En Tres Hermanas Arolvis tiene su maestro

Texto y fotos: Jorge Luis Merencio Cautín

GUANTÁNAMO.—Que un guajiro titubee, casi se niegue, a acompañar a un visitante, es realmente un suceso excepcional.

Con su vecino y maestro Miguel Ángel.

Ocurrió en la comunidad montañosa de Viento Frío, en el municipio guantanamero de San Antonio del Sur, cuando Maribel Martínez, subdirectora de Educación Primaria, solicitó a algunos maestros que guiaran al periodista hasta Tres Hermanas, recóndito sitio donde solo habitan ocho familias.

Llegar desde Viento Frío (monte adentro 47 kilómetros al norte de la cabecera municipal de San Antonio del Sur) hasta Tres Hermanas, solo es posible a pie, o mediante mulo.

Las más de dos horas de trayecto se vencen por senderos del ancho de un zapato; con abundancia de abismos y pequeños pantanos, de filosas rocas, y de ascensos tan agotadores como el de la llamada Loma de las 37 curvas.

También es preciso dejar atrás una decena de pasos de ríos, intermitentes aguaceros y una floresta cuyas espinas se prenden de la ropa y de la carne.

La razón, entonces, les asistía a Ubilio Marcet y Diosdado Mendoza, maestros en Viento Frío para, en un primer momento, no acoger con beneplácito su papel de guías. Pero finalmente ellos hicieron posible llegar a ese paraje donde desde hace cinco años un experimentado maestro fue ubicado allí para educar a un niño minusválido.

Gracias a ello, Ariolvis Torres Lobaina tuvo la posibilidad de estudiar y hoy forma parte de los más de 800 000 estudiantes de primaria que acaban de iniciar sus clases en el país.

Las limitaciones físicas del niño, provocadas por una enfermedad congénita lo mantienen postrado desde su nacimiento, lo que le impide asistir a la escuela más cercana, distante varios kilómetros, y requiere el permanente cuidado de su madre.

Cada mañana es llevado hasta la casa de su vecino y maestro Miguel Ángel Méndez, donde las condiciones son más favorables para que funcione el aula y sea más efectivo el aprendizaje.

Miguel Ángel, educador con 29 años de experiencia, graduado en la Universidad Pedagógica de Guantánamo, también tiene sus sueños: poder impartirle clases en la enseñanza secundaria, aunque para ello tenga que "quemarme las pestañas preparándome."

Eso de tener que "quemarme las pestañas" —dice el maestro—, es una frase de Ariolvis, cuando habla de los libros que le faltan por leer de la amplia colección que le regaló el Estado cubano.

Asegura que su alumno es inteligente, de envidiable memoria, y que solo lo nota bravo cuando por razones de atención a su salud tiene que ausentarse a las clases.

"A Fidel, a la Revolución, a mi mamá y mi maestro agradezco lo que hacen por mí para que yo aprenda y se amplíe mi horizonte", expresa Ariolvis, ejemplo de que en Cuba todo niño, no importa su proceder social ni sus limitaciones físicas, es iluminado por la luz de la enseñanza.

 

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