Los odus de Olazábal
ANDRÉS D. ABREU
Todavía
Santiago Rodríguez Olazábal no había descolgado de las paredes
del Museo Nacional de Bellas Artes su exposición Onilé
cuando ya estaba ocupando el espacio de La Casona (Génesis
Galerías) con otras obras para su actual muestra.
Dos
exposiciones, una justo al concluir la otra, y en dos importantes
centros nacionales de arte no son un suceso habitual, mucho menos
esperado si pensamos en un artista que mantiene una actitud sosegada
en cuanto a promoción de su obra. Pero azares y coincidencias
ajenos a su voluntad lo han llevado a esta situación en dos
ocasiones.
En el año 2002, tras un
gran periodo de ausencia que el propio artista atribuyó a su
retraída personalidad pública y a una despreocupación
institucional por su trabajo, Olazábal expuso de forma continua en
Pequeño Espacio y Galería Habana. Luego de aquella dual
reaparición y sin hacer mucho ruido, su obra ha mostrado una mayor
constancia en los escenarios expositivos y ahora vuelve a
presentarse en una segunda oportunidad múltiple.
Primero fue el Museo —donde
ya había expuesto en 1992 y en cuya colección desde 1989 existen
más de 20 obras suyas—, con un conjunto de instalaciones y piezas
bidimensionales que tributaron al espíritu protector de la tierra y
eje de este proyecto curatorial elaborado junto a Corina Matamoros.
Objetos, pinturas,
mandalas y caligrafías estructuraron un culto que se apropió del
espacio y desde allí mostró una nueva lectura del artista sobre el
pensamiento y la sabiduría Ifá: filosofía que reconstruida por un
creador de los ochenta como lo es Olazábal no puede estar ajena a
la realidad circundante del ser social que la produce, ni a la
ideoestética formacional sobre la que se erigió.
Actualmente es La Casona
el lugar elegido para acercarse otra vez a sus caminos visuales y
releer de esa inagotable fuente de juicios vinculados al ifismo. Ewé
tete agrupa otro grupo de piezas que refrenda su capacidad de
dibujar, pintar, crear objetos e instalar sin fronteras entre
formatos y desacralizando géneros.
Obras como Para quien
es el sacrificio, El ebó se lo llevó, Él vino desde ara onu y La
eficacia de la palabra abren desde creaciones contemporáneas
una confrontación entre la gnosis y los poderes de orígenes
místicos y las circunstancias y dominios que rigen o determinan lo
real, mientras aportan la fiel continuidad de Olazábal a ese altar
de la historia del arte cubano que emerge de las profundidades de
los cultos afrocubanos y presiden maestros como Lam, Roberto Diago y
Mendive.
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