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           Bravo por Sir Simon 
          PEDRO DE LA HOZ 
           Para
          los telespectadores fieles al espacio ¡Bravo!, hasta hace muy
          poco uno de los escasos resquicios para acceder desde la pequeña
          pantalla a la música universal del concierto en forma íntegra,
          Roberto Chorens trajo este último fin de semana un regalo
          inapreciable: el registro de la Segunda sinfonía, de Gustav Mahler,
          interpretado por una selección de músicos del movimiento de Coros y
          Orquestas Sinfónicas Juveniles de Venezuela, bajo la conducción del
          maestro británico Simon Rattle. 
          Para un público que ha
          entrado en contacto, ya sea de forma directa o por la pantalla
          doméstica, con Claudio Abbado y Daniel Barenboim, esta fue la
          oportunidad para aproximarse a las concepciones interpretativas de la
          tercera batuta más influyente en los organismos instrumentales
          berlineses. 
          Quien esto escribe fue
          testigo de la llegada de Rattle a la Filarmónica de Berlín en el
          2002. Había ganado limpiamente la plaza que dejaba vacante Abbado.
          Los melómanos de la capital alemana, mucho más abiertos en las más
          recientes generaciones, admitían con cierto fervor la presencia de
          alguien que, como Abbado y Barenboim, no era de los suyos. Pero por si
          las moscas, el Gobierno de la ciudad, para asegurar el clima de
          aceptación, hizo desplegar decenas de gigantografías con la imagen
          del nuevo director general de la Philarmonie en las paradas de
          autobuses, los senderos de la Potsdammer Platz, las estaciones de
          metro, portadoras de la divisa: "Bienvenido, Sir Simon". Querían
          evitar la sombra de las comparaciones y remitir definitivamente al
          pasado los rescoldos de los fuegos con que Herbert von Karajan había
          dictado cátedra en Berlín. 
          Rattle, como habrán
          podido apreciar los televidentes, es de la raza de los directores que
          conjugan el quehacer musical con la dimensión espectacular. Él mismo
          se sabe animal mediático. Actúa y sobreactúa, con su desordenado
          pelo blanco, delante de los músicos y de cara a las cámaras de
          televisión. Pero no se trata de una pose; el director es fiel a su
          despliegue emocional, a un entendimiento de la música como fenómeno
          vivo, que se recrea cada vez que se interpreta una obra en un plazo
          temporal irrepetible. 
          Esa convicción la llevó
          a las últimas consecuencias en la versión de la descomunal pieza de
          Mahler, con el involucramiento de huestes entrenadas gracias a uno de
          los más serios movimientos artísticos que se dan en nuestro
          continente. Los jóvenes venezolanos han asumido la llamada música
          clásica no solo con una dignidad insuperable sino con los bríos de
          quienes saben que estas expresiones pueden y deben ser compartidas en
          un ámbito popular. 
          Son conocidas las
          limitaciones para la obtención de materiales de tan alta clase.
          Tampoco ignoro el perfil de un programa en el que el sinfonismo es
          solo una parte de lo que debe difundir. Pero me atrevo a sugerir a ¡Bravo!,
          o a su joven alternativa, Música maestro (Canal Educativo 2)
          la necesidad de diseñar una programación, que bajo el principio de
          entregas cíclicas, pueda promover el conocimiento de los directores y
          organismos sinfónicos que están marcando pauta en el mundo. Si nos
          alegra haber contado con Barenboim, Abbado y ahora con Rattle, mucho
          más completa sería esa alegría con la presencia de Riccardo Mutti,
          Kurt Masur, Zubin Mehta más allá del show de los tenores, Lorin
          Maazel y Colin Davis, por citar a algunos imprescindibles.
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