RÍO DE JANEIRO, 16 de agosto (PL).—
La oposición brasileña admitió la imposibilidad de avanzar en su
propósito de destituir al presidente Luiz Inacio Lula da Silva,
debido a su alto respaldo popular, pero arreció su lenguaje
arrogante y agresivo.
El tema fue considerado en una
reunión de líderes de los partidos Frente Liberal (PFL), de la
Social Democracia Brasileña (PSDB), Popular Socialista (PPS), Verde
(PV), Democrático Trabalhista (PDT) y una fracción del Movimiento
Democrático Brasileño (PMDB).
Fue una mezcla de tendencias de
derecha, centro y hasta algunos que se denominan de izquierda con el
objetivo de aunar y fortalecer posiciones ante la crisis política
impulsada desde hace tres meses por algunas de esas fuerzas a partir
de denuncias de corrupción.
Los políticos admitieron que no es
posible —aunque al menos una parte de ellos lo quiere— iniciar
un proceso de "impeachment" (impedimento) de Lula porque
no hay pruebas de implicación suya en las irregularidades
denunciadas y tal paso no tiene respaldo popular.
Sin embargo, la posibilidad fue postergada, no abandonada, como expresó el líder del PSDB en el
Senado, Arthur Virgilio: "No es tabú. No la pedimos ahora por
la falta de esos requisitos".
A la vez, la prepotencia se puso de
manifiesto en declaraciones como la del senador Tasso Jereissati
(PSDB), que planteó un virtual reemplazo del Ejecutivo: "El
gobierno está perdiendo la autoridad, y los partidos y líderes del
Congreso tienen que administrar la crisis y ocupar el espacio de
poder".
El diputado Fernando Gabeira (PV),
que se llama de izquierda y asume las posiciones de la derecha
afirmó: "El gobierno acabó y tenemos que ver cómo no dejar al país naufragar en este año y medio que falta (de mandato de
Lula)".
Los ímpetus opositores se renovaron
después de que el jueves el publicitario Duda Mendonca, encargado de
la campaña electoral de Lula, afirmó haber abierto una cuenta en
Bahamas para recibir el equivalente a cuatro millones de dólares
por deudas de esa gestión.
Pero, además de la falta de pruebas y
del apoyo popular a Lula, en las últimas horas una andanada de
declaraciones rechazó cualquier posibilidad de interrupción del
proceso democrático, salvo que surgieran hechos graves contra el
mandatario, lo cual se duda.
Los pronunciamientos los formularon
tres prelados en nombre de la Conferencia Nacional de Obispos,
directivos de entidades empresariales y bancarias y los presidentes
del Senado y la Cámara de Diputados, Renán Calheiros y Severino
Cavalcanti.
También se manifestaron contra un
proceso de destitución el presidente del Superior Tribunal de
Justicia, Edson Vidigal, y el ex presidente del Supremo Tribunal
Federal, Sidney Sanches, quien condujo el proceso que puso fin al
mandato de Fernando Collor.
En aquella ocasión, dijo, "las
denuncias recaían directamente sobre el Presidente. Además de eso,
había una gran indignación popular por la confiscación del
ahorro. Ahora, apenas se sospecha que el Presidente puede saber de
irregularidades en el financiamiento de su campaña o en la
obtención de recursos".
Hay otros elementos que también
frenan a la oposición: si se destituye a Lula por ilegalidad en su
elección, esto también alcanzaría al vicepresidente José
Alencar, y por ende no podría reemplazarlo.
El siguiente en la línea de
sucesión sería el controvertido presidente de la Cámara de
Diputados, Severino Cavalcanti, a quien nadie quiere ver en la
primera magistratura.
Asimismo, se valora que el
"impeachment" tendría que aprobarlo la Cámara de
Diputados, muy desprestigiada por las denuncias de corrupción que
afectan a muchos de sus miembros.
También pesa una encuesta que el
viernes señaló por primera vez la posibilidad de que el alcalde de
Sao Paulo, José Serra, del PSDB, venza a Lula en segunda vuelta en
las presidenciales del 2006.
Esto creó para ese partido la
expectativa de volver al gobierno "en tiempo reglamentario, sin
el estigma de haber sido el verdugo de Lula, pero surrándolo
continuamente en los próximos 18 meses", como escribió la
analista Teresa Cruvinel.