Convergencia Retamar-Alfonso

Poesía universal en voz cubana

ANTONIO PANEQUE BRIZUELA

El eco de la poesía universal volvió a encontrar voz cubana, habitó dos generaciones, mostró sus lados coloquiales y reiteró su impronta espiritual, durante un encuentro de recitaciones entre Roberto Fernández Retamar y Carlos Augusto Alfonso, en el que el verso, ya introspectivo, ya retrospectivo, ya relatador, siempre actual, se paseó por dentro y por fuera del ser humano.

Premio Nacional de Literatura el veterano (1930), Premio de la Crítica 2004 el joven (1963), en lugar de un cruce generacional de supuestas "demostraciones" entre dos poetas de distinta formación aunque parecidos contenidos, fue este un lance en el que se complementaron uno al otro en su decursar lírico de signo antropológico, a través del espacio mensual Convergencia, convocado por la Asociación Hermanos Saíz, en el vestíbulo de la sala Avellaneda (Teatro Nacional).

Tras felicitar esta nueva tribuna entre antiguos y noveles poetas —que se efectúa por segunda vez y se suma a otras avaladas por el Instituto Cubano del Libro en todo el país— y confesar su amor por la lectura pública, Retamar abrió el encuentro con Felices los normales ("hombres vestidos de truenos y mujeres de relámpagos"), y Alfonso con piezas de El libro de los tuertos, seguidas de otras, incluso, inéditas ("Hombre muerto caminando": "Hombre entendido en tango que por ahora alquila bastidores").

Retamar, con su proverbial veteranía, voz de bajo educada en la recitación y el discurso, el verso enhiesto, presto al lance oportuno; Alfonso con su timbre de novel, su obra de ahora, del último minuto, a veces irreverente; transgresores ambos o —como dijo Francisco López Sacha, escritor y estudioso de pulcra inspiración didáctica en la introducción sobre estos coloquialistas— "innovadores los dos de la poesía cubana".

Sus poemas, que —como también apuntaría Sacha ante un satisfecho público integrado por escritores, investigadores, periodistas y otros amantes de la poesía— eran ahora escuchados nuevamente "porque cuando los hemos leído también los escuchamos", trasladaron poesía inspirada sobre ciudades del mundo como Francia y Grecia, o como Venecia y Alsacia, o sobre barrios de su entorno como la Víbora y Santos Suárez, y los dos ahondaron en el amor, las penas, contradicciones, defectos y otros males y bienes del ser humano que los poetas sienten más que otros.

La atmósfera de su poesía y de sus versos y estrofas trajo también un halo de recuerdo —se nos ocurre— sobre otras fuentes nutricias de la poesía cubana y universal, así como, en particular, del coloquialismo, procedentes de autores como el anglo-estadounidense Thomas Stearns Elliot (1888-1965), cuyas obras, basadas en el empleo coloquial del verso sin rima ni forma fija adscripta a un patrón regular, intentaban revivir el drama poético para el público contemporáneo, y quien, también, en obras como su primer libro de poemas (Prufrock y otras observaciones, 1917), empleó imágenes de la vida urbana en un contexto de intensidad poética.

 

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