Maoríes: Por el respeto a la dignidad humana

ARNALDO MUSA

Cuerpos profusamentes tatuados, misteriosas ceremonias al borde del mar, una estrecha relación con la naturaleza, son algunas de las asociaciones que provoca la palabra maorí en quienes no conocen lo suficiente la cultura, el modo de vida y mucho menos el drama de los primeros habitantes conocidos de Nueva Zelanda.

Los más recientes gobiernos de esa nación de Oceanía, sobre todo el actual, han destinado recursos para hacer más llevadero el existir de los maoríes, cuyos portavoces se han hecho sentir en el reclamo de sus derechos y la devolución de sus tierras apropiadas indebidamente.

La activista maorí Aroha Te Pareake Mead acaba de subrayar el drama de su pueblo en una reciente reunión de los pueblos indígenas de todo el mundo, en la que reclamó que se respete el "derecho de autodeterminación" y a establecer "sistemas económicos y sociales diversos", que difieran, aunque coexistan, con el capitalismo imperante.

Existe el denominado Tratado de Waitangi, firmado en 1840, que establece el derecho indígena a ser respetado por su contraparte blanca, pero, a 165 años de su firma, los aborígenes apenas han sido complacidos en 10 de más de 400 reclamaciones, y aún demandan la tierra, el uso del maorí como lengua oficial, la igualdad racial en política y una larga serie de reivindicaciones.

LA TIERRA DE LA LARGA NUBE BLANCA

Aotearoa, "la tierra de la larga nube blanca", hoy Nueva Zelanda, fue poblada alrededor del siglo IX por los maoríes que llegaron allí provenientes de la Polinesia. A lo largo de los años desarrollaron en las islas una cultura original, que alcanzó un nivel consi-derable en la elaboración de tejidos, la construcción de viviendas, canoas y la práctica de la horticultura. El medio ambiente era respetado, porque se consideraban a sí mismos guardianes de las reservas naturales para las futuras generaciones.

La colonización, comenzada en 1769, se aceleró a comienzos del siglo XIX, con la llegada de inmigrantes y misioneros británicos. Su presencia trajo nuevas enfermedades, valores y creencias que alteraron profundamente la vida de los maoríes. El cristianismo debilitó las tradiciones que daban sustento y cohesión a la sociedad tribal y la introducción de prácticas comerciales por los europeos afectó seriamente las bases materiales de la vida nativa.

En 1840 se proclamó formalmente la anexión de Nueva Zelanda a la Corona británica como colonia. Las dos grandes islas fueron ocupadas bajo formas jurídicas diferentes: South Island por el supuesto derecho que otorga el "descubrimiento" y North Island a través del ya mencionado Tratado de Waitangi, mediante el cual los jefes maoríes aceptaban la presencia de los colonos ingleses y la instalación de un Gobierno de la Corona, y a cambio los aborígenes aseguraban el respeto de su soberanía como nación.

EN LA CONFIANZA ESTÁ EL PELIGRO

Los colonialistas hicieron caso omiso del acuerdo, ya que comenzaron un violento proceso de expropiación, y se originan así las "guerras de la tierra", que enfrentaron a europeos con los aborígenes, en lucha por su soberanía, la defensa de los derechos a la tierra, los bosques y la pesca, entre otras cuestiones.

La magnitud de las pérdidas maoríes se puede calcular en que de los 27 millones de hectáreas que poseían en 1840, tienen poco más de un millón, y su población, mayoritaria en aquel entonces, es un 8% de los actuales cuatro millones de habitantes.

Mientras el Norte del país estaba convulsionado por la guerra, el Sur vivió una etapa de prosperidad, debido al descubrimiento de oro en su territorio, lo cual provocó un flujo masivo de inmigrantes que dinamizaron notablemente la economía de la región.

Hoy, día, con una mejor aquiescencia oficial, los reclamos de los aborígenes no solo se mantienen, sino que vuelven a coger fuerza y se vislumbran reconocimientos en ciertas esferas, como en la propia cultura, donde escritores maoríes han ganado premios internacionales.

Pero la lucha por el ser como es y no como quieren que sea, es decir, por la libertad, aún continúa y adquiere cada día mayor transcendencia.

Hasta los maoríes llegó el programa de alfabetización cubano Yo sí puedo, seleccionado en Nueva Zelanda entre unos 70 propuestos. Se aplica con éxito en idioma inglés en ese país, donde participan cerca de 6 000 personas y en poco más de un año han sido alfabetizadas más de mil, en su inmensa mayoría aborígenes, algunas de las cuales comenzaron a cursar la educación primaria.

El sistema educacional de alfabetización de Nueva Zelanda está basado en el método británico, transferido sin tener en cuenta el contexto nacional, según educadores neozelandeses, quienes destacan que, a diferencia del anterior, el cubano funciona, porque respeta las características propias de Nueva Zelanda e, incluso, para su concepción, se consultó a numerosos aborígenes.

 

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