Rosario Tijeras colma la taquilla colombiana

Frank Padrón Especial para Granma

BOGOTÁ.—El "boom" que desde hace varios años goza el cine colombiano, el cual deja visibles huellas en festivales importantes, empieza por casa.

Imagen del filme Rosario Tijeras.

En las taquillas de las principales salas no solo de esta, la capital, sino de otras ciudades (como Pereira o Cali), se hace sentir el más reciente estreno de esta cinematografía, que recientemente ha aportado títulos muy exitosos como El rey, Colombianos: un acto de fe o Perder es cuestión de método. Me refiero a Rosario Tijeras, ópera prima del mexicano-francés Emilio Maillé, quien también partió de una novedad literaria, en este caso del novelista local Jorge Franco.

Incluso, la obra compite con el omnipotente Hollywood, que ahora regala bodrios al estilo de Juegos macabros, un morboso thriller de lo más truculento y efectista, La isla, otra de clonaciones y futurismo con más acción que reflexión, y Charlie y la fábrica de chocolates, con un Johnny Depp inmerso en el mundo de la infancia.

Lo cierto es que la nueva cinta colombiana atrae a mucho público, y —aún con ciertos reparos— cuenta con la aprobación casi unánime de la crítica local, que le reprocha sobre todo no reproducir con mayor certeza la Medellín de Pablo Escobar, donde se enmarca, pudiendo remitir a otros grandes centros urbanos, como el DF azteca o Lima, Perú.

A mí, sin embargo, me parece esto una virtud, pues aunque la historia es bien colombiana, la situación a la que apunta (violencia, drogadicción, crimen, juventud corrupta) tiene, lamentablemente, una dimensión latinoamericana. Esa joven violada por el padrastro, que se vuelve una asesina, mujer fatal que mezcla besos y sangre, ("en el amor, comentó un periodista aquí, toda mujer es un sicario") constituye sin duda uno de los más recios caracteres de la literatura contemporánea de la región, y ahora del cine.

La cinta narra en flashback, y se apoya para esto en un eficaz montaje; lástima que el ritmo conseguido durante casi todo el tiempo, se torna moroso y anémico en la media hora final, absolutamente supérflua, como si el director, enamorado de la historia, no supiera cómo ponerle fin. Sin embargo, la cinta contagia con esa energía, la fuerza y la vibración que estalla en las discotecas y asalta los lechos donde la protagonista desarrolla sus ritos mortales, y la pasión (diferente) que la enlaza a los dos amigos.

Claro que la película, así de modo redondo, es la actriz Flora Martínez; esa joven marcada para morir (y antes, matar) proyecta todo el dolor, la sensualidad y la angustia que demanda su personaje, desde un desempeño virtuoso, con cada matiz y cada detalle pensado pero a la vez espontáneo y natural. Sus compañeros de reparto no deslucen, pero imposible mirar a otro sitio cuando ella, en realidad, ilumina la pantalla cada vez que aparece.

Rosario Tijeras, que estará representando a su país en nuestro Festival de diciembre, es otro triunfo rotundo del cine colombiano y, en general, latinoamericano. Otra brújula certera dentro de las siempre complejas relaciones cine-literatura.

 

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