WASHINGTON, 10 de noviembre (PL).—
La salida del diario The New York Times de la periodista Judith
Miller añade hoy un nuevo ingrediente al escándalo CIA-gate, en el
cual están implicados funcionarios del gobierno del presidente
George W. Bush.
Luego de quedar en evidencia los
vínculos entre Miller y el principal encartado en el caso, Lewis
"Scooter" Libby, ex jefe de gabinete del vicepresidente
Richard Cheney, el rotativo confirmó la víspera que puso fin al
contrato de 28 años con la reportera.
Libby fue acusado el jueves pasado de
cinco cargos, uno de ellos por obstrucción de la justicia, dos por
perjurio y otros dos por falso testimonio, al ser pieza clave en la
filtración de la identidad de una oficial de la Agencia Central de
Inteligencia (CIA).
Miller se vio obligada a salir del
diario con la cabeza baja, tras haber sido parte de la cobertura
informativa de The New York Times que, al igual que otros medios de
prensa estadounidenses, sembró en los norteamericanos la falsa idea
de que Iraq tenía armas de exterminio masivo.
La reportera, muy próxima a
funcionarios de alto rango de la Administración Bush, se hizo eco
en sus historias de las engañosas acusaciones contra Bagdad, eje
del escándalo CIA-gate.
El caso estalló a fines de 2003,
cuando uno o varios asesores de la Casa Blanca revelaron al diario
The Washington Post la identidad de la oficial de la CIA Valeria
Plame, esposa de Joseph Wilson, ex embajador de Estados Unidos en
Gabón.
La filtración intencional de esa
información fue interpretada en círculos políticos como un
castigo a Wilson, quien desacreditó al presidente Bush sobre los
argumentos utilizados para justificar la invasión a Iraq, en marzo
de ese año.
Siendo embajador en Gabón, el
diplomático recibió de parte de la CIA la misión de indagar si el
entonces gobierno de Saddam Hussein intentó adquirir uranio en
Níger.
Los resultados de su investigación
fueron negativos y Wilson los hizo públicos en un artículo en el
diario The New York Times, pese a que Bush, en su discurso sobre el
estado de la Nación, acusó a Bagdad de tener un programa de armas
de exterminio masivo.
Hasta ahora el principal encartado en
la filtración de la identidad de Plame es Libby, aunque el fiscal
especial que investiga el caso, Patrick Fitzgerald, mantiene en la
mira a Karl Rove, jefe adjunto de gabinete del presidente Bush.
Fitzgerald sostiene que Libby
"procuró intencionalmente y de manera corrupta influir,
obstruir e impedir la administración de justicia engañando y
mintiendo al jurado investigador".
Fitzgerald lo acusó de ocultar
cuándo y cómo supo que la agente encubierta trabajaba para la CIA,
y de engañar al gran jurado sobre la forma en que reveló esta
información a la prensa.
Recientemente The New York Times se
vio obligado a reconocer que la periodista Miller y Libby
desayunaron juntos dos días después que el entonces embajador
Wilson revelara que el gobierno de Bush manipuló los informes sobre
Iraq.
La periodista estaba encargada de
redactar un artículo sobre el fracaso de la Administración
republicana en la búsqueda de armas de destrucción masiva en esa
nación del Golfo Pérsico.
Los apuntes de Miller contienen el
nombre de una agente encubierta de la CIA, pero la periodista dijo
que no recordaba quién le entregó esa información, alegato
interpretado como una muestra de complicidad con el funcionario.
El fiscal Fitzgerald le pidió que
explicara cómo es que Valerie Plame, cuyo nombre fue mal escrito
por ella como Valerie "Flame", aparece en la misma libreta
de notas que empleó en la entrevista con Libby.
Además, el magistrado analiza tres
conversaciones telefónicas que Miller sostuvo con el consejero
presidencial. En una de ellas, realizada el 12 de julio del 2003, el
nombre de Plame aparece enmascarado como el de "Victoria
Wilson".
Ahora The New York Times califica la
cobertura de preguerra realizada por la reportera como fallo
institucional y admite que debió haberla enmendado con mayor
celeridad.