de un amplio repertorio de conciertos, sinfonías, sonatas y óperas. A tal punto que llegó a dirigir las orquestas Les Amateurs y Olympique, consideradas por los críticos en su tiempo como las mejores del Viejo Continente. Y según expresó Alain Guedes en su obra El negro de las luces: la fama del artista despertó celos en Mozart, y por el contrario, la admiración de otro grande de la música: Joseph Haydn, quien creó para él seis sinfonías parisienses que dirigió el propio Boulogne, en un concierto presenciado por la reina María Antonieta, de quien llegó a ser su músico "favorito". De esta rica historia se nutre el ballet Le Chevalier...

Ante todo y como nota sobresaliente hay que saludar este estreno de Pro Danza porque rinde homenaje a una personalidad de la música internacional que por prejuicios racistas fue silenciado. Del lado positivo, el estreno de Le Chevalier... acerca la música de Boulogne y también la tradicional de la isla de Guadalupe, que enriquece la puesta y le da un toque de originalidad, al mismo tiempo que se brinda la oportunidad de conocer sus creaciones (bien por la labor de Cilio Arozarena en la edición y musicalización), el maquillaje bien logrado en época, así como los diseños de escenografía y vestuario de Eric Grass, que además de aportar un toque de colorido y gusto, se adaptan a la perfección al ballet, algo que no siempre se logra. De esta manifestación danzaria, en términos generales, se pueden extraer aciertos, como en la escena IV —muy dinámica—, la más lograda de la obra, incluso en cuanto al baile, fue el mejor momento para los protagonistas: Yosvani Pascual Rosales (Le Chevalier) y María Amparo Pérez (María Antonieta), quienes hicieron un loable esfuerzo, y supieron sobreponerse al nerviosismo en las primeras escenas, que les jugó algunas malas pasadas en cuanto al diálogo de pareja. El cuerpo de baile, integrado por bailarines recién graduados, en su mayoría, estuvo poco homogéneo, y debe comprender que no se puede hablar y menos tratar de dirigir con voces de mando en medio de la función.

Lógicamente, después del estreno quedan por revisar algunos aspectos, y tratar de pulirla para lograr una mejor coherencia, y sobre todo hacer más contemporánea la puesta, en escenas como la decapitación de María Antonieta —demasiado naturalista—, el nacimiento de Boulogne, la utilización de los floretes y espadas, que nada aportan, solo hacerla más lenta, cuando existen códigos para decir en este lenguaje universal.

Detrás de la obra queda la buena intención de rescatar para el presente antiguos ballets, estilos y personajes que duermen un largo sueño. Esta ha sido tarea del Centro Pro Danza, que del 17 al 19 de diciembre acercará el estreno de Yarini.

 

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