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La leyenda del Mozart
negro
TONI
PIÑERA
cultura@granma.cip.cu
 En
la actualidad es difícil encontrar un personaje literario que no
baile. Los coreógrafos, en sus actos de creación, traducen al
movimiento lo inimaginable. Le Chevalier de Saint-Georges (1739-1799)
con sus historias de música, luchas y amor en la Europa de finales
del siglo XVIII, cobró vida ahora de la mano del Centro Pro Danza,
que dirige la maitre Laura Alonso.
El estreno mundial de Le
Chevalier de Saint-Georges (El caballero de Saint-Georges)
ocurrió este último fin de semana en el teatro Mella. El ballet, con
coreografía de Héctor Figueredo Abrantes, cuenta con un prólogo y
cuatro escenas, y está inspirado en la vida y la obra de Joseph
Boulogne, el Caballero de Saint-Georges, también apodado El Mozart
negro, el Voltaire y el Watteau de la música.
Le Chevalier nació en
Baillif, isla de Guadalupe, hijo de una esclava senegalesa y un noble
francés, y llegó a ser un virtuoso como compositor e intérprete del
violín, y autor de un amplio repertorio de conciertos, sinfonías,
sonatas y óperas. A tal punto que llegó a dirigir las orquestas Les
Amateurs y Olympique, consideradas por los críticos en su tiempo como
las mejores del Viejo Continente. Y según expresó Alain Guedes en su
obra El negro de las luces: la fama del artista despertó celos
en Mozart, y por el contrario, la admiración de otro grande de la
música: Joseph Haydn, quien creó para él seis sinfonías
parisienses que dirigió el propio Boulogne, en un concierto
presenciado por la reina María Antonieta, de quien llegó a ser su
músico "favorito". De esta rica historia se nutre el ballet Le
Chevalier...
Ante todo y como nota
sobresaliente hay que saludar este estreno de Pro Danza porque rinde
homenaje a una personalidad de la música internacional que por
prejuicios racistas fue silenciado. Del lado positivo, el estreno de Le
Chevalier... acerca la música de Boulogne y también la
tradicional de la isla de Guadalupe, que enriquece la puesta y le da
un toque de originalidad, al mismo tiempo que se brinda la oportunidad
de conocer sus creaciones (bien por la labor de Cilio Arozarena en la
edición y musicalización), el maquillaje bien logrado en época,
así como los diseños de escenografía y vestuario de Eric Grass, que
además de aportar un toque de colorido y gusto, se adaptan a la
perfección al ballet, algo que no siempre se logra. De esta
manifestación danzaria, en términos generales, se pueden extraer
aciertos, como en la escena IV —muy dinámica—, la más lograda de
la obra, incluso en cuanto al baile, fue el mejor momento para los
protagonistas: Yosvani Pascual Rosales (Le Chevalier) y María Amparo
Pérez (María Antonieta), quienes hicieron un loable esfuerzo, y
supieron sobreponerse al nerviosismo en las primeras escenas, que les
jugó algunas malas pasadas en cuanto al diálogo de pareja. El cuerpo
de baile, integrado por bailarines recién graduados, en su mayoría,
estuvo poco homogéneo, y debe comprender que no se puede hablar y
menos tratar de dirigir con voces de mando en medio de la función.
Lógicamente, después del
estreno quedan por revisar algunos aspectos, y tratar de pulirla para
lograr una mejor coherencia, y sobre todo hacer más contemporánea la
puesta, en escenas como la decapitación de María Antonieta —demasiado
naturalista—, el nacimiento de Boulogne, la utilización de los
floretes y espadas, que nada aportan, solo hacerla más lenta, cuando
existen códigos para decir en este lenguaje universal.
Detrás de la obra queda
la buena intención de rescatar para el presente antiguos ballets,
estilos y personajes que duermen un largo sueño. Esta ha sido tarea
del Centro Pro Danza, que del 17 al 19 de diciembre acercará el
estreno de Yarini.
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