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Cercanías y
coincidencias
JUAN PIÑERA (*)
Mañana
concluirá, a las 5:00 p.m en el teatro Amadeo Roldán, el XX
Festival de La Habana de música contemporánea, de la UNEAC. Más
de veinte años de continuidad convierte al evento en uno de los de
mayor antigüedad y perdurabilidad en Latinoamérica. Precisamente,
latinoamericano fue hace una semana su primer concierto, y más
específicamente, de pueblos a los que sus costas las baña el mar
Caribe. Así, de esta manera, estuvieron representados en el
concierto los compositores Alfredo Rugeles, de Venezuela, quien
también se encargó de dirigir nuestra Orquesta Sinfónica
Nacional; Carlos Vázquez, de Puerto Rico; el colombiano Andrés
Posada; Manuel de Elías, de México; y Carlos Fariñas por Cuba.
Carlos Fariñas, compositor cubano.
El concierto se inició
con una partitura de Alfredo Rugeles, una de las personalidades más
relevantes de la música de concierto en Venezuela. Como director de
orquesta, nos expresó que es un organizador nato que además,
trabaja con espíritu de camaradería, y mejor aún, con amor frente
a los músicos de atril que dirige. Su obra, Sinfonola, para
orquesta de cámara, es el trabajo de un hombre sumamente culto y no
exento de un cierto y velado humor que expresa, en un lenguaje
sintético, algo que pocos logran, mientras otros se afanan en
obtenerlo, tras largos, estériles y agotadores discursos sonoros.
La segunda obra
interpretada por nuestra OSN fue El desterrado, poema sinfónico de
Carlos Vázquez inspirado en el prócer y revolucionario borinqueño
Ramón Emeterio Betances, quien luchó por la libertad de Puerto
Rico y por una Confederación Antillana libre del anexionismo.
Sueños que no pudo ver realizados el protagonista principal del
Grito de Lares, pero que personalidades como Vázquez, quien nos ha
visitado en incontables ocasiones, se encargan de mantener vivos
estos ideales de Betances, los cuales también son nuestros. Es una
obra honesta y comprometida, estos fueron los sentimientos que
recibimos los allí presentes.
La primera parte del
primer programa sinfónico concluyó con Poema para una catedral
invisible, trabajo de juventud que inicia el catálogo
sinfónico de Andrés Posada. En él se presagia el excelente
constructor o arquitecto de sonidos que disfrutamos y admiramos en
diversos trabajos posteriores, ya sean camerales o para piano.
Instantes de excelencia en la partitura fueron la sección
introductoria, donde devino fundamental el desempeño de los
contrabajos, el hermoso sonido en una melodía otorgada al saxofón,
en este caso interpretada por Alejandro Ríos, y la sección
conclusiva de la obra.
Después del intermedio,
se interpretó Meditativo y Tema variado, de Manuel de
Elías. Una obra para orquesta de cámara que nos indicó que el
maestro mexicano, con economía de recursos, logró sonoridades que
parecían provenientes de una masa orquestal mucho mayor. Dicho en
otras palabras, que el difícil arte de orquestar es una virtud nada
ajena al oficio de Manuel de Elías. También hay que resaltar
ciertos resultados en cuanto a color orquestal, tanto por la
combinación de timbres instrumentales, como por la armonía
propuesta por el compositor.
Como última partitura
del concierto se interpretó Escenas, para barítono y
orquesta de Carlos Fariñas sobre textos de Roque Dalton y Ariel
Dorfman. Una vez más, estamos ante un trabajo mayor de este maestro
cubano. La obra nos ofrece al hombre que no hace concesiones
estéticas, pero a su vez está hurgando en el hilo invisible de la
comunicación. Trabajo riguroso hasta el último detalle, realizado,
estamos seguros, con la paciencia del orfebre que ve la piedra
preciosa oculta, y va pacientemente en pos de ella, tallándola.
Carlos Fariñas dedica las cuatro escenas a la memoria del poeta y
revolucionario Roque Dalton, quien cayera asesinado. La tragedia
ante el hecho se siente y presiente como magma volcánico en un
inquietante tejido de voces instrumentales que se mueven, unas veces
sosteniendo, otras subrayando la voz del barítono solista. No hay
que olvidar que en el ámbito orquestal también hay protagonismo
cuando sea necesario. Mención particular merecen las espléndidas
melodías, unas veces, sinuosas, otras, desgarradas que canta la voz
humana. Aquí, William Alvarado convenció, porque cree en la
partitura y en todos sus presupuestos éticos y estéticos, por
tanto, hay entrega absoluta. Estudió concienzudamente su difícil
parte y por ello merece nuestro aplauso.
Agradecemos a nuestra
Sinfónica Nacional su desempeño en este concierto dedicado a la
música de estos tiempos, y al trabajo del maestro Alfredo Rugeles,
quien supo ofrecernos un programa acabado de cinco maestros
latinoamericanos y sus diversas tendencias dentro de la creación
musical en un discurso de cercanías y coincidencias para con
nuestros pueblos.
(*) Destacado
compositor cubano.
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