José Ferrer Canales,
Quijote puertorriqueño
PEDRO PABLO RODRÍGUEZ
En
la mañana del jueves 21 de julio llegaba la noticia del fallecimiento
en San Juan de Puerto Rico, del destacado intelectual José Ferrer
Canales. Profesor y escritor distinguido e indoblegable patriota
alineado desde joven en las filas del independentismo, había nacido
en Santurce en 1923, se hizo Bachiller y Maestro en Artes en la
Universidad de Puerto Rico, alcanzó su doctorado en Letras en la
Universidad Autónoma de México, y cursó estudios en las
Universidades de La Habana, y en Estados Unidos en las de Columbia y
Nueva York.
Impartió clases en las
universidades norteamericanas de Howard, en la ciudad de Washington;
Dillard, en Nueva Orleans; Texas del Sur, en Houston; y en el Colegio
Hostos y la Univerisdad de Puerto Rico, donde llegó a ser
catedrático de su Departamento de Estudios Hispánicos. Sus escritos
aparecieron en revistas significativas de la cultura hispanoamericana
como Asonante, Cuadernos Americanos, Cuadernos de París, Revista
Hispánica Moderna, Repertorio Americano, Revista Iberoamericana y La
Torre, entre otras muchas.
Ferrer Canales vivió en
Cuba por muchos años, se casó con una santiaguera y entregó sus
textos a varias publicaciones nacionales. Firme junto a las luchas del
pueblo cubano, fue colaborador de los empeños del Centro de Estudios
Martianos y asistió a más de uno de sus encuentros científicos.
Aún lo recuerdo bajo el sol del verano, en Dos Ríos, cuando tuvo a
su cargo la oración en nombre de los participantes en la Conferencia
en 1995 con motivo del centenario de la muerte de Martí. Su nobleza y
desprendimiento le hicieron entregar su contribución monetaria al
Instituto del Libro para la edición de un libro con escritos de
Enrique José Varona, cuyo pensamiento fuera objeto de su atención
sistemática, al igual que los de Eugenio María de Hostos y José
Martí, a quienes estimó guías vigentes de nuestros pueblos.
Su amistad y colaboración
con el gran líder independentista boricua Pedro Albizu Campos condujo
a que le fueron cerradas las puertas de la Universidad de Puerto Rico
cuando el alzamiento patriótico que este encabezara. Años después,
en justo desagravio, el centro de altos estudios le readmitió en su
claustro hasta su jubilación.
Enhiesto como una palma
antillana, fogoso y elocuente, aquel hombre negro alto y delgado,
siempre de traje y corbata, afrontó y combatió la discriminación
racial en Estados Unidos, y no cedió ante las persecuciones
ideológicas y políticas del imperio y sus secuaces en Borinquen. Su
oratoria apasionada se escuchó en múltiples foros, siempre
exponiendo la memoria de los próceres puertorriqueños y de la
cultura de su pueblo, de las Antillas y de toda Latinoamérica. Alto y
delgado, de fineza proverbial en su trato, honrado y cabal, dejó
cariño, amistad y respeto a su paso por la vida. Merece honra,
homenaje y el recuerdo emocionado Don Pepe Ferrer, puertorriqueño,
antillano, latinoamericano, hombre de cultura universal y de ancha
vocación humanista.
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